martes, 9 de junio de 2009

8. El Cuadro

Karla había conocido a Don Esteban Riells en una galería de arte. En aquel entonces ella tenía 24 años y él 48 y fue una amistad de flechazo; como suele decirse, a primera vista. Los dos tuvieron esa sensación tan particular de “deja vu” al ver al otro, los dos quedaron absolutamente fascinados, y los dos confirmaron su empatía tras una animada conversación repleta de cafés y cigarrillos en la que cotejaron gustos, tendencias y puntos de vista.
Ya que los dos coincidían en su marcada inclinación por el sexo sin culpas ni complejos, al principio se habían hecho amantes y aprovechaban cualquier momento u ocasión para follar y deleitarse de otras múltiples formas. Exploraron juntos los límites respectivos y se reían un montón cada vez que se encontraban inmersos en situaciones estrafalarias, grotescas y/o surrealistas.
Don Esteban se convirtió en un maestro y en un compañero de juegos muy importante para Karla que no había comprendido realmente cuan insulsos habían sido sus otros amantes hasta entonces.
A nivel personal, D. Esteban tenía sus manías y cierta fama de excéntrico. Y en el plano del sexo, tres cuartos de lo mismo; así que al ir afinando sus preferencias, el propio transcurrir del tiempo los fue llevando por caminos cada vez más diferentes, sin perder, eso sí, la mutua confianza que sentían. Cuando lo necesitaban solían llamarse por teléfono, enviarse cartas e incluso panfletos y publicidad que les hubieran hecho gracia, o dejarse mensajitos en el contestador correspondiente.
Habían pasado dos años más o menos desde su última comunicación cuando el ordenador de Karla, que era nuevo, advirtió a su propietaria que tenía correo de un tal Esteban Riells.
-Vaya! –dijo leyendo el mensaje en la pantalla - Jajaja ¿A quien querrá sorprender? A ver, el martes a las ocho... me parece que no tengo ningún plan que romper... bueno. Espero que funcione la calefacción. –Lo releyó por si se le pasaba algo. – Duchadita... duchadita... ¿será idiota? esto no hacía falta que me lo dijera....
A las ocho en punto de la tarde del día indicado Karla llamaba al timbre de la casa de D. Esteban. Mientras esperaba, dio un vistazo a su alrededor. La casa estaba situada a las afueras, en la ladera del monte y tenía una vista espectacular de la ciudad.
-Hola Karlilla.
Ella se giró de golpe y se lanzó riendo a los brazos abiertos que la acogieron encantados.
-Impetuosa como siempre. – El rostro surcado de arrugas con unos ojillos vivaces que desmentían su edad sonreía de oreja a oreja. – Casi me tiras...
Se llenaron de besos y abrazos apasionados mientras pasaban al interior.
-Bueno, ilumíname. ¿Cual es el tema del cuadro? – preguntó Karla cuando ya se hubieron despegado uno del otro.
-Es...África. Un safari de principios del siglo 20, el cazador y su presa... ven, que te enseño la pared.
La condujo de la mano hacia el amplio salón donde había decorado una de las paredes con abundante vegetación tanto verdadera como falsa, pintado un fondo verde y añadido, ejem, algunos peluches.
- Jaja, que detalle más terrorífico. Quita al pato lucas, hombre, que no pega nada. Bueno ¿donde voy yo?
- Aquí. –dijo mostrándole unas cadenas que colgaban de una rama más alta y gruesa.
- Ya?
- Sí. Llegarán en un cuarto de hora, más o menos.
Karla se desnudó a toda prisa y juntando las manos se las ofreció con una mirada picarona para que la incluyese en el mural. Él, sujetándola de las muñecas, la alzó hasta encadenarla a la rama y luego se apartó para ver el efecto.
-Magnifica, estás para comerte. Mmm... ¿quieres que te ponga una máscara o te da igual?
-Si a ti no te importa, y lo digo por el rol, prefiero no llevar nada que me impida ver bien.
-Perfecto entonces. –sonrió. -Ahora quédate quietecita ahí mientras me preparo yo.
-¡Oh, pero qué gracioso! –masculló Karla desde su obligada posición.
No estuvo sola mucho rato. El timbre de la puerta fue el detonante de una actividad que ella fue siguiendo atentamente por los sonidos hasta el momento en que se abrió la acristalada puerta del salón y vio a D. Esteban dando paso a una pareja de hombres de mediana edad y a un joven con un cuidado look de modernillo rebelde. El anfitrión se había vestido con pantaloncito corto, calcetines hasta la rodilla, salacof y además una escopeta de juguete colgaba de su hombro. Karla respiró profundamente mordiéndose el labio para no soltar la carcajada. Los recien llegados intentaban dar la impresión de que estaban acostumbrados a ver exploradores de ese tipo todos los días al tiempo que aceptaban la invitación de sentarse alrededor de la mesita central para tomar algo, aunque su postura excesivamente envarada decía que no acababan de conseguirlo; y eso que aun no la habían visto a ella.
D. Esteban Riells se sentó de espaldas al mural con la escopeta cruzada encima de las piernas después de guarnecer la mesa con toda clase de bebidas.
-Sírvanse lo que deseen, caballeros.
-Je je, tiene usted una casa muy origi...
Vaya! Ahora sí. El chorro acabó en el mantel.
Karla bajó la cabeza pudorosamente mientras seguía observando de soslayo.
-Así que tenían algo interesante que proponerme ¿no es cierto? – D. Esteban inquirió, indiferente a las repentinas dificultades térmicas y de comunicación que experimentaban sus invitados, al hombre que parecía llevar la voz cantante del trío.
-Bueno... ejem, nosotros habíamos pensado... o sea, nuestra asociación... – se notaba que al pobre le costaba concentrarse. – ya que usted... es un escritor de prestigio y de nuestro mismo barrio, si querría, de alguna manera, apadrinar a... éste de aquí, Alex, un joven poeta muy del gusto moderno... – se giró hacia su pupilo como para indicarle que se presentara debidamente.
-Ajá, entiendo que...
-Por supuesto le gratificaríamos de la manera que usted guste, siempre que no exceda de nuestro presupuesto, claro.
El joven prometedor y el otro hombre miraban perplejos a Karla haciendo caso omiso a todo lo que no fueran esos casi imperceptibles devaneos que ella, generosa, dedicaba a los presentes. Un suave mordisqueo del labio inferior, un humedecerse con la puntita de la lengua, una ligera inclinación del pubis en dirección a ellos...
-¿Su presupuesto incluye a su protegido participando en espectáculos sexuales para mi placer?
- ¿Eh?! ¿Cómo?! – el hombre se atragantó.- JAJAJAJAJAJA... será broma...
- JAJAJAJAJAJA... No.
-Pero… pero… ¡Usted es un loco, un degenerado, señor mío!¡Vámonos de aquí inme…
-No, no, tranquilo tío. – por fin el joven recuperaba el habla. – Si solo se trata de que me folle a su putita aquí y ahora no tengo ningún problema en hacerlo.
-Yo tampoco. –añadió el otro acompañante.
-Eh chico, un respeto para la señorita. –D. Esteban se había incorporado blandiendo la escopeta y miraba con ojos brillantes a sus invitados. – Ella, para que lo sepan, pertenece a una de las mejores familias de la ciudad.
-¿Cómo?
-Sí, lo que sucede es que tiene ínfulas de novelista… - El Don sonrió como lo haría un lobo si pudiera. –Por supuesto no puedo revelarles su nombre pero les aseguro que esta experiencia será decisiva para su próxima obra...
-Oooh, ahora lo entiendo... – el joven miraba a Don Esteban con los ojos muy abiertos. – Usted es un genio incomprendido, amigo mío. Y... y maneja conceptos muy innovadores para exprimir la esencia de la vida y del alma humana, ¿no crees tío Luis?
-Si tu lo dices... – el primer hombre se había vuelto a sentar y se frotaba la frente.
-No hay duda. Además, qué importa un pequeño sacrificio si luego lo que se gana es...
El otro acompañante se dirigió muy respetuosamente a Don Esteban.
-¿Puedo? – dijo señalando a Karla.
-¿Tiene usted alguna aspiración a...
-Ninguna.
-Excelente, es toda suya, pero trátela bien. –le guiñó un ojo. A continuación, se encaró nuevamente con el poeta. -¿Entonces...?
El hombre se acercó lentamente a la pared donde Karla, que no había perdido detalle de la conversación, lo esperaba con expresión libidinosa estirando su cuerpo sensualmente hacia él.
Mientras tanto el poeta se definía.
-Me pongo en sus manos, amigo mío. ¿Qué debería hacer?
-Mmm... había pensado en uno de esos cuadros religiosos, por ejemplo un san Sebastián en el suplicio. Habría unos pequeños cambios, por supuesto, pero...
-Me parece una idea sublime. ¿Para cuando sería?
-Bueno, primero tendría que contactar con la clase de gente que le podría echar una mano. Aunque... ¿le importaría bajarse ahora los pantalones? Es para comprobar si... aaah, qué linda cosita...!
En el paisaje africano, Karla y el otro tipo se encontraban ya en pleno delirio sensorial intercambiándose frases tan poéticas como “métemela hasta el fondo, puto bastardo” o “te voy a dejar el culo como un bebedero de patos, zorra” mientras hacían peligrar toda la estructura del mural con sus arrebatados empujones.
El tío Luis bebía.

2 comentarios:

  1. Muy sensual, muy exótico y nunca mejor dicho. Has conseguido retratar al poeta con apenas dos frases, y Esteban es un personaje al que me gustaría ver más veces.

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