jueves, 21 de octubre de 2010

24. El Mago

No sabía lo que le había dado, solo que siguiendo un impulso repentino se había colado por un agujero olvidado entre los tablones que tapiaban el acceso al viejo edificio que iban a demoler en pocos días, tal como anunciaba un cartel en el exterior. Karla no desconocía que aquello había sido un teatro; ni grande ni importante pero con la suficiente mala fama como para que su abuela, la católica, esquivase el lugar como si se tratase de unas letrinas públicas cuando de niña la llevaba arrastrando de la mano. Se iba preguntando mientras se internaba en la penumbra si por casualidad le había dado un telele y no se había enterado, perdiendo el poco juicio que poseía. Además, por allí debían corretear unas ratas enormes, puaj! ¿Qué esperaba encontrar? ¿fantasmas? ¿visiones fugaces de un pasado pecaminoso? Sonrió para sí; siempre buscando algo indeterminado, aquello que colmara su hambre de maravillas. Bueno, esperaba que, por lo menos, la aventura no acabara con una visita al hospital con alguna astilla clavada o algo similar por haber hecho el tonto.
Tropezó con el bulto cuando se acercaba a observar más de cerca las fotografías de un antiguo póster colgado en lo que debía haber sido uno de los camerinos. “Eso” apenas se quejó al recibir el accidental pisotón pero fue suficiente para hacer saber a Karla que era “alguien” y que estaba vivo.
-Perdone –dijo apartándose unos cuantos metros por si tenía que salir por piernas.
-Patti, eres tu? Es... –una violenta tos cortó lo que intentaba decir.
-Señor, se encuentra mal? –Karla, desde su posición, intentó vislumbrar mejor al tipo tumbado entre cartones, trapos y otros objetos no identificados. –Voy afuera y llamo a una ambulancia...
-¡No! –El grito frenó a Karla e hizo que el individuo volviera a toser con más fuerza.
-No... -repitió con un hilito de voz. -No se vaya... por favor. No tenga miedo, yo...
El hombre se incorporó lo suficiente como para apoyar cansinamente los omoplatos en la pared y se puso a rebuscar entre los bultos mas cercanos sacando un cabo de vela que encendió con manos temblorosas. Luego, sin añadir nada más, la miró con unos ojos muy abiertos y brillantes, enmarcados en unas cuencas demasiado acentuadas para pertenecer a una persona sana.
Karla sintió que la pena y un nudo en la garganta cada vez más grande le impedía vocalizar cuando contempló con la nueva iluminación el estado de abandono en que se hallaba el hombre. Se dejó caer de rodillas, aun bajo su fija y turbadora atención, sin resistirse a interpretar un papel que no comprendía del todo.
Observó como él, tras varios intentos de comenzar una historia, alzaba vacilante un dedo para señalar el póster que había despertado el interés de Karla al principio. Obediente, se fijó en la imagen central. Le costó un poco reconocer en aquel festivo, apuesto y sonriente personaje de la foto a la ruina humana que tenía delante pero la evidencia se impuso al constatar el mismo dibujo de cejas y el idéntico corte recto y largo de la línea de la nariz en uno y en otro.
-Me he escapado de una mierda de residencia y... pretendo morir aquí –dijo débilmente.
Las sombras producidas por la llama en la sucia pared de detrás del viejo iniciaron una danza frenética y parecieron querer tomar formas definidas.
-Patti... tan bella... tan suave... tan risueña... mi amor –la voz se deslizaba por el espacio entre ambos a ritmo de letanía. Karla notaba los grandes ojos translúcidos clavados en ella y haciendo un esfuerzo lo volvió a mirar directamente.
-No soy ella, señor.
-Mira, aun tengo tu guante, lo llevo siempre conmigo...
Cuando el hombre blandió ante ella un precioso guante femenino de raso negro con, todavía, algunos diminutos brillantes incrustados, Karla comprendió lo importante que debía de ser para haberlo preservado tan bien de las inclemencias del tiempo y de la vida.
Suspirando lo tomó con delicadeza.
-Póntelo, querida...
Primero se lo llevó a la nariz. Tal vez fuera su imaginación pero le pareció que un lejanísimo vestigio de aroma a jazmín rozaba su pituitaria. Luego, lentamente, fue introduciendo su mano en el guante con mucho cuidado mientras era acompañada por una serie de chocantes gruñiditos procedentes del individuo que Karla interpretó al cabo de un momento como una manifestación mezcla de expectación y deleite.
-Pattipattipatti... cómo te he extrañado! Venga, amor; que ya empiezan a sonar los primeros compases y necesito que, antes de salir a escena, me estimules como solo tú sabes hacerlo...
Karla le vio apartarse las mugrientas ropas, desabotonarse la blanquísima y reluciente camisa de seda, dejar el esquelético torso al descubierto, mostrar el atractivo pecho masculino... revelar sinuoso el camino hacia los atributos varoniles... sí, eso sucedió igual en ambas realidades.
Se preguntó a si misma si le iba a dar el gusto permitiendo que el juego llegase hasta sus últimas consecuencias, una cosa media como ponerle a tono para luego dejarlo con la miel en los labios o directamente se sacaba el guante y abandonaba ese infecto agujero a toda prisa. “Que lástima que tenga la atracción por lo extraño y grotesco tan desarrollada” se dijo sin pizca de pesar y entrando de lleno en el cruce de miraditas morbosas y sonrisitas con punta de lengua incluida. También habría que señalar cierta ilusionada curiosidad ante la clase de visiones que el hombre podía invocar para ella.
Con cuidado de no pisarle, se fue acercando contoneando levemente las caderas mientras hacía bailar su mano enguantada por delante, como una serpiente respondiendo a una secreta melodía. Se agachó al llegar a él y le puso la mano abierta en el pecho desnudo. Su respiración se aceleró. Tenían los rostros a escasos centímetros uno del otro y Karla lo miró ladeando un poco la cabeza con un gesto ligeramente burlón que inmediatamente encontró respuesta en la chispa que iluminó los ojos del hombre.
-Puto –Karla sonrió mientras le susurraba con voz ronca, –ya me parecía que lo de la pena no iba contigo. Deja de meterme esa mierda en la cabeza y dame placer, que aun no estás muerto.
-Patti... te adoro mi niña pero date prisa... mira ahí... el teatro está a tope y pronto apagarán las luces...
Karla vio como mas allá se entreabría una cortina roja para mostrar una platea repleta de gente bulliciosa, algunos fumando, otros riéndose a carcajadas, otros más aplaudiendo impacientes al ritmo de una alegre tonada que surgía de una pianola... en lo alto, una gran araña de cristal iluminaba la escena. Su mano enguantada empezó a moverse.
Le acarició el pecho descendiendo poco a poco, internándose de forma ocasional hacia los costados. Podía contar perfectamente sus costillas hasta que la rodeó el intenso olor a jazmín. Todo estaba bien; el cacho de carne masculina que tenía a su disposición solo podía pertenecer a un macho alfa en plenas facultades físicas. El muy impúdico guante se introdujo entonces por la bragueta abierta en busca de su presa. Jugueteó primero con los testículos, masajeando sin presionar, sopesándolos en los dedos, pasando luego a toquetear el orgulloso y vibrante miembro que acabó agarrando de manera firme para iniciar el clásico a la par que efectivo movimiento arriba y abajo entre los suspiros entrecortados del joven viejo prestidigitador. Karla lo observó mientras imprimía velocidad a su mano.
-Sí, Patti... así... Oooh... oooh...
Los márgenes de su rostro cambiaban de lugar intermitentemente y la boca adoptaba un gesto mil veces repetido dados los surcos que aparecían entre brillos. Karla dirigió nuevamente su atención hacia la sala central, donde en ese momento se levantaban al compás seis pares de piernas enfundadas en seductoras medias de rejilla bajo la cautivada mirada del público. De repente se preguntó si las personas que estaba viendo eran las representaciones pasadas de gente real y no una mera fantasía del hombre. ¿Cuántos años deberían tener ahora si así fuera? Probablemente la mayoría estaría muerta...
El guante era incansable. Su mano seguía subiendo y bajando a un ritmo constante y Karla se fijó en el estado del magnífico pene que agarraba. Por su textura y grosor ya debía estar muy cerquita de su máximo apogeo. Se concentró. Dadas las circunstancias, quería proporcionarle el mayor gusto posible sin, por supuesto, hacerle daño a su verdadero ser. Jadeó por simpatía cuando se percató de los fallos cada vez mas evidentes en el engaño a la vez que el placer crecía. Las coristas, por ejemplo, pasaron de saltarse algunas estrofas a quedarse sin piernas; el público simplemente desapareció, solo quedaron algunos tristes aplausos flotando en el aire. Súbitamente la enorme lámpara central se volvió incandescente; la oscilación de la cortina, los gestos, la música, el mundo, pareció congelarse y un chorro húmedo y caliente brotó con fuerza de su mano enguantada pringando todo a su alrededor. Entonces, casi sin dilación, vio levantarse al elegante mago, arreglarse la levita de espaldas a ella y sin dirigirle siquiera una mirada, lo vio apartar la cortina granate y salir a escena saludando a la multitud.
Y tras él, se hizo la oscuridad y el silencio.
Karla fue tomando paulatinamente conciencia de estar arrodillada otra vez frente al bulto informe de ropa sucia, polvo y desperdicios en el que sobresalía el cuerpo esquelético y medio desnudo del anciano. Con un repentino acceso de aprensión se quitó el guante y lo depositó encima de la bragueta abierta. Se incorporó con desgana sintiéndose embargada por una mezcla de melancolía y resquemor.
-Ya se que tenías prisa... pero podías haberte despedido, hombre.
Luego se encaminó al agujero de salida sin mirar atrás.

jueves, 1 de abril de 2010

23. El Jardín.

La vieja y alta puerta pintada de blanco se abrió con un chirrido casi imperceptible.
-Pasa Karla, adelante.
Ella traspasó el umbral y en cuestión de segundos se sintió invadida por una multitud de olores que pugnaban por embriagarla para su propio deleite.
-No es posible –Karla encandilada, con la boca abierta y los ojos como platos, miraba a su alrededor. -¿Cómo te lo has hecho para mantener esta maravilla de jardín y encima en un barrio bastante céntrico de la ciudad?
Tía Emma se rió feliz.
-Pues mira, luchando contra los malditos especuladores cada día. ¿Quieres un refresco?
-Sí tía, gracias. Uf! Aquí hace calor, entiendo perfectamente que vayas desnuda.
-Oh, es que el jardín posee su propio microclima y tanto los vestidos como cualquier otro accesorio acaban por molestar; si quieres puedes desnudarte tu también, querida.
-Mamá te envía recuerdos y dice que pasará a verte al final de la semana que viene si te va bien -le contestó Karla, desprendiéndose de su ropa muy rápidamente.
-Perfecto. Ah, puedes dejar tus cosas dentro de la casa, así no se mojarán si regamos.
-¿Y tío Blai?
-Ejem... está en el cerezo.
-¿Habéis discutido?
-Na, tonterías.
Karla cabeceó divertida. Conocía, por los comentarios maliciosos de su madre, la importancia del cerezo en las relaciones de sus tíos. Esta era la primera vez que tenía ella de ver personalmente el escondrijo, ya que no pisaba al lugar desde que era una cría revoltosa y se había cargado uno de los parterres de gladiolos.
-Bueno, y qué es de tu vida?
-Pues en general bien, tía. Tengo amigos, me divierto, trabajo...
-¿Algún noviete?
-Muchos, tía Emma –dijo Karla con una sonrisa.
-Así me gusta, cielo. Hay que aprovechar la juventud para vivir y aprender todo lo posible. ¿Ya viajas y lees lo suficiente?
-Últimamente leo mas que viajo, pero sí, hago lo posible. De hecho, hará un mes, más o menos, que volví de darme un voltio por el sur. ¿Y vosotros que tal? Oh, vaya... jaja... –Karla concentró su mirada en un punto mas allá de la verja que rodeaba la propiedad. – Tía... ¿es normal que un vecino de aquel edificio que tienes a tu espalda se esté haciendo un pajote sin dejar de mirarnos?
-¡Que lenguaje, niña! –Tía Emma suspiró sin girarse. –Se dice: vuelta. Y sí, ya es algo habitual en ese energúmeno. Es el del tercero, verdad? –la mujer hizo un gesto de disgusto. -Desgraciadamente no podemos evitar que se construyan edificios más altos a nuestro alrededor y que los habiten personas groseras y cerradas de mollera. Dentro de quince días, más o menos, plantaremos unos cipreses ya creciditos que hemos encargado que le van dificultar bastante más la visión, pero hasta entonces...
-¿Vive solo?
-¡Qué va! Tiene la clásica estructura familiar: mujer ama de casa y cuatro o cinco críos. No sé lo que estarás pensando Karla, pero yo no soy de esas que van con el cuento a la esposa. Me da vergüenza y además estoy convencida que no serviría de nada.
-¿Y que tal grabarlo en video y colgarlo en internet? ¿Tenéis cámara?
-Sí, pero ¿no crees que se meterá para dentro si ve que lo grabamos?
-Me parece que si está distraído no se va a coscar una mierda. Le pagaríamos con su misma moneda.
-¡Esa boca, nena! Coscar... coscar...
-Puedo ofrecer un espectáculo muy estimulante y calentito, sobre todo si añado alguna de las berenjenas o pepinos que crecen ahí.
-¡Ay, que locura! Está bien, probemos. Lo que me fastidia un tanto es que le daremos motivos para que se reafirme en la idea de que los naturistas somos todos unos pervertidos... En fin, voy a decirle a tu tío que se encargue de la cámara. Yo... yo no quiero participar directamente en el show (jijiji... a mi edad!) pero puedo dejarme ver regando tranquilamente por allí para que no sospeche. Oh, también puedo preguntarle a Duarte si se prestaría... para que no estés sola, más que nada.
-¿Quién es Duarte?
-Nuestro cocinero portugués. Ni tu tío ni yo sabemos cocinar.
-De acuerdo, pero solo si él quiere.
-Evidentemente.
Tía Emma desapareció en el interior de la casa para, al cabo de unos cinco minutos, volver con un recado. Mientras, Karla se había inclinado para aspirar el aroma de una magnolia cuidando, eso sí, de mostrar perfectamente su culo al vecino pajillero.
-Dice que vale pero que él no se desnuda, que no es naturista como nosotros, ni que tampoco le pagamos para hacer de semental o de modelo de exhibición... y que vayas a la cocina para que te eche un ojo antes –se puso una mano delante de la boca para ocultar una sonrisa. -Al fondo del pasillo a la izquierda.
Karla, curiosa, fue hacia allí.
-Hola.
-Hola.
Ambos se midieron con la vista.
Duarte impresionaba. Era grande, con una panza a juego y unas manazas tremendas (de esas que te pueden empastar contra la pared de un solo toque). Tendría unos cincuenta años y aunque las sienes, cejas y bigote le griseaban, sus ojos eran profundamente negros y brillantes. Menos mal que un rinconcito de su boca parecía sonreír.
-Me han dicho que necesitas ciertos vegetales y tal vez alguien que te los coloque.
No desvió ni un solo instante la mirada.
-Sí, te han informado bien.
-Ven aquí rapaza, necesito saber qué tamaño es el adecuado para no producirte daño ni... aburrimiento.
Karla se dejó manosear con verdadera satisfacción ya que el cocinero, a pesar de su apariencia, era contenido en sus gestos. Uf! El problema (si se lo podía llamar así ) era que la estaba manipulando demasiado bien y se estaba poniendo cardíaca perdida.
-Deja ahora mismo de hacerme una mousse o no respondo de mí misma, grandullón.
-¿Y qué farías, pastelín?
-Me encantaría tirarme encima de ti, arrancarte la ropa y follarte pero me parece que no podría sin colaboración. ¿Seguro que no quieres que la liemos en el jardín? Me apeteces muchísimo...
Él suspiró con falsa resignación.
Al cabo de un rato, Duarte, vestido, salió al jardín y se acomodó ante la mesita de la pérgola con una taza de café. Karla, desnuda como antes, apareció corriendo por su derecha golpeándole el codo con la cadera, con tan mala fortuna que la taza cayó al suelo rompiéndose con el impacto. Duarte pareció enfadarse mucho y agarrando a Karla por el brazo la colocó en su regazo boca abajo y comenzó a darle unos sonoros azotes en las nalgas que provocaron agudos grititos por parte de ella y jadeos por parte del vecino mirón que volvió a darle al manubrio con renovado interés. La chica se removía como un pájarillo intentando escapar, pero no podía deshacerse de los poderosos brazos que la sujetaban... mmm... eso le ponía... sobre todo, cuando se dio cuenta que en la azotaina, el enorme cocinero intercalaba cada vez más roces y toqueteos que poco tenían que ver con el castigo. Y cuando empezó a introducirle un calabacín por el culo, diosss! estaba tan caliente, tan a punto, que no pudo evitar correrse casi al mismo tiempo de percatarse que el puto viejo lo estaba grabando desde una esquina. ¡Mierda! Sin pensar, se metió para adentro cerrando la puerta del balcón. Luego, por impulso, también apagó la luz.
En el jardín, Karla se había sentado sobre (el miembro de) Duarte y se hallaba concentrada terminando lo que tan alegremente había originado, esta vez sin interrupciones ni gestos para la galería.
-¿No se suponía, tío Blai, que no tenía que verte? -Karla preguntó más tarde, cuando los cuatro estaban sentados ante los restos de la cena, en la pérgola.
-Jeje, sí. Eso hubiera sido lo apropiado si lo hubiera grabado realmente.
-¿Cómo? ¿No lo hiciste? -los demás se miraron sorprendidos.
-No. Este modelo de cámara necesita un pequeño disco y no me quedaba ninguno virgen. Entonces pensé que lo más efectivo sería dejarme ver y que lo asustara su propia imaginación.
-Jajaja, qué bueno tío Blai.
-Además, quienes somos nosotros para... ejem, bueno, ya me entendéis.
Karla levantó el vaso sintiéndose feliz.
-Brindo por esa idea, por este jardín tan hermoso y mágico, y por nosotros, para que podamos seguir disfrutándolo mucho tiempo.
Los otros tres la acompañaron alzando sus vasos respectivos.
-Así sea, preciosa.

lunes, 1 de marzo de 2010

22. Lección

Karla se introdujo el miembro totalmente enhiesto del chico ayudándose con la mano y se inclinó para besarlo en la boca. Aun sabía a chicle de fresa. Con un suspiro, le fue mordisqueando el labio inferior, la suave barbilla y el cuello, hasta que de repente le pareció incluso que desprendía el típico aroma de colonia de bebés. Se incorporó de inmediato y lo miró fijamente a los ojos.
-Oye, estás seguro que eres mayor de edad? No quiero que me acusen de corruptora de menores...
-Te lo juro –dijo él, intentando aguantar con más o menos dignidad el escrutinio, mientras depositaba cautelosamente una mano en la nalga más cercana. –Además, tengo más experiencia en estos temas que otros de mi edad.
“Sí, muchísima experiencia” pensó Karla con ironía, observando el movimiento convulso de las caderas y la pelvis del chico. Pero sonrió por la energía y el esfuerzo que les imprimía.
-De acuerdo, me lo creo. Pero no estará de más repasar ciertas lecciones, verdad? Abre la luz del todo.
Se despegó del otro cuerpo y se sentó en la cama cruzando las piernas en posición de yoga. Él se sentó enfrente de ella, un poco frustrado por el brusco desenchufe pero a la expectativa, después de hacer lo que le había mandado.
-¿Las manos limpias? Sí, ya veo. Muy bien. Ahora observa.
Karla extendió las piernas apoyando una en un hombro del chico.
-¿Ves bien mi coño? Perfecto. Acerca más la lámpara si lo necesitas. Tócalo, explóralo. Sin vergüenzas... eso es... aparta suavemente los pliegues y fíjate en su forma. Ese bultito al norte es el clítoris. Se tiene que acariciar delicadamente o en vez de placer, provocarías ganas de darte un empujón cuanto menos... A veces, depende de la tensión que se sienta, es preferible presionar alrededor en vez de ir directo ahí. Sería equivalente a la punta de tu polla, creo... Oh, pero a veces, me puedo correr solo con eso... Acerca la punta de tu lengua y lámelo... ¿te da asco? Jeje, no te preocupes, yo también me he lavado. Y ya que estás ahí, aprovecha para olisquearme como si fueras un perro. No veas como pone el olor... hay un montón de olores además. Los hay suaves y fuertes, los hay que enamoran... depende de la persona y también del día. Nunca es una pérdida de tiempo regodearte en el olor... porque el sexo no es una competición de nada, ni una demostración contínua de poderío físico... Bueno, ahora mete el dedo lentamente... está húmedo, no? guay... así entra fácilmente... cuando notes que no está suficientemente lubricado, lo mejor es poner aceite o vaselina para no irritarlo... ya se que lo sabes, no pongas esa cara, lo digo porque a veces, con la excitación, queremos meter rapidito y luego sale como sale... muy bien... muévelo lentamente, nota... mmm... las paredes, dóblalo un poquito y siente... uuuh... la elasticidad... oooh... sácalo nene, me estoy poniendo como una moto... si me estuvieras haciendo un trabajito, luego meterías otro dedo más, por ejemplo... y luego otro, talvez... o no... pero ahora no es el caso.
Karla lanzó un profundo suspiro, se dio la vuelta poniéndose a cuatro patas y continuó con la lección.
-Ahora observa mi culo.
-¿Por qué? Es igual al mío, no? –dijo nervioso, apartando la vista.
-Claro que sí -ella giró la cabeza para poder verlo. -Pero no hay que olvidarlo como fuente de placer. Y si está limpio no hay razón para tratarlo como una cosa asquerosa. Se supone que ahora no estás con el rol de una madre harta de limpiar culos cagaos ni el de un crío, harto de que se lo fregoteen cada dos por tres. Eres un adulto que estás sintiendo y admirando los cuerpos de dos adultos, el tuyo y el mío, que espera extraer el mayor placer que pueda de ellos... Así que toca y acaricia mi culo. Más lentamente. Nota la rugosidad del ano. ¿Sientes humedad? ¿a que no? Eso significa que si quisieras hacer algo con él, algo con algo más grande que tu dedo, tendrías que lubricarlo sí o sí, ya que no posee la facultad de humedecerse por sí mismo como el coño. De no hacerlo, me podrías producir desde una irritación a un desgarro, que por cierto, duele que te cagas. Vale ¿quieres meter un dedo? Puedes chupártelo antes... ¿no quieres? Jajaja, está bien, otro día será. Pero te informo que un dedito jugueteando por ahí mientras se folla, mola un montón. Ah, una advertencia muy importante si no deseas que tu partenaire pille molestas infecciones: tanto polla como dedos, del coño al culo, muy bien. Al revés nunca. La flora de cada sitio es diferente y el delicado equilibrio de la del coño no soporta intromisiones. Pues bueno, una vez aclarado el tema (más o menos) podemos pasar a la práctica... Ven aquí, chiquitín...
Karla agarró al chico por el cuello y lo tumbó a su lado.
El sonido de unas llaves manipulando la cerradura de la puerta de entrada hizo que el chico se incorporara en el acto con cara de terror.
-Uuuy! Karla, por favor, escóndete en... en ese armario. –susurró aprensivamente mientras bailoteaba a la pata coja intentando ponerse los tejanos. -Seguro que es mi padre. Vaaa... porfiporfiporfi...
Karla agarró su ropa meneando la cabeza con pesar y se dirigió hacia allí.
-Pfff... lo que faltaba… mecagontosmismuertos… que final más clásico... críos...

viernes, 29 de enero de 2010

21. A Dedo

Hacía calor. Bueno, no era un simple calor de tres al cuarto; de hecho, Karla notaba que su cerebro estaba a puntito de licuarse e ir a parar a la mas absoluta “nadidad”. Se había colocado una de sus camisetas como protección ocasional de la cabeza y eso atemperaba un poquito el demoledor ataque de los rayos solares pero como no la recogiera pronto alguien o le saliera al paso la sombra de un arbolillo donde resguardarse... Miró por enésima vez a su alrededor: carretera y planicie con campos de trigo, campos de trigo, carretera y campos de trigo, campos de trigo y a lo lejos un campanario. Esto era el sur. El interior del sur, al mediodía y en verano. ¿Podía existir algo más caluroso?
Un apagado runrún le hizo girar nuevamente y prestar atención al punto donde la carretera se juntaba con el horizonte. Entrecerró los ojos forzando la vista hasta que vislumbró, con ese aspecto de espejismo que tiene cualquier cosa que es mirada a través de los vapores que desprende el asfalto derritiéndose, un automóvil blanquecino que se aproximaba lentamente.
Karla alzó el pulgar.
El vehículo se tomó su tiempo para llegar, para frenar y para mostrar la salvadora cara de su conductor por la ventanilla.
-Hola, ¿hacia donde vas?
-Hacia adelante.
-Va, entra, antes de que pilles una insolación.
-Muchas gracias.
El hombre esperó a que Karla hubiera soltado su mochila en el asiento trasero y se acomodara en el que tenía a su lado para preguntar.
-¿Y como es que te encontrabas allí, en medio de la nada, y con este calor?
-Bueno... -explicó Karla acabándose de un trago una botellita de agua. -El tío del último coche en el que me monté decidió soltar lastre justo ahí.
-Pues que hijo de puta! Que pasó?
-Nada importante, que no quise follar con él. -Karla sonrió minimizando el asunto. -En realidad, no creo que quisiera hacerme daño. En vez de caminar siguiendo la carretera como una idiota, yo podría haberme dirigido hacia un lugar sombreado y esperar que bajase la temperatura antes de intentar continuar con mi viaje pero desconocía el poquísimo tráfico de esta zona y mira... –se encogió de hombros. -¿Tu eres de por aquí?
-Mi familia. Yo vivo en la capital aunque los visito una vez al mes, más o menos. Por cierto, me llamo Manolo.
-Yo Karla, encantada.
-¿Y qué te trae por estos lares?
-Una apuesta. Mejor dicho –aclaró Karla, antes de que el otro la interrogara, -el pago por perder una apuesta: tengo que ir hasta la otra punta del país en autostop, recoger una piedra en contacto con el mar y volver.
-¡Vaya! Pues podrías haber viajado en avión, coger la piedra, tirarte una semana de vacaciones y luego volver. O mejor. Te agachas, coges una piedra y no contestas el teléfono en una semana.
-Nooo... Yo sabría que es mentira. Y además, que dices? la aventura es la aventura; no podría perderme semejante experiencia.
Él la miró a los ojos. Por supuesto, brillaban.
-Estás loca -dictaminó. -Y eso... eso me pone...
-Ah sí?
-Sí, porque, jeje, ya sabes, no hay nada como follar a tontas y a locas, jajaja
-Tu sí que estás sonado, Manolo –dijo Karla riéndose del chiste.
-No creas, normalmente no soy tan lanzado... será el efecto “desconocida”. Aunque no te preocupes, si no te apetece, no pienso dejarte tirada en cualquier parte.
-Ya.
Karla observó al tipo conducir todo tieso agarrado al volante mientras se iba ruborizando por momentos y le hizo gracia. Estiró el brazo y rozó el bulto que se formaba entre sus piernas con los dedos. Estaba bien duro. El coche hizo un extraño quiebro aunque afortunadamente no fue a parar al otro carril.
-¿Paro? –susurró Manolo con voz ronca moderando la velocidad.
-Vale, pero no me apetece hacerlo ni dentro del coche ni en un motel como si fuera una vulgar puta. Ni en plena solana, claro.
-Oído cocina. Mmm... se me ocurre un lugar, a unos cinco kilómetros de aquí... ¿te va bien un dolmen rodeado de unos cuantos árboles? No es gran cosa pero...
-Sí. Me gusta la idea.
Al rato se desviaron a la izquierda y tras unos minutos de ir dando tumbos a causa de los baches del camino llegaron frente al megalito prehistórico. Se hallaba situado un poco más alto que los campos circundantes y le acompañaban cuatro árboles raquíticos y unos cuantos arbustos polvorientos. Karla y Manolo salieron del automóvil sacándose ya la ropa respectiva y buscando la sombra adecuada donde yacer. Los dos estaban muy excitados. Él extendió su camisa sobre la tierra y una vez encima, comenzó a lamer el sudoroso cuerpo de Karla, que agradecida, le devolvió el favor.
-Ah, que gusto con la brisa...
-Manolo, túmbate. Creo que esta postura va a ser la mejor para follar con este calor –dijo Karla sentándose encima y agarrándose a una rama bastante gruesa situada por encima de su cabeza. –Me daré impulso con esto.
Con la fuerza de sus brazos como ayuda, ella inició el acoplamiento a un ritmo contenido que no impidió que las gotas de sudor le resbalaran por las sienes y por la nuca. No hablaban, cada empujón era acompañado por los jadeos de ambos. Él colocó las manos en los pechos de ella, frenando el balanceo, pero las tuvo que volver a poner otra vez en tierra porque el terreno era bastante irregular y con cada acometida se desplazaba un poco más de su posición original. Para colmo, Karla iba acelerando la cadencia al tiempo que crecía su excitación así que cuando se soltó de la rama para besarle en la boca, los dos se fueron terraplén abajo.
Mas tarde, ya en el coche y sentados de aquella manera para rozar lo menos posible las contusiones y rascadas producidas en la caída, comentaban lo acontecido.
-Yo creía que estabas sobre una base suficientemente firme -la voz le salió temblorosa a Karla.
-Yo también. Por lo menos al principio. Y después ya fue... jiji... irremediable.
Observó como Manolo, al igual que ella, intentaba contener la risa forzando un gesto grave y no pudo aguantarse más.
-Jajaja, tenías una cara tan graciosa...
-Jajaja, pues mira que tú... esa expresión de terror... jajaja. Ay, que bueno! -Manolo se enjugó una lágrima. -Por cierto niña ¿te llegaste a correr?
-No. ¿Que tal si vamos a un motel?
-¿Como si fueras una vulgar puta?
-Si no hay más remedio...
Karla sonrió picarona entre un gesto de embarazo y otro de dolor.