jueves, 21 de octubre de 2010

24. El Mago

No sabía lo que le había dado, solo que siguiendo un impulso repentino se había colado por un agujero olvidado entre los tablones que tapiaban el acceso al viejo edificio que iban a demoler en pocos días, tal como anunciaba un cartel en el exterior. Karla no desconocía que aquello había sido un teatro; ni grande ni importante pero con la suficiente mala fama como para que su abuela, la católica, esquivase el lugar como si se tratase de unas letrinas públicas cuando de niña la llevaba arrastrando de la mano. Se iba preguntando mientras se internaba en la penumbra si por casualidad le había dado un telele y no se había enterado, perdiendo el poco juicio que poseía. Además, por allí debían corretear unas ratas enormes, puaj! ¿Qué esperaba encontrar? ¿fantasmas? ¿visiones fugaces de un pasado pecaminoso? Sonrió para sí; siempre buscando algo indeterminado, aquello que colmara su hambre de maravillas. Bueno, esperaba que, por lo menos, la aventura no acabara con una visita al hospital con alguna astilla clavada o algo similar por haber hecho el tonto.
Tropezó con el bulto cuando se acercaba a observar más de cerca las fotografías de un antiguo póster colgado en lo que debía haber sido uno de los camerinos. “Eso” apenas se quejó al recibir el accidental pisotón pero fue suficiente para hacer saber a Karla que era “alguien” y que estaba vivo.
-Perdone –dijo apartándose unos cuantos metros por si tenía que salir por piernas.
-Patti, eres tu? Es... –una violenta tos cortó lo que intentaba decir.
-Señor, se encuentra mal? –Karla, desde su posición, intentó vislumbrar mejor al tipo tumbado entre cartones, trapos y otros objetos no identificados. –Voy afuera y llamo a una ambulancia...
-¡No! –El grito frenó a Karla e hizo que el individuo volviera a toser con más fuerza.
-No... -repitió con un hilito de voz. -No se vaya... por favor. No tenga miedo, yo...
El hombre se incorporó lo suficiente como para apoyar cansinamente los omoplatos en la pared y se puso a rebuscar entre los bultos mas cercanos sacando un cabo de vela que encendió con manos temblorosas. Luego, sin añadir nada más, la miró con unos ojos muy abiertos y brillantes, enmarcados en unas cuencas demasiado acentuadas para pertenecer a una persona sana.
Karla sintió que la pena y un nudo en la garganta cada vez más grande le impedía vocalizar cuando contempló con la nueva iluminación el estado de abandono en que se hallaba el hombre. Se dejó caer de rodillas, aun bajo su fija y turbadora atención, sin resistirse a interpretar un papel que no comprendía del todo.
Observó como él, tras varios intentos de comenzar una historia, alzaba vacilante un dedo para señalar el póster que había despertado el interés de Karla al principio. Obediente, se fijó en la imagen central. Le costó un poco reconocer en aquel festivo, apuesto y sonriente personaje de la foto a la ruina humana que tenía delante pero la evidencia se impuso al constatar el mismo dibujo de cejas y el idéntico corte recto y largo de la línea de la nariz en uno y en otro.
-Me he escapado de una mierda de residencia y... pretendo morir aquí –dijo débilmente.
Las sombras producidas por la llama en la sucia pared de detrás del viejo iniciaron una danza frenética y parecieron querer tomar formas definidas.
-Patti... tan bella... tan suave... tan risueña... mi amor –la voz se deslizaba por el espacio entre ambos a ritmo de letanía. Karla notaba los grandes ojos translúcidos clavados en ella y haciendo un esfuerzo lo volvió a mirar directamente.
-No soy ella, señor.
-Mira, aun tengo tu guante, lo llevo siempre conmigo...
Cuando el hombre blandió ante ella un precioso guante femenino de raso negro con, todavía, algunos diminutos brillantes incrustados, Karla comprendió lo importante que debía de ser para haberlo preservado tan bien de las inclemencias del tiempo y de la vida.
Suspirando lo tomó con delicadeza.
-Póntelo, querida...
Primero se lo llevó a la nariz. Tal vez fuera su imaginación pero le pareció que un lejanísimo vestigio de aroma a jazmín rozaba su pituitaria. Luego, lentamente, fue introduciendo su mano en el guante con mucho cuidado mientras era acompañada por una serie de chocantes gruñiditos procedentes del individuo que Karla interpretó al cabo de un momento como una manifestación mezcla de expectación y deleite.
-Pattipattipatti... cómo te he extrañado! Venga, amor; que ya empiezan a sonar los primeros compases y necesito que, antes de salir a escena, me estimules como solo tú sabes hacerlo...
Karla le vio apartarse las mugrientas ropas, desabotonarse la blanquísima y reluciente camisa de seda, dejar el esquelético torso al descubierto, mostrar el atractivo pecho masculino... revelar sinuoso el camino hacia los atributos varoniles... sí, eso sucedió igual en ambas realidades.
Se preguntó a si misma si le iba a dar el gusto permitiendo que el juego llegase hasta sus últimas consecuencias, una cosa media como ponerle a tono para luego dejarlo con la miel en los labios o directamente se sacaba el guante y abandonaba ese infecto agujero a toda prisa. “Que lástima que tenga la atracción por lo extraño y grotesco tan desarrollada” se dijo sin pizca de pesar y entrando de lleno en el cruce de miraditas morbosas y sonrisitas con punta de lengua incluida. También habría que señalar cierta ilusionada curiosidad ante la clase de visiones que el hombre podía invocar para ella.
Con cuidado de no pisarle, se fue acercando contoneando levemente las caderas mientras hacía bailar su mano enguantada por delante, como una serpiente respondiendo a una secreta melodía. Se agachó al llegar a él y le puso la mano abierta en el pecho desnudo. Su respiración se aceleró. Tenían los rostros a escasos centímetros uno del otro y Karla lo miró ladeando un poco la cabeza con un gesto ligeramente burlón que inmediatamente encontró respuesta en la chispa que iluminó los ojos del hombre.
-Puto –Karla sonrió mientras le susurraba con voz ronca, –ya me parecía que lo de la pena no iba contigo. Deja de meterme esa mierda en la cabeza y dame placer, que aun no estás muerto.
-Patti... te adoro mi niña pero date prisa... mira ahí... el teatro está a tope y pronto apagarán las luces...
Karla vio como mas allá se entreabría una cortina roja para mostrar una platea repleta de gente bulliciosa, algunos fumando, otros riéndose a carcajadas, otros más aplaudiendo impacientes al ritmo de una alegre tonada que surgía de una pianola... en lo alto, una gran araña de cristal iluminaba la escena. Su mano enguantada empezó a moverse.
Le acarició el pecho descendiendo poco a poco, internándose de forma ocasional hacia los costados. Podía contar perfectamente sus costillas hasta que la rodeó el intenso olor a jazmín. Todo estaba bien; el cacho de carne masculina que tenía a su disposición solo podía pertenecer a un macho alfa en plenas facultades físicas. El muy impúdico guante se introdujo entonces por la bragueta abierta en busca de su presa. Jugueteó primero con los testículos, masajeando sin presionar, sopesándolos en los dedos, pasando luego a toquetear el orgulloso y vibrante miembro que acabó agarrando de manera firme para iniciar el clásico a la par que efectivo movimiento arriba y abajo entre los suspiros entrecortados del joven viejo prestidigitador. Karla lo observó mientras imprimía velocidad a su mano.
-Sí, Patti... así... Oooh... oooh...
Los márgenes de su rostro cambiaban de lugar intermitentemente y la boca adoptaba un gesto mil veces repetido dados los surcos que aparecían entre brillos. Karla dirigió nuevamente su atención hacia la sala central, donde en ese momento se levantaban al compás seis pares de piernas enfundadas en seductoras medias de rejilla bajo la cautivada mirada del público. De repente se preguntó si las personas que estaba viendo eran las representaciones pasadas de gente real y no una mera fantasía del hombre. ¿Cuántos años deberían tener ahora si así fuera? Probablemente la mayoría estaría muerta...
El guante era incansable. Su mano seguía subiendo y bajando a un ritmo constante y Karla se fijó en el estado del magnífico pene que agarraba. Por su textura y grosor ya debía estar muy cerquita de su máximo apogeo. Se concentró. Dadas las circunstancias, quería proporcionarle el mayor gusto posible sin, por supuesto, hacerle daño a su verdadero ser. Jadeó por simpatía cuando se percató de los fallos cada vez mas evidentes en el engaño a la vez que el placer crecía. Las coristas, por ejemplo, pasaron de saltarse algunas estrofas a quedarse sin piernas; el público simplemente desapareció, solo quedaron algunos tristes aplausos flotando en el aire. Súbitamente la enorme lámpara central se volvió incandescente; la oscilación de la cortina, los gestos, la música, el mundo, pareció congelarse y un chorro húmedo y caliente brotó con fuerza de su mano enguantada pringando todo a su alrededor. Entonces, casi sin dilación, vio levantarse al elegante mago, arreglarse la levita de espaldas a ella y sin dirigirle siquiera una mirada, lo vio apartar la cortina granate y salir a escena saludando a la multitud.
Y tras él, se hizo la oscuridad y el silencio.
Karla fue tomando paulatinamente conciencia de estar arrodillada otra vez frente al bulto informe de ropa sucia, polvo y desperdicios en el que sobresalía el cuerpo esquelético y medio desnudo del anciano. Con un repentino acceso de aprensión se quitó el guante y lo depositó encima de la bragueta abierta. Se incorporó con desgana sintiéndose embargada por una mezcla de melancolía y resquemor.
-Ya se que tenías prisa... pero podías haberte despedido, hombre.
Luego se encaminó al agujero de salida sin mirar atrás.