domingo, 28 de junio de 2009

14. La Cena

La cita era a las nueve en punto de la noche en casa de Cristina y Antonio. Todos los participantes tenían que asistir disfrazados y por supuesto con su papel aprendido (más o menos) ya que no era una cena normal sino que formaba parte de un juego en el que se debía averiguar quién de los invitados era el/la malvado/a asesino/a de la bella millonaria Camila Chucrut. La historia estaba ambientada en los años treinta y transcurría en la mansión de la finada a requerimiento del inspector de policía P. Jones que no podía permitir que nadie abandonara el escenario del crimen hasta la resolución del caso.
Karla llegó a las nueve menos cinco embutida en un vestido realmente de esa época que había pertenecido a no sabía cual antepasada materna. Incómoda, había dejado más de media cremallera sin cerrar (¡maldita moda de las cinturillas de avispa!) y esperaba que nadie se diera cuenta, primero porque que había colocado un gran lazo encima y segundo porque el vestido mostraba un generoso escote. Le abrió la puerta Antonio, perdón, Néstor, el mayordomo de la casa.
-¿A quién tengo el honor de anunciar?
-A Madame Beauvoir, evidentemente la vidente, como su propio nombre indica –dijo Karla riéndose. -Pero como se supone que llevo aquí todo el fin de semana, le diré, Néstor, que vaya cabeza la suya; vengo de dar una vuelta por el jardín.
En el interior del piso ya se hallaban la mayoría de los invitados aunque Karla no conocía ni a la mitad, claro que eso era parte de la gracia: comportarse según el rol que te hubiera tocado tanto con los conocidos como con los extraños. Se paseó entre ellos saludando a unos y a otros, poniendo los ojos en blanco o interpretando cualquiera de los típicos gestos que todos esperan de una médium de mediana edad. En el aire bullían conversaciones de todo tipo. Uno comentaba lo caro que le había costado no se qué, otro, disfrazado rutilantemente de femme fatal, explicaba en un corrillo el efecto que había causado en la gasolinera con las medias de rejilla, la peluca y sus zapatones. Otro más se le acercó y le hizo unas cuantas preguntas tipo “donde se encontraba usted entre las cinco y las cinco y veinte” que Karla contestó según su personaje. Ella hizo lo mismo; mezclando preguntas frívolas con las que le interesaban fue apuntando las respuestas de la gente en una pequeña libreta para luego poder sacar conclusiones. Sonó una campanilla.
-Queridos, podéis pasar al comedor y sentaros a la mesa –dijo Cristina, la anfitriona, en su papel de “la prima pobre pero guapa” de la muerta ya que lo de “honrada” aun estaba por ver.
La cena, aparte de para el estómago, era importante para el desenlace del misterio pues con cada plato cada personaje estaba obligado a revelar un poquito más sobre sus actividades más sospechosas.
Karla se hallaba concentrada en desentrañar las primeras pistas apuntadas cuando notó como algo, juraría que un pie, se introducía subrepticiamente por debajo de la falda de su vestido. Miró a su alrededor en busca de algo que delatara al/a atrevido/a pero como no vio nada extraño, tiró su tenedor al suelo como excusa para agacharse.
Debajo, efectivamente, mezclada con el resto del bosque de piernas y tejidos, vio la pierna en plena retirada de la aviadora que tenia sentada delante. Cuando se incorporó, la mujer le guiñó un ojo mientras se metía un rábano de la ensalada en la boca y lo mordisqueaba muy provocativamente.
Muy bien –pensó Karla, -acepto el reto. Volvió a tirar el tenedor y se metió debajo de la mesa yendo directamente hacia los bajos de la aviadora. ¡Mierda, llevaba pantalones de cuero ajustados! Aun así decidió manosearla lo que pudiera. Le bajó la cremallera y le puso el mango del tenedor contra el vientre para que notara el cambio de temperatura, dejándoselo ahí como recuerdo. Por las alturas se oyó una exclamación. Después le miró el matojillo de pelos apartándole un poco la tela de las bragas, mmm.. era pelirroja. Volvió a su sitio arreglándose el peinado.
-Pues no encuentro el tenedor, debe haber salido rodando –comento a su vecino.
-Toma el mío –le dijo la mujer aviadora mirándola a los ojos, -creo que a mí me han puesto dos.
-Gracias –respondió ella imperturbable cogiéndolo -¿nos conocemos?
-No creo, me acordaría. Condesa Meli a su servicio, madame.
-Encantada. Vera Beauvoir, vidente, para lo que necesite.
-Ah, la vidente... por lo visto estaba en el jardín cuando...
-Correcto. Me sentí un poco indispuesta y salí un momento para que me diera el aire. –Karla miró sus notas. –Y usted, condesa, según dijo se hallaba descansando en sus apo...
-Exacto. Tuve un vuelo un poco accidentado y estaba cansada.
Se observaron curiosas.
-Pues yo soy Mister Check, banquero –el vecino aprovechó ese lapsus para presentarse aunque ninguna de las dos le prestó la más mínima atención.
-Madame –dijo la condesa –me parece que usted oculta algo y yo lo voy a descubrir.
El tenedor de la condesa se estrelló contra el suelo.
-Hay que ver lo que resbalan estos cubiertos... –comentó antes de desaparecer bajo la mesa.
Casi al momento, Karla sintió como le hurgaban por debajo de la falda y le separaban las piernas. ¡Eh, un momento! ¿La tal Meli le estaba cortando las bragas? ¡Sí! Y algo frío le rozaba los labios... debía ser el dichoso tenedor. Karla se moría por mirar pero Néstor, “mayordomo-camarero y lo que se tercie”, había escogido ese preciso momento para ponerle el segundo plato y estaba esperando algún tipo de respuesta por su parte.
-Eh? Perdona, me decías algo? –le sonrió de una manera un poco forzada.
-Que si te quito la ensalada, casi no la has probado.
-No, déjala. Iré picando, gracias. Mmmmmm...
-Estás en la inopia, Karla. ¿Estás bien?
-Perfectamente. Nada, jeje, estaba... er... pensando en las pistas que tengo...
-Qué bueno que es este juego, verdad?
Karla vio por el rabillo del ojo como la condesa reaparecía en su puesto.
-Sí, me encanta.
Sus bragas asomaban por el bolsillo superior de la chaquetilla de la aviadora como si se tratase de un pañuelo.
Antonio se giró para hablar con ella lo que fue aprovechado inmediatamente por Karla para seguir abollando un poco más la cubertería de la casa aunque esta vez también cogió el trozo de pan que le habían puesto por si acaso. Ajá, la condesa volvía a tener el pantalón totalmente subido y cerrado. Pfff... se acercó de rodillas hasta ella, por segunda vez le bajó la cremallera y depositó unos cuantos besos en la cálida piel del bajovientre. Luego, se dedicó a hacer partículas diminutas de la corteza del pan y se las introdujo por el interior de las bragas comprobando que llegaran a estar en contacto con la zona más sensible del coño. La reacción fue inmediata y Karla volvió a su asiento riéndose bajito.
-Hay gente que pone más impedimentos de los debidos –anunció mientras atacaba la carne con saña.
-Sí –afirmó el banquero. –Fíjese que ahora tocaría explicar algunas cosillas más y no veo a nadie hacerlo. ¿Cómo vamos a descubrir al culpable sino se juega bien?
-Perdonen –dijo la condesa Meli levantándose –voy un momento al servicio. En seguida vuelvo –esto último se lo dedicó intencionadamente a Karla.
Cristina, desde su posición en la cabecera de la mesa, pareció que hubiera escuchado la queja del banquero porque pasó a informar a todos, o sea, casi a gritos, que la relación que tenía con su prima era perfecta salvo por la insignificante molestia causada por la costumbre de Camila de refregar por la cara su fortuna a sus parientes menos prósperos. Mister Check confesó que se había sentido muy dolido por la negativa de la finada a sus propuestas de matrimonio. Un tal Charlie, por lo visto el amante de Camila, también reveló que ella estaba a punto de dejarlo por otro. Lady Plomace declaró a su vez que ella lo pasaba fatal viendo a su novio tan complaciente con Camila. Madame Beauvoir, mientras observaba el extraño movimiento de la condesa sentándose en su silla, reconoció que, aunque había sido contratada para entretener a los invitados con una sesión de espiritismo, ya conocía a la difunta de casa del acaudalado Rock O’Feller, justo desde cuando se produjo aquel episodio del robo de diamantes. A continuación, la condesa Meli contó que había venido con la sana intención de pedir explicaciones a Camila sobre su implicación en el suicidio de su padre ocurrido hacía apenas un mes y Néstor, sirviendo los postres, o lo que es lo mismo, dando paso al siguiente nivel del juego, añadió a todo lo dicho que él pertenecía a la renombrada escuela de mayordomos que aprendían como asesinar a sus tiránicos amos con estilo.
Karla se inclinó con disimulo para poder ver a qué se habían debido los meneos de la condesa y descubrió que ésta había despejado el camino ya que tanto los pantalones como las bragas estaban por los tobillos y que apoyaba el culo directamente sobre la silla. Las dos se miraron maliciosamente y Karla tiró con entusiasmo el tenedor al suelo una vez más para poder ir a comerse su postre.
Los otros comensales, mientras tanto, comentaban sus impresiones cada vez más excitados ante la posibilidad de cada uno de ser el primero en averiguar la identidad del asesino. Todo respiraba tensión hasta que de repente sonó nuevamente la campanilla y Cristina, con el tono monocorde más propio de leer que de interpretar, comunicó a todo el mundo que sí, que ella era la asesina de Camila, que no soportaba sus modales y en resumen, que la envidia es muy mala y tal y cual.
Se produjo un silencio general de la gente, frustrada de golpe, que no entendía las razones de semejante discurso.
-¿He oído lo que me ha parecido oír? –preguntó Karla desde abajo sorprendida dejando de lamer.
-Sí –la condesa abrió los ojos y miró a su alrededor. –Cristina se ha vuelto loca y ha jodido el juego... y a la peña.
Antonio se acerco con cara de alucinado a su compañera.
-Pero Cristina ¿Por qué has dicho esto? Lo has estropeado todo, tía.
-Es que ya me estaba aburriendo... y quería proponer si nos íbamos a tomar algo ya.
Todos la miraron con una buena ración de odiofrustreflipeincomprensión.
-Pija caprichosa... –masculló de mal humor la ya ex condesa Meli. -¿Nos vamos madame?
-Sí.

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