martes, 9 de junio de 2009

7. Amor Propio

Era lunes por la mañana y Karla estaba teniendo problemas para concentrarse. Suspirando, cerró otra vez los ojos y volvió a empezar. Mmm…. sí… ese hombre, tan terriblemente atractivo, con el cuerpo tostado por el sol, mmm… acercándose lentamente a través de las dunas… foulard y feromonas al viento…
Los ruidos estrepitosos provenientes de la obra del edificio de al lado la volvieron a sacar del ensueño. Joder! sí que era difícil quererse a una misma últimamente. Y no solo porque los enervantes sonidos del mundo exterior estuvieran en su contra…
Se incorporó y observó toda la parafernalia que tenía montada alrededor. Dildos, bolas chinas, consolador, lubricante, un stick de incienso encendido, la taza aun medio llena de té a la menta, la insinuante musiquilla que no servía para nada dado lo…
Ring! Riiing! Riiiiiiing!
Lo que faltaba, el teléfono. ¿Quién podía llamar tan temprano?
-Hola?
-Yolanda?
-No, te equivocas.
-Ah, perdón.
La discusión y posterior desavenencia con el tontolabas de Marcelo la estaba afectando más de lo habitual, no entendía la razón de porqué su cerebro se empeñaba en dar vueltas y vueltas al asunto y ya estaba empezando a encontrar fastidioso el tema. Vale que ella no tendría que haberse reído de él cuando tropezó con aquella silla, manchándose de paso la camisa de salsa de mostaza, pero había sido tan cómica la imagen, que no pudo evitarlo. Pfff… y es que tampoco era para tanto… Lo que pasaba es que él era un picajoso, hombre, un tío sin un ápice de humor. Siempre tan estirado, pendiente hasta la obsesión de que nada se saliera de su sitio… en fin, con tanto falso amor propio, que probablemente se sentiría muy pequeñito sin, por ejemplo, ese requeteplanchado traje oscuro que le servía de armadura… mmm, pues venga, ¡fuera traje! Y de paso también ¡fuera gafas! Karla se lo imaginó en ropa interior. Je je, apostaba que llevaba la típica y vetusta camiseta imperio, lo mismo que esos calzoncillos blancos, los de “toda la vida”. Se lo imaginó, así de esta guisa, y en diferentes posturas a cual mas ridícula, alguna con la corbata puesta en el cuello a modo de cuerda, alguna incluso arrodillado ante ella suplicando su perdón. Mmmm…. jajaja, seguro que el original de carne y hueso no actuaría así pero ni borracho; seguro que se quedaba quieto, con su pinta de oficinista conservador, cada vez más lívido y con los ojos desprendiendo rencor o quizás, quién sabe… lo que le iba era ataviarse con una hermética expresión mientras se quitaba la susodicha corbata y, rebelándose, la usaba para maniatarla, ponerla sobre sus rodillas y darle una tanda de azotes en el culo.
Karla fue consciente de golpe que se estaba tocando y que la imagen de Marcelo en acción la ponía caliente. ¡Vaya! Quien hubiera creído que para ponerse cachonda, mentalmente prefiriera al bobo real que al guaperas imaginario!
Aprovechó para acomodarse más mientras ponía en marcha el consolador y comenzaba a estimularse la zona del clítoris suavemente con él mientras que con la otra mano se acariciaba de forma pausada los labios, el cuello, los pezones… se metió un dedo en el coño y se lo llevó a la cara, frotándose delicadamente los orificios nasales, para depositar su olor allí y reconocer su calentura con el olfato. La respiración se le aceleró. Visualizó a Marcelo sentado a su lado inspeccionando con aire científico sus genitales, tocándolos con toda familiaridad, metiendo un dedo, dos, tres… sacándolos… mmm… Karla se introdujo en el ano uno de los dildos y le dio más velocidad al consolador. Una multitud de imágenes se agolpó en su cabeza sin orden ni concierto, visiones cada vez más insustanciales ante la creciente oleada de placer. La llegada del orgasmo le provocó el único gemido emitido en las últimas horas y sonó casi como el lamento quedo de un moribundo. Luego le dio la risa tonta mientras comenzaban los cinco minutos que habitualmente se permitía de relax y lasitud muscular absoluta antes de levantarse, acabar de desayunar y arreglarse para ir al trabajo. Los disfrutó imaginando nuevas y diversas maneras de hablar con Marcelo sin que resultase raro ni él sospechase que era objeto de alguna broma secreta. Porque era capaz, con lo paranoico que era. O no. Tal vez, lo mejor era hacer todo lo contrario. Hablarle como si hubiera sido él el que realmente hubiera participado, haciéndole guiños, veladas referencias, sonrisitas, así, como para volverle un poquito loco, jeje. Que lástima que el Marcelo original fuera tan sosainas porque sería genial echarse unas risas juntos. En fin, dentro de nada podría comprobar si surgía algún cambio ya que lo iba a ver en el curro.
Ring! Riiing! Riiiiiiing!
Venga, otra vez.
-Hola?
-Yolanda?
-No guapa, te vuelves a equivocar.
-Ah, perdón.
Una ambulancia circuló por la calle perforando los tímpanos y el sistema nervioso de todo el vecindario y parte del extranjero. Desde luego, la farragosa vida diaria en la ciudad y todo aquello de “quiérase usted un poco más viviendo en armonía y paz con el mundo”, no acababan de cuajar.

1 comentario:

  1. Con cuentos como éste logras hacer muchísimo más humana a Karla. Mola. Creo que, salvo algunos adjetivos, está escrito de una manera fantástica y agil.

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