jueves, 21 de octubre de 2010

24. El Mago

No sabía lo que le había dado, solo que siguiendo un impulso repentino se había colado por un agujero olvidado entre los tablones que tapiaban el acceso al viejo edificio que iban a demoler en pocos días, tal como anunciaba un cartel en el exterior. Karla no desconocía que aquello había sido un teatro; ni grande ni importante pero con la suficiente mala fama como para que su abuela, la católica, esquivase el lugar como si se tratase de unas letrinas públicas cuando de niña la llevaba arrastrando de la mano. Se iba preguntando mientras se internaba en la penumbra si por casualidad le había dado un telele y no se había enterado, perdiendo el poco juicio que poseía. Además, por allí debían corretear unas ratas enormes, puaj! ¿Qué esperaba encontrar? ¿fantasmas? ¿visiones fugaces de un pasado pecaminoso? Sonrió para sí; siempre buscando algo indeterminado, aquello que colmara su hambre de maravillas. Bueno, esperaba que, por lo menos, la aventura no acabara con una visita al hospital con alguna astilla clavada o algo similar por haber hecho el tonto.
Tropezó con el bulto cuando se acercaba a observar más de cerca las fotografías de un antiguo póster colgado en lo que debía haber sido uno de los camerinos. “Eso” apenas se quejó al recibir el accidental pisotón pero fue suficiente para hacer saber a Karla que era “alguien” y que estaba vivo.
-Perdone –dijo apartándose unos cuantos metros por si tenía que salir por piernas.
-Patti, eres tu? Es... –una violenta tos cortó lo que intentaba decir.
-Señor, se encuentra mal? –Karla, desde su posición, intentó vislumbrar mejor al tipo tumbado entre cartones, trapos y otros objetos no identificados. –Voy afuera y llamo a una ambulancia...
-¡No! –El grito frenó a Karla e hizo que el individuo volviera a toser con más fuerza.
-No... -repitió con un hilito de voz. -No se vaya... por favor. No tenga miedo, yo...
El hombre se incorporó lo suficiente como para apoyar cansinamente los omoplatos en la pared y se puso a rebuscar entre los bultos mas cercanos sacando un cabo de vela que encendió con manos temblorosas. Luego, sin añadir nada más, la miró con unos ojos muy abiertos y brillantes, enmarcados en unas cuencas demasiado acentuadas para pertenecer a una persona sana.
Karla sintió que la pena y un nudo en la garganta cada vez más grande le impedía vocalizar cuando contempló con la nueva iluminación el estado de abandono en que se hallaba el hombre. Se dejó caer de rodillas, aun bajo su fija y turbadora atención, sin resistirse a interpretar un papel que no comprendía del todo.
Observó como él, tras varios intentos de comenzar una historia, alzaba vacilante un dedo para señalar el póster que había despertado el interés de Karla al principio. Obediente, se fijó en la imagen central. Le costó un poco reconocer en aquel festivo, apuesto y sonriente personaje de la foto a la ruina humana que tenía delante pero la evidencia se impuso al constatar el mismo dibujo de cejas y el idéntico corte recto y largo de la línea de la nariz en uno y en otro.
-Me he escapado de una mierda de residencia y... pretendo morir aquí –dijo débilmente.
Las sombras producidas por la llama en la sucia pared de detrás del viejo iniciaron una danza frenética y parecieron querer tomar formas definidas.
-Patti... tan bella... tan suave... tan risueña... mi amor –la voz se deslizaba por el espacio entre ambos a ritmo de letanía. Karla notaba los grandes ojos translúcidos clavados en ella y haciendo un esfuerzo lo volvió a mirar directamente.
-No soy ella, señor.
-Mira, aun tengo tu guante, lo llevo siempre conmigo...
Cuando el hombre blandió ante ella un precioso guante femenino de raso negro con, todavía, algunos diminutos brillantes incrustados, Karla comprendió lo importante que debía de ser para haberlo preservado tan bien de las inclemencias del tiempo y de la vida.
Suspirando lo tomó con delicadeza.
-Póntelo, querida...
Primero se lo llevó a la nariz. Tal vez fuera su imaginación pero le pareció que un lejanísimo vestigio de aroma a jazmín rozaba su pituitaria. Luego, lentamente, fue introduciendo su mano en el guante con mucho cuidado mientras era acompañada por una serie de chocantes gruñiditos procedentes del individuo que Karla interpretó al cabo de un momento como una manifestación mezcla de expectación y deleite.
-Pattipattipatti... cómo te he extrañado! Venga, amor; que ya empiezan a sonar los primeros compases y necesito que, antes de salir a escena, me estimules como solo tú sabes hacerlo...
Karla le vio apartarse las mugrientas ropas, desabotonarse la blanquísima y reluciente camisa de seda, dejar el esquelético torso al descubierto, mostrar el atractivo pecho masculino... revelar sinuoso el camino hacia los atributos varoniles... sí, eso sucedió igual en ambas realidades.
Se preguntó a si misma si le iba a dar el gusto permitiendo que el juego llegase hasta sus últimas consecuencias, una cosa media como ponerle a tono para luego dejarlo con la miel en los labios o directamente se sacaba el guante y abandonaba ese infecto agujero a toda prisa. “Que lástima que tenga la atracción por lo extraño y grotesco tan desarrollada” se dijo sin pizca de pesar y entrando de lleno en el cruce de miraditas morbosas y sonrisitas con punta de lengua incluida. También habría que señalar cierta ilusionada curiosidad ante la clase de visiones que el hombre podía invocar para ella.
Con cuidado de no pisarle, se fue acercando contoneando levemente las caderas mientras hacía bailar su mano enguantada por delante, como una serpiente respondiendo a una secreta melodía. Se agachó al llegar a él y le puso la mano abierta en el pecho desnudo. Su respiración se aceleró. Tenían los rostros a escasos centímetros uno del otro y Karla lo miró ladeando un poco la cabeza con un gesto ligeramente burlón que inmediatamente encontró respuesta en la chispa que iluminó los ojos del hombre.
-Puto –Karla sonrió mientras le susurraba con voz ronca, –ya me parecía que lo de la pena no iba contigo. Deja de meterme esa mierda en la cabeza y dame placer, que aun no estás muerto.
-Patti... te adoro mi niña pero date prisa... mira ahí... el teatro está a tope y pronto apagarán las luces...
Karla vio como mas allá se entreabría una cortina roja para mostrar una platea repleta de gente bulliciosa, algunos fumando, otros riéndose a carcajadas, otros más aplaudiendo impacientes al ritmo de una alegre tonada que surgía de una pianola... en lo alto, una gran araña de cristal iluminaba la escena. Su mano enguantada empezó a moverse.
Le acarició el pecho descendiendo poco a poco, internándose de forma ocasional hacia los costados. Podía contar perfectamente sus costillas hasta que la rodeó el intenso olor a jazmín. Todo estaba bien; el cacho de carne masculina que tenía a su disposición solo podía pertenecer a un macho alfa en plenas facultades físicas. El muy impúdico guante se introdujo entonces por la bragueta abierta en busca de su presa. Jugueteó primero con los testículos, masajeando sin presionar, sopesándolos en los dedos, pasando luego a toquetear el orgulloso y vibrante miembro que acabó agarrando de manera firme para iniciar el clásico a la par que efectivo movimiento arriba y abajo entre los suspiros entrecortados del joven viejo prestidigitador. Karla lo observó mientras imprimía velocidad a su mano.
-Sí, Patti... así... Oooh... oooh...
Los márgenes de su rostro cambiaban de lugar intermitentemente y la boca adoptaba un gesto mil veces repetido dados los surcos que aparecían entre brillos. Karla dirigió nuevamente su atención hacia la sala central, donde en ese momento se levantaban al compás seis pares de piernas enfundadas en seductoras medias de rejilla bajo la cautivada mirada del público. De repente se preguntó si las personas que estaba viendo eran las representaciones pasadas de gente real y no una mera fantasía del hombre. ¿Cuántos años deberían tener ahora si así fuera? Probablemente la mayoría estaría muerta...
El guante era incansable. Su mano seguía subiendo y bajando a un ritmo constante y Karla se fijó en el estado del magnífico pene que agarraba. Por su textura y grosor ya debía estar muy cerquita de su máximo apogeo. Se concentró. Dadas las circunstancias, quería proporcionarle el mayor gusto posible sin, por supuesto, hacerle daño a su verdadero ser. Jadeó por simpatía cuando se percató de los fallos cada vez mas evidentes en el engaño a la vez que el placer crecía. Las coristas, por ejemplo, pasaron de saltarse algunas estrofas a quedarse sin piernas; el público simplemente desapareció, solo quedaron algunos tristes aplausos flotando en el aire. Súbitamente la enorme lámpara central se volvió incandescente; la oscilación de la cortina, los gestos, la música, el mundo, pareció congelarse y un chorro húmedo y caliente brotó con fuerza de su mano enguantada pringando todo a su alrededor. Entonces, casi sin dilación, vio levantarse al elegante mago, arreglarse la levita de espaldas a ella y sin dirigirle siquiera una mirada, lo vio apartar la cortina granate y salir a escena saludando a la multitud.
Y tras él, se hizo la oscuridad y el silencio.
Karla fue tomando paulatinamente conciencia de estar arrodillada otra vez frente al bulto informe de ropa sucia, polvo y desperdicios en el que sobresalía el cuerpo esquelético y medio desnudo del anciano. Con un repentino acceso de aprensión se quitó el guante y lo depositó encima de la bragueta abierta. Se incorporó con desgana sintiéndose embargada por una mezcla de melancolía y resquemor.
-Ya se que tenías prisa... pero podías haberte despedido, hombre.
Luego se encaminó al agujero de salida sin mirar atrás.

jueves, 1 de abril de 2010

23. El Jardín.

La vieja y alta puerta pintada de blanco se abrió con un chirrido casi imperceptible.
-Pasa Karla, adelante.
Ella traspasó el umbral y en cuestión de segundos se sintió invadida por una multitud de olores que pugnaban por embriagarla para su propio deleite.
-No es posible –Karla encandilada, con la boca abierta y los ojos como platos, miraba a su alrededor. -¿Cómo te lo has hecho para mantener esta maravilla de jardín y encima en un barrio bastante céntrico de la ciudad?
Tía Emma se rió feliz.
-Pues mira, luchando contra los malditos especuladores cada día. ¿Quieres un refresco?
-Sí tía, gracias. Uf! Aquí hace calor, entiendo perfectamente que vayas desnuda.
-Oh, es que el jardín posee su propio microclima y tanto los vestidos como cualquier otro accesorio acaban por molestar; si quieres puedes desnudarte tu también, querida.
-Mamá te envía recuerdos y dice que pasará a verte al final de la semana que viene si te va bien -le contestó Karla, desprendiéndose de su ropa muy rápidamente.
-Perfecto. Ah, puedes dejar tus cosas dentro de la casa, así no se mojarán si regamos.
-¿Y tío Blai?
-Ejem... está en el cerezo.
-¿Habéis discutido?
-Na, tonterías.
Karla cabeceó divertida. Conocía, por los comentarios maliciosos de su madre, la importancia del cerezo en las relaciones de sus tíos. Esta era la primera vez que tenía ella de ver personalmente el escondrijo, ya que no pisaba al lugar desde que era una cría revoltosa y se había cargado uno de los parterres de gladiolos.
-Bueno, y qué es de tu vida?
-Pues en general bien, tía. Tengo amigos, me divierto, trabajo...
-¿Algún noviete?
-Muchos, tía Emma –dijo Karla con una sonrisa.
-Así me gusta, cielo. Hay que aprovechar la juventud para vivir y aprender todo lo posible. ¿Ya viajas y lees lo suficiente?
-Últimamente leo mas que viajo, pero sí, hago lo posible. De hecho, hará un mes, más o menos, que volví de darme un voltio por el sur. ¿Y vosotros que tal? Oh, vaya... jaja... –Karla concentró su mirada en un punto mas allá de la verja que rodeaba la propiedad. – Tía... ¿es normal que un vecino de aquel edificio que tienes a tu espalda se esté haciendo un pajote sin dejar de mirarnos?
-¡Que lenguaje, niña! –Tía Emma suspiró sin girarse. –Se dice: vuelta. Y sí, ya es algo habitual en ese energúmeno. Es el del tercero, verdad? –la mujer hizo un gesto de disgusto. -Desgraciadamente no podemos evitar que se construyan edificios más altos a nuestro alrededor y que los habiten personas groseras y cerradas de mollera. Dentro de quince días, más o menos, plantaremos unos cipreses ya creciditos que hemos encargado que le van dificultar bastante más la visión, pero hasta entonces...
-¿Vive solo?
-¡Qué va! Tiene la clásica estructura familiar: mujer ama de casa y cuatro o cinco críos. No sé lo que estarás pensando Karla, pero yo no soy de esas que van con el cuento a la esposa. Me da vergüenza y además estoy convencida que no serviría de nada.
-¿Y que tal grabarlo en video y colgarlo en internet? ¿Tenéis cámara?
-Sí, pero ¿no crees que se meterá para dentro si ve que lo grabamos?
-Me parece que si está distraído no se va a coscar una mierda. Le pagaríamos con su misma moneda.
-¡Esa boca, nena! Coscar... coscar...
-Puedo ofrecer un espectáculo muy estimulante y calentito, sobre todo si añado alguna de las berenjenas o pepinos que crecen ahí.
-¡Ay, que locura! Está bien, probemos. Lo que me fastidia un tanto es que le daremos motivos para que se reafirme en la idea de que los naturistas somos todos unos pervertidos... En fin, voy a decirle a tu tío que se encargue de la cámara. Yo... yo no quiero participar directamente en el show (jijiji... a mi edad!) pero puedo dejarme ver regando tranquilamente por allí para que no sospeche. Oh, también puedo preguntarle a Duarte si se prestaría... para que no estés sola, más que nada.
-¿Quién es Duarte?
-Nuestro cocinero portugués. Ni tu tío ni yo sabemos cocinar.
-De acuerdo, pero solo si él quiere.
-Evidentemente.
Tía Emma desapareció en el interior de la casa para, al cabo de unos cinco minutos, volver con un recado. Mientras, Karla se había inclinado para aspirar el aroma de una magnolia cuidando, eso sí, de mostrar perfectamente su culo al vecino pajillero.
-Dice que vale pero que él no se desnuda, que no es naturista como nosotros, ni que tampoco le pagamos para hacer de semental o de modelo de exhibición... y que vayas a la cocina para que te eche un ojo antes –se puso una mano delante de la boca para ocultar una sonrisa. -Al fondo del pasillo a la izquierda.
Karla, curiosa, fue hacia allí.
-Hola.
-Hola.
Ambos se midieron con la vista.
Duarte impresionaba. Era grande, con una panza a juego y unas manazas tremendas (de esas que te pueden empastar contra la pared de un solo toque). Tendría unos cincuenta años y aunque las sienes, cejas y bigote le griseaban, sus ojos eran profundamente negros y brillantes. Menos mal que un rinconcito de su boca parecía sonreír.
-Me han dicho que necesitas ciertos vegetales y tal vez alguien que te los coloque.
No desvió ni un solo instante la mirada.
-Sí, te han informado bien.
-Ven aquí rapaza, necesito saber qué tamaño es el adecuado para no producirte daño ni... aburrimiento.
Karla se dejó manosear con verdadera satisfacción ya que el cocinero, a pesar de su apariencia, era contenido en sus gestos. Uf! El problema (si se lo podía llamar así ) era que la estaba manipulando demasiado bien y se estaba poniendo cardíaca perdida.
-Deja ahora mismo de hacerme una mousse o no respondo de mí misma, grandullón.
-¿Y qué farías, pastelín?
-Me encantaría tirarme encima de ti, arrancarte la ropa y follarte pero me parece que no podría sin colaboración. ¿Seguro que no quieres que la liemos en el jardín? Me apeteces muchísimo...
Él suspiró con falsa resignación.
Al cabo de un rato, Duarte, vestido, salió al jardín y se acomodó ante la mesita de la pérgola con una taza de café. Karla, desnuda como antes, apareció corriendo por su derecha golpeándole el codo con la cadera, con tan mala fortuna que la taza cayó al suelo rompiéndose con el impacto. Duarte pareció enfadarse mucho y agarrando a Karla por el brazo la colocó en su regazo boca abajo y comenzó a darle unos sonoros azotes en las nalgas que provocaron agudos grititos por parte de ella y jadeos por parte del vecino mirón que volvió a darle al manubrio con renovado interés. La chica se removía como un pájarillo intentando escapar, pero no podía deshacerse de los poderosos brazos que la sujetaban... mmm... eso le ponía... sobre todo, cuando se dio cuenta que en la azotaina, el enorme cocinero intercalaba cada vez más roces y toqueteos que poco tenían que ver con el castigo. Y cuando empezó a introducirle un calabacín por el culo, diosss! estaba tan caliente, tan a punto, que no pudo evitar correrse casi al mismo tiempo de percatarse que el puto viejo lo estaba grabando desde una esquina. ¡Mierda! Sin pensar, se metió para adentro cerrando la puerta del balcón. Luego, por impulso, también apagó la luz.
En el jardín, Karla se había sentado sobre (el miembro de) Duarte y se hallaba concentrada terminando lo que tan alegremente había originado, esta vez sin interrupciones ni gestos para la galería.
-¿No se suponía, tío Blai, que no tenía que verte? -Karla preguntó más tarde, cuando los cuatro estaban sentados ante los restos de la cena, en la pérgola.
-Jeje, sí. Eso hubiera sido lo apropiado si lo hubiera grabado realmente.
-¿Cómo? ¿No lo hiciste? -los demás se miraron sorprendidos.
-No. Este modelo de cámara necesita un pequeño disco y no me quedaba ninguno virgen. Entonces pensé que lo más efectivo sería dejarme ver y que lo asustara su propia imaginación.
-Jajaja, qué bueno tío Blai.
-Además, quienes somos nosotros para... ejem, bueno, ya me entendéis.
Karla levantó el vaso sintiéndose feliz.
-Brindo por esa idea, por este jardín tan hermoso y mágico, y por nosotros, para que podamos seguir disfrutándolo mucho tiempo.
Los otros tres la acompañaron alzando sus vasos respectivos.
-Así sea, preciosa.

lunes, 1 de marzo de 2010

22. Lección

Karla se introdujo el miembro totalmente enhiesto del chico ayudándose con la mano y se inclinó para besarlo en la boca. Aun sabía a chicle de fresa. Con un suspiro, le fue mordisqueando el labio inferior, la suave barbilla y el cuello, hasta que de repente le pareció incluso que desprendía el típico aroma de colonia de bebés. Se incorporó de inmediato y lo miró fijamente a los ojos.
-Oye, estás seguro que eres mayor de edad? No quiero que me acusen de corruptora de menores...
-Te lo juro –dijo él, intentando aguantar con más o menos dignidad el escrutinio, mientras depositaba cautelosamente una mano en la nalga más cercana. –Además, tengo más experiencia en estos temas que otros de mi edad.
“Sí, muchísima experiencia” pensó Karla con ironía, observando el movimiento convulso de las caderas y la pelvis del chico. Pero sonrió por la energía y el esfuerzo que les imprimía.
-De acuerdo, me lo creo. Pero no estará de más repasar ciertas lecciones, verdad? Abre la luz del todo.
Se despegó del otro cuerpo y se sentó en la cama cruzando las piernas en posición de yoga. Él se sentó enfrente de ella, un poco frustrado por el brusco desenchufe pero a la expectativa, después de hacer lo que le había mandado.
-¿Las manos limpias? Sí, ya veo. Muy bien. Ahora observa.
Karla extendió las piernas apoyando una en un hombro del chico.
-¿Ves bien mi coño? Perfecto. Acerca más la lámpara si lo necesitas. Tócalo, explóralo. Sin vergüenzas... eso es... aparta suavemente los pliegues y fíjate en su forma. Ese bultito al norte es el clítoris. Se tiene que acariciar delicadamente o en vez de placer, provocarías ganas de darte un empujón cuanto menos... A veces, depende de la tensión que se sienta, es preferible presionar alrededor en vez de ir directo ahí. Sería equivalente a la punta de tu polla, creo... Oh, pero a veces, me puedo correr solo con eso... Acerca la punta de tu lengua y lámelo... ¿te da asco? Jeje, no te preocupes, yo también me he lavado. Y ya que estás ahí, aprovecha para olisquearme como si fueras un perro. No veas como pone el olor... hay un montón de olores además. Los hay suaves y fuertes, los hay que enamoran... depende de la persona y también del día. Nunca es una pérdida de tiempo regodearte en el olor... porque el sexo no es una competición de nada, ni una demostración contínua de poderío físico... Bueno, ahora mete el dedo lentamente... está húmedo, no? guay... así entra fácilmente... cuando notes que no está suficientemente lubricado, lo mejor es poner aceite o vaselina para no irritarlo... ya se que lo sabes, no pongas esa cara, lo digo porque a veces, con la excitación, queremos meter rapidito y luego sale como sale... muy bien... muévelo lentamente, nota... mmm... las paredes, dóblalo un poquito y siente... uuuh... la elasticidad... oooh... sácalo nene, me estoy poniendo como una moto... si me estuvieras haciendo un trabajito, luego meterías otro dedo más, por ejemplo... y luego otro, talvez... o no... pero ahora no es el caso.
Karla lanzó un profundo suspiro, se dio la vuelta poniéndose a cuatro patas y continuó con la lección.
-Ahora observa mi culo.
-¿Por qué? Es igual al mío, no? –dijo nervioso, apartando la vista.
-Claro que sí -ella giró la cabeza para poder verlo. -Pero no hay que olvidarlo como fuente de placer. Y si está limpio no hay razón para tratarlo como una cosa asquerosa. Se supone que ahora no estás con el rol de una madre harta de limpiar culos cagaos ni el de un crío, harto de que se lo fregoteen cada dos por tres. Eres un adulto que estás sintiendo y admirando los cuerpos de dos adultos, el tuyo y el mío, que espera extraer el mayor placer que pueda de ellos... Así que toca y acaricia mi culo. Más lentamente. Nota la rugosidad del ano. ¿Sientes humedad? ¿a que no? Eso significa que si quisieras hacer algo con él, algo con algo más grande que tu dedo, tendrías que lubricarlo sí o sí, ya que no posee la facultad de humedecerse por sí mismo como el coño. De no hacerlo, me podrías producir desde una irritación a un desgarro, que por cierto, duele que te cagas. Vale ¿quieres meter un dedo? Puedes chupártelo antes... ¿no quieres? Jajaja, está bien, otro día será. Pero te informo que un dedito jugueteando por ahí mientras se folla, mola un montón. Ah, una advertencia muy importante si no deseas que tu partenaire pille molestas infecciones: tanto polla como dedos, del coño al culo, muy bien. Al revés nunca. La flora de cada sitio es diferente y el delicado equilibrio de la del coño no soporta intromisiones. Pues bueno, una vez aclarado el tema (más o menos) podemos pasar a la práctica... Ven aquí, chiquitín...
Karla agarró al chico por el cuello y lo tumbó a su lado.
El sonido de unas llaves manipulando la cerradura de la puerta de entrada hizo que el chico se incorporara en el acto con cara de terror.
-Uuuy! Karla, por favor, escóndete en... en ese armario. –susurró aprensivamente mientras bailoteaba a la pata coja intentando ponerse los tejanos. -Seguro que es mi padre. Vaaa... porfiporfiporfi...
Karla agarró su ropa meneando la cabeza con pesar y se dirigió hacia allí.
-Pfff... lo que faltaba… mecagontosmismuertos… que final más clásico... críos...

viernes, 29 de enero de 2010

21. A Dedo

Hacía calor. Bueno, no era un simple calor de tres al cuarto; de hecho, Karla notaba que su cerebro estaba a puntito de licuarse e ir a parar a la mas absoluta “nadidad”. Se había colocado una de sus camisetas como protección ocasional de la cabeza y eso atemperaba un poquito el demoledor ataque de los rayos solares pero como no la recogiera pronto alguien o le saliera al paso la sombra de un arbolillo donde resguardarse... Miró por enésima vez a su alrededor: carretera y planicie con campos de trigo, campos de trigo, carretera y campos de trigo, campos de trigo y a lo lejos un campanario. Esto era el sur. El interior del sur, al mediodía y en verano. ¿Podía existir algo más caluroso?
Un apagado runrún le hizo girar nuevamente y prestar atención al punto donde la carretera se juntaba con el horizonte. Entrecerró los ojos forzando la vista hasta que vislumbró, con ese aspecto de espejismo que tiene cualquier cosa que es mirada a través de los vapores que desprende el asfalto derritiéndose, un automóvil blanquecino que se aproximaba lentamente.
Karla alzó el pulgar.
El vehículo se tomó su tiempo para llegar, para frenar y para mostrar la salvadora cara de su conductor por la ventanilla.
-Hola, ¿hacia donde vas?
-Hacia adelante.
-Va, entra, antes de que pilles una insolación.
-Muchas gracias.
El hombre esperó a que Karla hubiera soltado su mochila en el asiento trasero y se acomodara en el que tenía a su lado para preguntar.
-¿Y como es que te encontrabas allí, en medio de la nada, y con este calor?
-Bueno... -explicó Karla acabándose de un trago una botellita de agua. -El tío del último coche en el que me monté decidió soltar lastre justo ahí.
-Pues que hijo de puta! Que pasó?
-Nada importante, que no quise follar con él. -Karla sonrió minimizando el asunto. -En realidad, no creo que quisiera hacerme daño. En vez de caminar siguiendo la carretera como una idiota, yo podría haberme dirigido hacia un lugar sombreado y esperar que bajase la temperatura antes de intentar continuar con mi viaje pero desconocía el poquísimo tráfico de esta zona y mira... –se encogió de hombros. -¿Tu eres de por aquí?
-Mi familia. Yo vivo en la capital aunque los visito una vez al mes, más o menos. Por cierto, me llamo Manolo.
-Yo Karla, encantada.
-¿Y qué te trae por estos lares?
-Una apuesta. Mejor dicho –aclaró Karla, antes de que el otro la interrogara, -el pago por perder una apuesta: tengo que ir hasta la otra punta del país en autostop, recoger una piedra en contacto con el mar y volver.
-¡Vaya! Pues podrías haber viajado en avión, coger la piedra, tirarte una semana de vacaciones y luego volver. O mejor. Te agachas, coges una piedra y no contestas el teléfono en una semana.
-Nooo... Yo sabría que es mentira. Y además, que dices? la aventura es la aventura; no podría perderme semejante experiencia.
Él la miró a los ojos. Por supuesto, brillaban.
-Estás loca -dictaminó. -Y eso... eso me pone...
-Ah sí?
-Sí, porque, jeje, ya sabes, no hay nada como follar a tontas y a locas, jajaja
-Tu sí que estás sonado, Manolo –dijo Karla riéndose del chiste.
-No creas, normalmente no soy tan lanzado... será el efecto “desconocida”. Aunque no te preocupes, si no te apetece, no pienso dejarte tirada en cualquier parte.
-Ya.
Karla observó al tipo conducir todo tieso agarrado al volante mientras se iba ruborizando por momentos y le hizo gracia. Estiró el brazo y rozó el bulto que se formaba entre sus piernas con los dedos. Estaba bien duro. El coche hizo un extraño quiebro aunque afortunadamente no fue a parar al otro carril.
-¿Paro? –susurró Manolo con voz ronca moderando la velocidad.
-Vale, pero no me apetece hacerlo ni dentro del coche ni en un motel como si fuera una vulgar puta. Ni en plena solana, claro.
-Oído cocina. Mmm... se me ocurre un lugar, a unos cinco kilómetros de aquí... ¿te va bien un dolmen rodeado de unos cuantos árboles? No es gran cosa pero...
-Sí. Me gusta la idea.
Al rato se desviaron a la izquierda y tras unos minutos de ir dando tumbos a causa de los baches del camino llegaron frente al megalito prehistórico. Se hallaba situado un poco más alto que los campos circundantes y le acompañaban cuatro árboles raquíticos y unos cuantos arbustos polvorientos. Karla y Manolo salieron del automóvil sacándose ya la ropa respectiva y buscando la sombra adecuada donde yacer. Los dos estaban muy excitados. Él extendió su camisa sobre la tierra y una vez encima, comenzó a lamer el sudoroso cuerpo de Karla, que agradecida, le devolvió el favor.
-Ah, que gusto con la brisa...
-Manolo, túmbate. Creo que esta postura va a ser la mejor para follar con este calor –dijo Karla sentándose encima y agarrándose a una rama bastante gruesa situada por encima de su cabeza. –Me daré impulso con esto.
Con la fuerza de sus brazos como ayuda, ella inició el acoplamiento a un ritmo contenido que no impidió que las gotas de sudor le resbalaran por las sienes y por la nuca. No hablaban, cada empujón era acompañado por los jadeos de ambos. Él colocó las manos en los pechos de ella, frenando el balanceo, pero las tuvo que volver a poner otra vez en tierra porque el terreno era bastante irregular y con cada acometida se desplazaba un poco más de su posición original. Para colmo, Karla iba acelerando la cadencia al tiempo que crecía su excitación así que cuando se soltó de la rama para besarle en la boca, los dos se fueron terraplén abajo.
Mas tarde, ya en el coche y sentados de aquella manera para rozar lo menos posible las contusiones y rascadas producidas en la caída, comentaban lo acontecido.
-Yo creía que estabas sobre una base suficientemente firme -la voz le salió temblorosa a Karla.
-Yo también. Por lo menos al principio. Y después ya fue... jiji... irremediable.
Observó como Manolo, al igual que ella, intentaba contener la risa forzando un gesto grave y no pudo aguantarse más.
-Jajaja, tenías una cara tan graciosa...
-Jajaja, pues mira que tú... esa expresión de terror... jajaja. Ay, que bueno! -Manolo se enjugó una lágrima. -Por cierto niña ¿te llegaste a correr?
-No. ¿Que tal si vamos a un motel?
-¿Como si fueras una vulgar puta?
-Si no hay más remedio...
Karla sonrió picarona entre un gesto de embarazo y otro de dolor.

jueves, 31 de diciembre de 2009

20. Epístola a un ex

La carta decía así:

“Queridísimo Mardi Gras, te echo de menos.
Los días transcurren un poco más grises y aburridos desde tu partida pues se nota rápidamente el vacío de tu presencia por la falta de esos comentarios tuyos llenos de chispa y gracejo tan acordes con tu apodo.
Cierto que gustabas también de añadir elevadas dosis de belicosidad, sobre todo cuando tus peroratas estaban destinadas a los personajones (joder, hay tantos!) con más fachenda que contenido, pero cómo podría quejarme de una de tus características más emblemáticas si sabes de sobra que las disfrutaba como nadie.
Eugene, me parece fatal que decidieras irte así por las bravas, sin avisar, sin darme opción a una despedida como es debido. ¡Imbécil, idiota, cretino, eso no se hace! No se hace con los amigos y mucho menos con aquellos con los que has compartido íntimamente el abanico de ideales, emociones y placeres como el que tu y yo hemos desplegado tantas veces.
¿Y ahora qué? ¿qué hago con este nudo que tengo en la garganta, por ejemplo?
No quiero entrar en averiguaciones y en detalles escabrosos de tus razones para hacer lo que hiciste; tu siempre has sido muy autosuficiente y porfiado a la hora de tomar tus propias decisiones, pero que sepas que creo que la has cagado. Y de largo.
Encima, a tu hermana le faltó tiempo para echarme en cara no sé que cosas porque, en realidad, a partir de un momento determinado, todo lo que salía de su boca se iba convirtiendo en algo incomprensible e inconexo. La abogada y yo nunca acabamos de hacer buenas migas.
Ah, por cierto, aun tengo varios paquetes de cosas tuyas circulando por casa, esperando en vano esa decisión tuya de desvincularlas de mi vida de una vez por todas. ¿Las tiro o te las envío vía ouija-expres? No es que me molesten especialmente, (ya sabes que tengo tendencia a vivir en el caos), es solo por una cuestión de salud mental.
El otro día me sorprendí sonriendo al recordar aquella vez que recién conocidos te empeñaste en que nos mantuviéramos encerrados en esa especie de nave de madera que construiste en el jardín de tu casa y que durante una semana entera pareciera que orbitábamos alrededor de un planeta inexplorado con ocasionales descensos a su superficie. Joder, que incomodidad! Las maderitas y demás materiales utilizados a veces se clavaban por todas partes... pero, y esto hay que remarcarlo, qué bien y cuanto follamos esos días! Uf, los vecinos debían estar escandalizados todo el tiempo ya que ninguno de los dos se ha caracterizado nunca por la discreción en cuanto a la emisión de sonidos se refiere. Me encantaba sobre todo la forma en que me masajeabas, estrujabas, apretabas los pechos... mmm... con que dedicación. Tenía incluso la sensación que existía un cable que unía los pezones con el bajovientre porque cada caricia tuya en mis tetas, repercutía como los terremotos, notando algo parecido a un corrimiento de tierras ahí abajo. Aaay, cuantos buenos momentos...!
Esto... ¿te acuerdas de Susan? Supongo que sí. La última vez que la vi fue delante de tus despojos, mirando descompuesta ese repeinado tan años cuarenta que te habían hecho en la morgue. Tiiiiio, que raro que te quedaba! Pues me ha llamado esta mañana. Lo ha hecho para informarme que ha vuelto de su lugar preferido de meditación porque necesita revisar las cosas tuyas que están aquí con la intención de llevarse no se qué que dice que es suyo, que se lo habías prometido porque estabais íntimamente unidos en los últimos meses. (¿¿??) Miente, verdad? Creo que me lo hubieras dicho. Cuando rompimos una semana antes de tu... mmm... llamémosle estupidez, me contaste que estabas iniciando un nuevo ciclo vital y todas esas cosas, pero que no había nadie más, NADIE, y me lo juraste sin yo pedírtelo ni nada. Además, mierda, teníamos mutuo permiso para acostarnos con otros si lo deseábamos. ¿Para qué ibas a liarte en serio con Susan? En fin... le he dicho que se pase cuando quiera; tengo curiosidad por ver que es lo que se lleva.”

Karla rebuscó en la maleta la continuación de la carta. Aparte de algo de ropa de entonces, encontró postales, cajitas de metal, piedras recogidas en diferentes lugares, dos jaboncitos de hotel, una pulsera de cuero, un montón de fotos que también creía perdidas, lápices de colores, un manojo de llaves, un silbato, unos dados, una sombra de ojos... joder, de todo menos el puto folio que faltaba. La maleta, llena hasta los topes de cosas suyas, se la había enviado recientemente su padre desde Inglaterra ya que iba a poner en venta la casa de Portsmouth y necesitaba sacar todos los trastos antes de enseñarla a posibles compradores.
De todas formas, aun sin leer el resto de la carta, se acordaba perfectamente de cómo había vivido aquel tiempo y las circunstancias que rodearon la muerte de Eugene “mardi gras” Parker, uno de sus primeros novios y el más extravagante de cuantos tíos había conocido hasta entonces. Le había sentado fatal, casi como una traición aunque en ese momento ya no fueran pareja, su inexplicable muerte. De acuerdo que, por lo aprendido en los años siguientes, hubiera podido definirlo como alguien bipolar. Incluso tras la visita de Susan, que en realidad vino más a “mostrar” que a “recoger” pues se presentó ante ella con un bebé en brazos con rasgos que, con algo de imaginación, podrían atribuirse a él... El caso es que Karla siempre había sentido que no eran razones suficientes para tan drástica decisión. Tal vez fue un maldito y desgraciado accidente; a Mardi le gustaba jugar al borde del abismo. Pero tal vez no, quien sabía...
Karla recogió impulsivamente otra vez todo dentro de la maleta y la colocó en lo alto del armario grande, en espera de un mejor ánimo para clasificar lo que iba destinado a la basura y lo que no. Luego se tumbó en la cama boca abajo al notar como le caían unas cuantas lágrimas que se apresuró a secar con la sábana.

domingo, 29 de noviembre de 2009

19. Entrevista

Karla presionó el timbre correspondiente del interfono y esperó una respuesta mientras sonreía a un niño que pasaba por su lado haciendo burbujas de jabón.
-Sí?
-Mikele Oké?
-Pasa. ¿Té o café? Antes dime que te apetece que te prepare... porque tienes que subir al sexto piso y no hay ascensor.
-Muy amable. Pues un café con hielo.
La conversación y el ruidito añadido del portero automático se cortó y Karla se vio delante de la típica escalera mal iluminada, estrecha y empinada de cualquier viejo edificio del barrio chino. Con un suspiro de resignación comenzó el ascenso. Perdió la cuenta de los peldaños mas o menos por el tercer piso, cuando se tropezó con uno en el que las baldosas estaban flojas y su respiración aprovechó para desacompasarse.
Mikele Oké, pintor experimental con cierta fama en los sectores artísticos y modernillos de la ciudad, le abrió la única puerta de la última planta. Estaba totalmente desnudo, a excepción de un sombrero y unas zapatillas. Se quedó un rato parado, viéndola resoplar de mala manera, con una ceja más levantada que la otra y unos cuantos rizos castaños sobresaliendo de su prisión.
-Uuuy nena... que sofoco. Necesitas ponerte en forma, reina. Ven, acompáñame al dormitorio; es el sitio ideal para una entrevista y además estoy acompañado.
Dicho lo cual, giró sobre sí mismo y Karla se limitó a seguir el acompasado movimiento de sus nalgas morenas por un pasillo decorado del techo al suelo por lienzos de todos los tamaños made in Miok, la firma habitual del artista, hasta llegar a una estancia transformada con colores muy vivos en salón-dormitorio y en cuya pared principal, centrado y elevado por una tarima, se hallaba el lecho matrimonial. Un joven rubio de piel muy blanca, tumbado encima de las sábanas de seda roja y con aspecto de estar muy aburrido, la miró sin mostrar ningún interés.
Mikele le señaló un juego de sofá y mesita al estilo moruno donde reposaba el refresco que había pedido mientras él se deslizaba nuevamente al lado de su compañero, el cual repentinamente pareció cobrar vida.
-Así que... Karla, no? Y has venido por un proyecto de Marcelo... –indagó el pintor esquivando a medias los besos y demás muestras de amor.
-Bueno... ejem, te cuento -Karla enderezó su postura sentándose más en el borde del sofá. -En realidad, la performance es de un grupo danés que desea un espacio amplio en el centro, con representación pictórica de alguien local... y a Marcelo, que es uno de mis compañeros de trabajo, se le ocurrió, ya que por lo visto te conoce, que podías ser tú.
-Sí... –dijo Mikele con voz entrecortada y los ojillos semicerrados. Karla no supo si se refería a que sí, que conocía a Marcelo o a que le gustaba mucho como el otro le estaba chupando la polla.
Se tomó el café tranquilamente mientras esperaba algún tipo de señal que la mostrara el momento oportuno para continuar hablando, aunque pronto se distrajo mirando la maravillosa terraza en que se había convertido la azotea por obra y gracia de Oké.
-¿Te gusta? -oyó que decía éste. Dudó también si la frase iba dirigida a ella pero lo vio inclinado, observando la pared de cristal por la que se accedía al exterior.
-Preciosa, de verdad. Me recuerda un poco a...
-Klimt. Sí, por los azulejos dorados. ¿Como es que no ha venido Marcelo?
-Pues no sé, seguro que tenía un montón de curro.
-Hubiéramos podido hacer un trío magnífico, como la última vez.
-Aps lo siento, pero le diré lo que se ha perdido en cuanto lo vea. Por cierto, saludos de su parte.
-¿Te incomoda esta situación, Karla?
-¿Cual? ¿Ésta en la que los dos os estáis dando gustito mientras yo intento explicar de qué va la cosa? -sonrió jovial. -No, en absoluto. Me gusta el sexo aunque no participe. Además, no tengo hambre, vengo bien servida.
-Y si te invitara?
-Puaj, una mujer! -intervino la pareja del pintor dejando de lamer y torciendo el gesto.
-No seas maleducado, niño –le riñó Mikele.
-No te preocupes –le intentó tranquilizar Karla. –En serio, no me apetece. Si... ejem, si acabáramos con el tema de los cuadros, podríais seguir con lo vuestro sin interrupciones.
Por lo visto a Mikele le gustaba tener espectadores pues no contestó; en vez de eso, agarró al joven por las piernas y le dio la vuelta colocándolo a cuatro patas. Se humedeció los labios y comenzó a recorrer a besos y pequeños lengüetazos su columna vertebral. Muy lentamente, pues se sabía observado. Así, hasta llegar a las respingonas nalgas a las que enrojeció con un par de cachetitos antes de separarlas e impregnar con su saliva el rosado ojete del chico.
Karla se había vuelto a sentar educadamente en el sofá para contemplar sin reservas el espectáculo y cumplir con el papel de observadora que le habían destinado. Al principio con el ánimo neutro y benevolente de aquel que hace un favor, pero las fosas nasales ya se le habían empezado a dilatar y respiraba cada vez más profundamente, seducida por los hipnóticos movimientos amorosos de los dos hombres. Así que, cuando el pintor introdujo de forma súbita y brutal su miembro por el ano de su acompañante, se quedó momentáneamente sin aire como si hubiera sido ella la receptora del impacto. Cruzó las piernas pausadamente, intentando controlar las sensaciones que empezaban a emerger del bajovientre y continuó mirando como si la escena que tenía ante sus ojos no la afectara lo más mínimo.
La cara del joven estaba congestionada y resplandecía por el sudor pero aceptaba las embestidas del pintor con verdadera ansia meneando su trasero como un verdadero poseso. A Karla le hubiera gustado estar en su lugar. Oké pareció percibir su estado pues ladeando la cabeza, la miró con esa expresión tan particular que tienen los que sufren y gozan sin reservas y le dedicó una media sonrisa cargada de lujuria. Karla se derritió de gusto y, apoyándose en la mesa, se aguantó la cabeza con una mano lanzando un suspiro. A la mierda. La naturaleza le había dotado de un temperamento ardiente. ¿Quién era ella para cuestionar semejante don? Su otra mano fue directamente a trabajarse la entrepierna. No importaba la ropa que llevaba encima. Ella podía correrse en condiciones muchísimo más paupérrimas.
El pintor y el chico rubio continuaron ofreciendo su repertorio de poses y movimientos, penetraciones o simples caricias, todo en plan muy fogoso y lúbrico, aunque también muy artístico, todo para deleite de su público que no les quitaba el ojo de encima.
Karla llegó al climax justo cuando Oké, semisentado en la espalda del joven, que estaba en posición bolita y mostrando su culo en todo su esplendor hacia ella, le introdujo un plug en el ano como si fuera un tapón, convirtiendo a su amante en una preciada redoma ya que un minuto antes había depositado los chorros de su esperma en el interior. Para el rubito fue también la imagen y la sensación definitiva pues se corrió entre jadeos altisonantes hasta que se desmoronó encima de las sabanas rojas.
A Karla le dieron ganas de aplaudir.
Mikele Oké abandonó el lecho con gestos distendidos y acercándose a ella le dio un beso en cada mejilla mientras sonreía satisfecho.
-Has sido un público excelente, querida. Y ya veo que, aunque has venido comida, te han entrado ganas de merendar. Otro día que vengas, buscaré una pareja de juego con más amplitud de gustos. En cuanto a mis obras... –agarró la mano de Karla y la llevó hasta el pasillo -puedes llevarte las que tu quieras, menos aquel retrato de la esquina. Yo me vuelvo a la cama. Hasta otra... y dale un beso de mi parte a Marcelo.
Alzó la voz para comunicarse con el joven.
-Octavio! Despídete de nuestra invitada, cielo.
Un desmayado “chao” se dejó oír desde la otra estancia mientras Oké desaparecía tras la puerta y Karla marcaba el teléfono del curro en su móvil para comprobar si había alguien disponible que la ayudara con los cuadros. Mientras esperaba la conexión le echó una ojeada al retrato de la esquina. Un viejo mulato puesto en cuclillas la miraba ceñudo.

jueves, 29 de octubre de 2009

18. Malhumor

-Joder Karla ¿qué te pasa? Llevas toda la mañana de morros!
-Bah tonterías. Me he levantado picajosa y el curro que he tenido no lo ha arreglado.
-Tienes la regla.
-No.
-No tienes la regla.
-No, tampoco es eso.
-Aaah, ya sé. Has fingido un orgasmo y ahora lo estás pagando.
Karla miró a Judit.
-Que graciosa, creo que me voy a dar un paseo.
-Pues con quien te has peleado?
-Con nadie, chica. Tengo el día tonto y ya está. ¿Te vienes a ver escaparates?
-Vale.
Deambularon por las calles en dirección al centro parándose donde les apetecía, sobretodo ante las ofertas de las agencias de viajes, las tiendas de ropa de colorines y ante algunas fruterías. Judit aguantó estoicamente las diatribas y los ácidos comentarios que iba soltando su amiga por el camino, por una parte porque sabía que la catarsis era útil para que volviera a su humor habitual y por otra, porque le hacía gracia la forma que tenía Karla de cagarse en todo.
-A ver, de las ocho pelis que hacen en esta sala ¿cuántas no son violentas con armas? Solo dos! Y por qué? porque una es infantil y la otra está hecha para infantiles mentales.
-Joder! ¿Qué necesidad tiene ese imbécil de tocar la bocina como un loco?¿no se da cuenta de que hay un viejo cruzando? No, porque no es un defecto de la vista; tendría que graduarse el sentido común.
-En serio, me hace gracia cuando alguien dice “ya he sido suficientemente bueno” ya que en realidad lo que quiere decir es que ya está harto de ser o parecer bobo porque le han fallado los cálculos y no ha tenido el resultado esperado del tema en cuestión, o sea, que esta confundiendo bondad con estupidez y encima fomenta ese error en los que le escuchan.
-¿Y esto a que viene? –dijo Judit sorprendida pero inmediatamente se calló al intuir que posiblemente tenía que ver con el origen del malhumor.
-O también podría ser que llamara bondad a la paciencia, que si analizas el término es un estado de espera, por lo general elegido por descarte, que solo aplaza lo que se quiere conseguir. Y en una relación ya se sabe, esa frase la pronunciará alguien que en vez de amarte tal como eres solo espera modelarte a su gusto. En todo esto, ¿dónde mierda está la bondad? ¿bondad porque no va uno cortando cabezas a saco para acelerar el proceso? Uuuuy cuanta bondad! Pfff... odio salir con cretinos.
-¿Conozco a ese indeseable?
-No creo.
Caminaron un rato más, hasta encontrar una mesa libre en una terracita de bar. Las dos se espatarraron de cara al sol cerrando los ojos después de pedir un aperitivo, agradeciendo el calorcito en su fuero interno y ni pestañearon cuando el camarero se acercó a dejar los refrescos.
Judit fue la que, al cabo de un rato, rompió la burbuja.
-Karla, estaba pensando en algo que igual te arreglaba el humor del día, pero no se si estarás dispuesta y tal vez sea muy pronto...
-¿Ah, sí? ¿en qué? –dijo repentinamente interesada. De golpe, se echó a reír.
-Hombre, me alegro de que la reacción sea tan rápida pero...
-Es que me hace gracia notar el efecto que me provocan siempre estos discursos pseudo morales –dijo Karla, refiriéndose a unos devotos practicantes que habían empezado a dar la brasa a pocos metros de distancia, -cuanto más rabiosos y apasionados, más frívola tengo ganas de ser.
-Jeje, a mí me pasa igual.
-Tu idea, tiene algo que ver con ellos? Como, por ejemplo, tentarlos, escandalizarlos, meterles en un lío tipo “cabrón, no nos abandones a mí y a los niños” o algo por el estilo?
-Naaa, solo de pensar en que esos reprimidos me puedan tocar con sus torpes manos sudorosas me vienen ganas de vomitar.
-Menos mal, a mí ya me estaban entrando escalofríos. Pues qué es lo que...
-¿Sabes lo que es un pasillo francés?
-No.
-Jejeje...
Se levantaron y Judit fue guiando los pasos de ambas hacia un “misterioso” destino que, tras unos veinte minutos de caminata, se hallaba emplazado entre una carpintería y una oficina de correos (“qué adecuado” pensaría luego Karla).
El interior del local, delicadamente iluminado con luces indirectas, parecía un bar de copas normal ya que tenía una barra con algunos clientes, pocos, dado lo temprano que era para salir de marcha, asistidos por dos camareros a cual más fashion y que saludaron a Judit con la mano en cuanto la vieron entrar.
-Espérate aquí un momento mientras indago si hay alguna posibilidad a estas horas.
Karla vio como Judit se adelantaba, como se inclinaba de puntillas para hablar con uno de ellos tras darle un beso en la mejilla, como uno de los solitarios clientes de la barra ladeaba la cabeza para apreciar mejor el culo de su amiga y como ésta se dirigía hacia un rincón siguiendo las indicaciones del camarero. Allí, cómodamente aposentados en sendos sofás, se hallaba un grupito de cuatro o cinco hombres enfrascados en una, al parecer, estimulante charla aunque la interrumpieron en cuanto vieron quien se acercaba. Karla se sintió un poquito desconcertada cuando, después de un breve intercambio de palabras entre ellos y Judit, se giraron todos para observarla pero enseguida se sobrepuso y les envió una sonrisa y un ligero movimiento de dedos como saludo. Luego, los hombres se levantaron para desaparecer por una de las puertas del fondo y Judit volvió a ella con la satisfacción pintada en la cara.
-Cinco minutillos y habrás aprendido algo más en esta vida.
-¡Caray que bien! me muero por las novedades.
-Jajaja, lo sé, lo sé –y tras esperar un ratito la tomó de la mano y juntas se internaron en los enigmáticos corredores del interior.
La condujo por una semi penumbra hasta uno de los extremos de un pasillo no muy largo y con los paneles laterales agujereados, básicamente al mismo nivel donde los hombres suelen tener el pene, aunque también habían algunos orificios diseminados a la altura de otras extremidades (¿o estaban destinados a seres gigantescos recontrabien armados?!). Karla empezó a reírse bajito pero la hilaridad se le cortó de golpe cuando a una voz de Judit comenzaron a emerger de la pared pollas enhiestas de diferentes tamaños y grosores. Seis en total (debía haberse añadido alguno de los de la barra) y todas con su capuchita correspondiente, por supuesto.
-¡Oh, buenísimo, qué festival! ¿No esperarás que me las coma todas yo, no?
-Haz lo que gustes, son para ti. Puedes usarlas por donde te de la gana.
-Me gusta compartir. Pero ¿sabes lo que me apetece primero, antes de abismarme en la vorágine del placer?
-Vaya, cuanta retórica! Qué?
Karla bajó la voz para que solo Judit la pudiera escuchar.
-Unas cuantos fotos en posiciones, eróticamente hablando, poco habituales... por ejemplo, haciendo ver que escalo por ellas, o como si estuviera tendida en un campo de flores, o crucificada... –pero por si acaso, y mientras acariciaba algunos de los rabos más cercanos, usó su tono de voz normal para decir: –No os inquietéis, prometo complaceros a todos.
Murmullos de satisfacción se dejaron oír desde el otro lado.
-Mira que llegas a ser rara, nena. Vaaale –aceptó Judit sacando su móvil –ya puedes desnudarte.
-Tu también, rica.
Tórridas melodías de fondo fueron acompañando la evolución de los obscenos y pecaminosos actos de las dos.
Al (laaargo) rato y con pasos un poquito más temblorosos de lo habitual, abandonaban el recinto.
-Bueno, hemos tenido suerte de que anduvieran éstos por aquí.
-No te quites importancia, tu sí que sabes como hacer desaparecer el malhumor.
-En realidad ha sido un cambio: malhumor por escozor.
-Jajajaja, siiiii...