domingo, 28 de junio de 2009

14. La Cena

La cita era a las nueve en punto de la noche en casa de Cristina y Antonio. Todos los participantes tenían que asistir disfrazados y por supuesto con su papel aprendido (más o menos) ya que no era una cena normal sino que formaba parte de un juego en el que se debía averiguar quién de los invitados era el/la malvado/a asesino/a de la bella millonaria Camila Chucrut. La historia estaba ambientada en los años treinta y transcurría en la mansión de la finada a requerimiento del inspector de policía P. Jones que no podía permitir que nadie abandonara el escenario del crimen hasta la resolución del caso.
Karla llegó a las nueve menos cinco embutida en un vestido realmente de esa época que había pertenecido a no sabía cual antepasada materna. Incómoda, había dejado más de media cremallera sin cerrar (¡maldita moda de las cinturillas de avispa!) y esperaba que nadie se diera cuenta, primero porque que había colocado un gran lazo encima y segundo porque el vestido mostraba un generoso escote. Le abrió la puerta Antonio, perdón, Néstor, el mayordomo de la casa.
-¿A quién tengo el honor de anunciar?
-A Madame Beauvoir, evidentemente la vidente, como su propio nombre indica –dijo Karla riéndose. -Pero como se supone que llevo aquí todo el fin de semana, le diré, Néstor, que vaya cabeza la suya; vengo de dar una vuelta por el jardín.
En el interior del piso ya se hallaban la mayoría de los invitados aunque Karla no conocía ni a la mitad, claro que eso era parte de la gracia: comportarse según el rol que te hubiera tocado tanto con los conocidos como con los extraños. Se paseó entre ellos saludando a unos y a otros, poniendo los ojos en blanco o interpretando cualquiera de los típicos gestos que todos esperan de una médium de mediana edad. En el aire bullían conversaciones de todo tipo. Uno comentaba lo caro que le había costado no se qué, otro, disfrazado rutilantemente de femme fatal, explicaba en un corrillo el efecto que había causado en la gasolinera con las medias de rejilla, la peluca y sus zapatones. Otro más se le acercó y le hizo unas cuantas preguntas tipo “donde se encontraba usted entre las cinco y las cinco y veinte” que Karla contestó según su personaje. Ella hizo lo mismo; mezclando preguntas frívolas con las que le interesaban fue apuntando las respuestas de la gente en una pequeña libreta para luego poder sacar conclusiones. Sonó una campanilla.
-Queridos, podéis pasar al comedor y sentaros a la mesa –dijo Cristina, la anfitriona, en su papel de “la prima pobre pero guapa” de la muerta ya que lo de “honrada” aun estaba por ver.
La cena, aparte de para el estómago, era importante para el desenlace del misterio pues con cada plato cada personaje estaba obligado a revelar un poquito más sobre sus actividades más sospechosas.
Karla se hallaba concentrada en desentrañar las primeras pistas apuntadas cuando notó como algo, juraría que un pie, se introducía subrepticiamente por debajo de la falda de su vestido. Miró a su alrededor en busca de algo que delatara al/a atrevido/a pero como no vio nada extraño, tiró su tenedor al suelo como excusa para agacharse.
Debajo, efectivamente, mezclada con el resto del bosque de piernas y tejidos, vio la pierna en plena retirada de la aviadora que tenia sentada delante. Cuando se incorporó, la mujer le guiñó un ojo mientras se metía un rábano de la ensalada en la boca y lo mordisqueaba muy provocativamente.
Muy bien –pensó Karla, -acepto el reto. Volvió a tirar el tenedor y se metió debajo de la mesa yendo directamente hacia los bajos de la aviadora. ¡Mierda, llevaba pantalones de cuero ajustados! Aun así decidió manosearla lo que pudiera. Le bajó la cremallera y le puso el mango del tenedor contra el vientre para que notara el cambio de temperatura, dejándoselo ahí como recuerdo. Por las alturas se oyó una exclamación. Después le miró el matojillo de pelos apartándole un poco la tela de las bragas, mmm.. era pelirroja. Volvió a su sitio arreglándose el peinado.
-Pues no encuentro el tenedor, debe haber salido rodando –comento a su vecino.
-Toma el mío –le dijo la mujer aviadora mirándola a los ojos, -creo que a mí me han puesto dos.
-Gracias –respondió ella imperturbable cogiéndolo -¿nos conocemos?
-No creo, me acordaría. Condesa Meli a su servicio, madame.
-Encantada. Vera Beauvoir, vidente, para lo que necesite.
-Ah, la vidente... por lo visto estaba en el jardín cuando...
-Correcto. Me sentí un poco indispuesta y salí un momento para que me diera el aire. –Karla miró sus notas. –Y usted, condesa, según dijo se hallaba descansando en sus apo...
-Exacto. Tuve un vuelo un poco accidentado y estaba cansada.
Se observaron curiosas.
-Pues yo soy Mister Check, banquero –el vecino aprovechó ese lapsus para presentarse aunque ninguna de las dos le prestó la más mínima atención.
-Madame –dijo la condesa –me parece que usted oculta algo y yo lo voy a descubrir.
El tenedor de la condesa se estrelló contra el suelo.
-Hay que ver lo que resbalan estos cubiertos... –comentó antes de desaparecer bajo la mesa.
Casi al momento, Karla sintió como le hurgaban por debajo de la falda y le separaban las piernas. ¡Eh, un momento! ¿La tal Meli le estaba cortando las bragas? ¡Sí! Y algo frío le rozaba los labios... debía ser el dichoso tenedor. Karla se moría por mirar pero Néstor, “mayordomo-camarero y lo que se tercie”, había escogido ese preciso momento para ponerle el segundo plato y estaba esperando algún tipo de respuesta por su parte.
-Eh? Perdona, me decías algo? –le sonrió de una manera un poco forzada.
-Que si te quito la ensalada, casi no la has probado.
-No, déjala. Iré picando, gracias. Mmmmmm...
-Estás en la inopia, Karla. ¿Estás bien?
-Perfectamente. Nada, jeje, estaba... er... pensando en las pistas que tengo...
-Qué bueno que es este juego, verdad?
Karla vio por el rabillo del ojo como la condesa reaparecía en su puesto.
-Sí, me encanta.
Sus bragas asomaban por el bolsillo superior de la chaquetilla de la aviadora como si se tratase de un pañuelo.
Antonio se giró para hablar con ella lo que fue aprovechado inmediatamente por Karla para seguir abollando un poco más la cubertería de la casa aunque esta vez también cogió el trozo de pan que le habían puesto por si acaso. Ajá, la condesa volvía a tener el pantalón totalmente subido y cerrado. Pfff... se acercó de rodillas hasta ella, por segunda vez le bajó la cremallera y depositó unos cuantos besos en la cálida piel del bajovientre. Luego, se dedicó a hacer partículas diminutas de la corteza del pan y se las introdujo por el interior de las bragas comprobando que llegaran a estar en contacto con la zona más sensible del coño. La reacción fue inmediata y Karla volvió a su asiento riéndose bajito.
-Hay gente que pone más impedimentos de los debidos –anunció mientras atacaba la carne con saña.
-Sí –afirmó el banquero. –Fíjese que ahora tocaría explicar algunas cosillas más y no veo a nadie hacerlo. ¿Cómo vamos a descubrir al culpable sino se juega bien?
-Perdonen –dijo la condesa Meli levantándose –voy un momento al servicio. En seguida vuelvo –esto último se lo dedicó intencionadamente a Karla.
Cristina, desde su posición en la cabecera de la mesa, pareció que hubiera escuchado la queja del banquero porque pasó a informar a todos, o sea, casi a gritos, que la relación que tenía con su prima era perfecta salvo por la insignificante molestia causada por la costumbre de Camila de refregar por la cara su fortuna a sus parientes menos prósperos. Mister Check confesó que se había sentido muy dolido por la negativa de la finada a sus propuestas de matrimonio. Un tal Charlie, por lo visto el amante de Camila, también reveló que ella estaba a punto de dejarlo por otro. Lady Plomace declaró a su vez que ella lo pasaba fatal viendo a su novio tan complaciente con Camila. Madame Beauvoir, mientras observaba el extraño movimiento de la condesa sentándose en su silla, reconoció que, aunque había sido contratada para entretener a los invitados con una sesión de espiritismo, ya conocía a la difunta de casa del acaudalado Rock O’Feller, justo desde cuando se produjo aquel episodio del robo de diamantes. A continuación, la condesa Meli contó que había venido con la sana intención de pedir explicaciones a Camila sobre su implicación en el suicidio de su padre ocurrido hacía apenas un mes y Néstor, sirviendo los postres, o lo que es lo mismo, dando paso al siguiente nivel del juego, añadió a todo lo dicho que él pertenecía a la renombrada escuela de mayordomos que aprendían como asesinar a sus tiránicos amos con estilo.
Karla se inclinó con disimulo para poder ver a qué se habían debido los meneos de la condesa y descubrió que ésta había despejado el camino ya que tanto los pantalones como las bragas estaban por los tobillos y que apoyaba el culo directamente sobre la silla. Las dos se miraron maliciosamente y Karla tiró con entusiasmo el tenedor al suelo una vez más para poder ir a comerse su postre.
Los otros comensales, mientras tanto, comentaban sus impresiones cada vez más excitados ante la posibilidad de cada uno de ser el primero en averiguar la identidad del asesino. Todo respiraba tensión hasta que de repente sonó nuevamente la campanilla y Cristina, con el tono monocorde más propio de leer que de interpretar, comunicó a todo el mundo que sí, que ella era la asesina de Camila, que no soportaba sus modales y en resumen, que la envidia es muy mala y tal y cual.
Se produjo un silencio general de la gente, frustrada de golpe, que no entendía las razones de semejante discurso.
-¿He oído lo que me ha parecido oír? –preguntó Karla desde abajo sorprendida dejando de lamer.
-Sí –la condesa abrió los ojos y miró a su alrededor. –Cristina se ha vuelto loca y ha jodido el juego... y a la peña.
Antonio se acerco con cara de alucinado a su compañera.
-Pero Cristina ¿Por qué has dicho esto? Lo has estropeado todo, tía.
-Es que ya me estaba aburriendo... y quería proponer si nos íbamos a tomar algo ya.
Todos la miraron con una buena ración de odiofrustreflipeincomprensión.
-Pija caprichosa... –masculló de mal humor la ya ex condesa Meli. -¿Nos vamos madame?
-Sí.

martes, 9 de junio de 2009

13. A Distancia

-Juraría que lo había puesto por aquí.
-Es igual, madre, déjalo ya. Me voy a ir en nada..
-¿Queeee? ¿No te vas a quedar ni para tomar el té como las personas civilizadas?
-No tengo tiempo; aun tengo que conseguir el resto de cosas para la cena. Creía que tenías el vestido localizado.
-Yo también, Karla. Por lo visto, debí cambiar la caja de sitio en algún momento y no me acuerdo. Quédate para el té y mientras lo pienso.
-Ya veo. ¿De qué quieres hablar?
-Oh, de nada en especial; de ti, de mí... No puedes ir a casa de alguien y no dedicarle ni cinco minutos. Y no solo es por una cuestión de buena educación, nena, ya lo sabes. Aguanta la escalera que voy a bajar.
Una de las cosas por las que Mariona Faguany nunca dejaría de ser ella misma era por el caso que hacía a sus tiempos internos. La persona que se dejara arrastrar por el frenesí del mundo y sus exigencias estaba perdida; y según ella explicaba, era una lección aprendida de jovencita que le había ahorrado multitud de sinsabores. (Si no era para divertirse, claro, que una no era perfecta, entonces había que atenerse a las consecuencias).
Karla decidió rendirse antes de presentar una batalla que sabía que iba a perder.
-He conocido a alguien –dijo Mariona más tarde, entre sorbito y sorbito de una humeante taza.
-Oooh, tenía que haberlo imaginado. Cuéntame.
-Bueno... ha sido vía Internet.
-¿En serio? Pero habéis quedado para veros o algo?
-Ejem, va a ser un poco difícil, nena, vive en la otra parte del mundo. Aunque... nos hemos intercambiado fotos...
-Fotos... –repitió Karla, sospechando algo raro por como lo había dicho.
-Ejem, sí. Fotos descrunchcrunchnudos.
-Madre, deja de meterte cuatro galletas al mismo tiempo en la boca y habla claro.
Mariona suspiró.
-Pues mira hija -dijo con un tono de lo mas trivial -nos hemos enviado algunas fotos calentitas; unas en plan seductor, en otras salimos desnudos y otras diría que son directamente porno.
Karla la miró sin dar crédito.
-¿Sabes que la mayoría de las veces en Internet la gente no es quien dice ser, no? Madre, pueden haberse aprovechado de ti y luego, por ejemplo, colgar esas imágenes en alguna web de vete tu a saber qué, como mofa o no sé... puuuf, hay gente muy enferma!
-Ya lo pensé –dijo tranquilamente –no soy boba. Pero coincidió, básicamente, que estaba aburrida y que, por otro lado, no tengo que justificarme ante nadie. De joven nunca tuve problemas serios para mostrar mi cuerpo (un poco de vergüenza tal vez, nada importante) y solo por el hecho de envejecer como todo bicho viviente no voy a empezar con pudores y tonterías varias, por mucho que les pueda molestar a los snobs estetas o a los pseudoreligiosos. Y... además creo que estoy bastante bien para la edad que tengo; un poco más rolliza de lo que...
-Vale, mami, ya veo que lo tienes claro.
-¿Estás molesta?
-Pues un poquitín sí. No sé... creo que me perturba el hecho de que tú, mi madre, quedes expuesta ante... ante cualquier cretino descerebrado con las hormonas alteradas.
-Acércame tu taza que te la vuelvo a llenar. ¿Cuántas eran de azúcar?
-Dos. ¿En serio no te inquieta?
-Qué quieres, allá él con su conciencia si lo hace –Mariona se sirvió otra para ella también. -Dime una cosa, cielo: si tu estuvieras en mi lugar ¿estarías preocupada?
Karla enderezó su postura en el sofá.
-Bueno no, pero porque hubiera tenido cuidado de no mostrar mi cara y mi coño en la misma foto, por ejemplo.
-Me parece recordar que yo también he tenido en cuenta esa precaución aunque claro, con la calentura...jeje, una nunca sabe... tendré que revisarlo. ¡Aaah, qué bueno es el té en el momento adecuado!
-Madre, te estás riendo!
-Tengo que reconocer que la situación me hace gracia; he pasado momentos muy divertidos preparando las fotos a mi gusto, y también, todo hay que decirlo, él tiene mucho encanto y picardía. Y su voz... bueno, su voz es absolutamente lujuriosa.
-¿Cómo lo sabes? Que yo sepa, tu equipo informático no... ah, le diste el teléfono.
-Sí. Y gracias a eso, ayer noche tuve una masturbación guiada de lo más estimulante. ¡Qué placer! He dormido como un tronco.
-Como todas las noches, madre; tu siempre duermes divinamente.
Mariona miró a Karla por encima de la taza.
-Sé que contarte estas cosas a ti, que eres mi hija, puede producirte cierta conmoción pero es mi manera de decirte que no te preocupes, que me encuentro bien, que estoy entretenida con mis cositas.
-A veces, creo que preferiría una forma mas convencional.
-En serio? No por no expresarlo deja de existir una cosa, cariño. Soy una mujer vieja pero aun no estoy muerta y por lo tanto aun tengo deseos físicos mal que le pese a esta sociedad hipócrita. Y no solo tengo deseos, Karla, sino que estoy orgullosa y muy contenta de tenerlos.
-Ya lo sé, mami, y te quiero tal como eres. Además, joder, seguramente yo seré como tú cuando tenga tu edad pero...
-Pero como presionan con sus tonterías, no? Aay sí, es verdad. Cuesta tener las cosas claras, hay que ser muy fuerte y quererse mucho. ¡Anda! -Mariona dejó la taza de golpe en la mesa. -Acabo de recordar donde puse el vestido! Ven, vamos a mirar en el armarito del pasillo.
-Por cierto -dijo Karla levantándose. -¿Cómo se llama tu amante virtual?
-Brick.

12. La Excursión

La pendiente era pronunciada y el serpenteante camino que ascendía entre los árboles se volvía imposible de seguir con la vista. El grupo evaluó el esfuerzo y colocándose mejor las mochilas en las espaldas emprendió con resolución el ascenso. Durante un buen rato nadie dijo nada, concentrados como estaban en los pasos que iban dando y en controlar dentro de lo posible la respiración. 
-¿Falta mucho para llegar al... aarg, uuf... al refugio ese? – Judit, la primera en romper el silencio y con la lengua fuera, se detuvo. 
- Estoy hecha puré. 
Marta se volvió sonriendo. 
-Venga valiente... un esfuercito más! 
-A mi no me animes como... uurf... como si fuera... un perro, eh? 
-Ven aquí perrita linda! Arf, arf. Tengo una galletita... 
-Karlaaaaaaa.... mira tu amiga como me trata... 
Karla y Daniel, que iban un poco más atrás, se echaron a reír. 
Alan consultó el mapa. 
-Bueno, pues si no nos hemos equivocado, deberíamos ver la casa del amigo de Karla después de aquella curva. 
-Uf, menos mal. Pero que sepáis que sigo creyendo que tendríamos que haber esperado a que el coche estuviera arreglado para hacer esta excursión. 
-Va, no te quejes tanto y disfruta del paisaje, tía. 
-No lo puedo evitar, soy urbanita hasta la médula. 
-Judit -añadió Karla - míralo de esta manera: en realidad, cualquiera de tus sesiones de sexo es mucho más cansada que lo que puedas estar por lo andado hoy. 
-Sí, pero tienen una compensación inmediata, listilla. 
-Si es por eso, yo me ofrezco aquí y ahora para solventar ese detalle. 
-Gracias, Daniel. Ya me había advertido Karla que vosotros erais muy amables – a alguno se le escapó la risa. - Pero con la rasca que hace no se si estoy muy dispuesta a quitarme la ropa. Por lo menos aun. 
-Oh-oh. – Alan señalaba hacia delante. 
Todos se giraron hacia él y luego hacia donde indicaba. 
-Mirad, supuestamente, esa es la casa. – su brazo descendió un poco más. –Y eso... parece un precipicio. Justo entre nosotros y.. nuestro destino. 
-No jodas! En serio? -Cagonlaputa! -Eeeh mierda! Que no solo Judit está cansada... 
Los comentarios iban desgranándose mientras Alan adquiría un aspecto desolado. 
-Lo siento... 
-Ni se te ocurra sentirte responsable –dijo Karla. -Yo fui la que me emperré en venir por este camino. 
-Bueno, que vamos a hacer? 
-Yo seguiría –continuó ella después de observar un rato la brecha. –Si os fijáis, aquello de allá parece un sendero que se adentra en... lo que probablemente es el clásico riachuelo bordeado por algunos matojos, algunas miserables zarzas y demás. Bah! no creo que sea muy difícil atravesarlo. 
Al rato estaban los cinco haciendo equilibrios para no resbalar y caer al agua, para no pincharse con cualquiera de las abundantes zarzas, para no despellejarse las manos con los bordes afilados de algunas rocas, para... 
-Sí, facilísimo, ya lo veo –masculló Daniel mientras se contorsionaba de forma imposible para evitar que su piel pareciera un mapa a causa de las espinas. -Tengo la impresión de estar en una selva y no poder salir... 
-¿Alguna de las múltiples chuches que hemos estado picando estaba en mal estado? –dijo Marta de pronto. 
-¿Por qué lo dices? 
-Bueno, me ha parecido ver una mujer desnuda entre aquellos árboles... 
-Eso lo dices para animarme. –Daniel sonrió. 
-No, no, en serio. Mas o menos a pocos metros de las dos de Karla. 
Todos miraron en esa dirección. Karla, ayudándose con ramas, se fue acercando a la zona señalada. 
-Por aquí el terreno está un poco mejor, no hay tanta zarza -informó -y acabo de ver una pequeña entrada a una cuev... Hola. 
-Hola. 
La voz desconocida despertó inmediatamente la curiosidad del resto del grupo que estiraron el cuello para ver mejor mientras se daban prisa por llegar procurando no descalabrarse en el intento. 
-¿Qué hacéis viniendo a la reunión por la parte trasera de la cueva con lo fácil que era por delante? –preguntó la mujer. -Tiene que haber sido la hostia llegar hasta aquí. 
-Ya ya –dijeron Marta, Daniel, Alan y Judit mientras se desprendían restos de vegetación adherida a la ropa y a la carne. 
-Venga, entrad ya, que estábamos a punto de comenzar. 
Y sin mas preámbulos, los condujo al interior de una espaciosa cueva iluminada por algunas grietas que dejaban entrar la claridad exterior y también, en menor medida, por la hoguera central de un corrillo de hombres y mujeres desnudos. 
-Bienvenidos. 
La “sacerdotisa” que parecía llevar la voz cantante o la responsabilidad de que todo fuera bien, una morena de ojos claros, se había dirigido a ellos desde su posición en una roca más elevada. 
-Perdonad que no me entretenga en las presentaciones; habéis llegado un poco tarde y debemos comenzar ya. Desnudaos y dejad que los acólitos os unten con los óleos. Podéis dejar vuestras pertenencias junto a las nuestras en aquel rincón de allá, al lado del catering. Chicos -miró a los del corro, -saludad a los amigos de Txema. 
Varios holas de distintos calibres y tonos resonaron en las paredes de piedra mientras un hombre y una mujer, cargados con frascos de aceites perfumados, se acercaban a ellos y comenzaban a frotarles las partes del cuerpo que iban quedando a la vista. 
-Bendita suerte y bendita confusión –murmuró Daniel con ojos brillantes a Karla. –Espero que los verdaderos amigos de Txema tarden unas cuantas horas en llegar. 
-A mí, esto me recuerda una reunión tipo wicca pero sin tanta prosa –añadió bajito Alan desde el otro lado mientras se dejaba masajear con aceite los testículos, -¿sabéis? Uno de los cultos a la diosa madre de los paganos modernos. 
-Sí, qué genial! me parece que nos hemos metido de cabeza en un aquelarre –dijo Marta entusiasmada. –Hace tiempo que tenía la ilusión de participar en uno. ¿Os lo había comentado? 
La voz de la sacerdotisa llenó de golpe todo el espacio. 
-¡Oh Diosa! ¡Madre orgiástica! Desde este útero de piedra, tus hijas e hijos con los ojos llorosos, las bocas babeantes y las vulvas y penes lubricados, esperamos ser instrumentos activos de tus designios para que éste sea un mundo mucho mejor. ¡Que empiece el rito y que fluya el amor! 
- Amen. –contestaron algunos, muy risueños, para inmediatamente lanzarse a besuquear a la persona que tuvieran más a mano. 
Karla observó como armónicamente se iba montando una especie de organismo vivo, un puzzle danzante, compuesto por multitud de extremidades que iban y venían y notó como le subía la temperatura corporal. En el mar de carne descubrió a Judit que sonriente le hacía gestos con el brazo instándola a sumergirse con ella y entonces sintió su deseo crecer, ardía por fundirse con ellos, ser una con todos. Le dirigió un asentimiento de cabeza pero se encaminó hacia la parte del ser donde se hallaba la sacerdotisa. Se agachó para estar a su altura. En el proceso fue abrazada, acariciada, besada, lamida y penetrada. 
-Hola, perdona ¿qué habéis puesto en el aceite? –preguntó suavemente al mismo tiempo que alguien le masajeaba las nalgas. 
La morena la miró atentamente. 
-¿Cómo has podido notarlo? Es un compuesto de un psicoactivo pero muy, muy, muy sutil. Casi no lleva nada, te diría que solo estimula lo que ya existe. 
Karla devolvió parte de los lametones que recibía por la izquierda. 
-Fui yonki, tal vez por eso aun me quede cierta sensibilidad hacia las drogas. 
-Pues no te preocupes, soy médico y se de lo que hablo. Además –añadió con un movimiento de cejas -¿qué tipo de aquelarre es aquel que no tiene el caldero de las brujas? ¿No te lo dijo Txema? 
-Mmm... no. Solo le interesaba saber si teníamos los controles sanitarios al día, supongo que igual que todos los participantes de esta... velada. 
-Sí. 
Las dos mujeres, a cuatro patas, se miraban evaluándose mientras se dejaban hacer. 
-¿Cómo te llamas? –preguntó al fin Karla, conciliadora, entre suspiros de placer. 
-Celeste. 
-Mmm... pues que apropiado –murmuró acercando su boca a la de la sacerdotisa y rindiéndose ya ante la fuerza arrolladora de las sensaciones. 
En el exterior, la linea de montañas del horizonte tambien acababa de tragarse al sol.

11. Relaciones

Con un enérgico movimiento, Karla se subió encima de Raúl, tumbado boca arriba en el parquet del comedor.
-Ahora eres mío –dijo sonriendo mientras hacía presión con los muslos para inmovilizarlo.
-Aaah! Me estás chafando la manooo...!
-¡Que excusa tan burda! No te voy a soltar – e inclinándose le introdujo la lengua hasta las amígdalas.
-Está bien, vale... has ganado. Soy tu humilde esclavo.
-No, hoy nada de jugueteos de esclavo sexual. Quiero que me hagas un pequeñísimo favor.
-Uuuy, te temo. ¿De qué se trata?
-Je je, se trata de Olga que...
-Olga... ¿es aquella amiga tuya gorda, paranoica, charlatana y madre de dos niños a cual peor?
-No. Es aquella amiga mía curvilínea, atenta, comunicativa y madre de dos niños muy vitales.
-Ah perdona, a esa no la conozco.
-Pues a ella le caes muy bien.
-Ni hablar, sea lo que sea me niego.
-No puedes, el juego es el juego. Y... ¿no eras tú el que decía que para un viaje cualquier maleta vale?
-Ah, o sea que va de follar, no? Eso me tranquiliza.
-Déjate de sarcasmos y escucha.
Karla se acomodó sobre él besuqueándole el mentón.
-Olga está fatal. Después de dos meses de que sí que no, se separa del marido; hace ya una temporada que se encarga ella sola de los gemelos y como va tensa tiene broncas en el curro... y en todas partes. En fin, una mala época del copón, y claro, está a punto de explotar la pobre. –Ahora le reseguía delicadamente la línea de los labios con la yema del dedo índice. -Quisiera que esta noche la pusieras a tono. Que le sobaras a fondo esas enormes tetas que tiene. Que te sumergieras en ella como si fuera una piscina de carne... -Le tanteó el lóbulo de la oreja con su lengua. –Y que también le hicieras muchos mimitos. No te lo pido como parte del juego, sino porque tú eres parecido a mí en esto y sé que, en un momento dado, te da igual ocho que ochenta.
-Si no es parte del juego me podría negar...
-Cierto, pero no te lo recomiendo en absoluto. –Karla le dirigió una mirada desafiante y exagerada. – Sobre todo si tienes esperanzas de que te haga...
-Uuuuh.... amenazas. Debe importarte bastante el asunto.
-Bueno, no soy perfecta.
Raúl la abrazó tiernamente y la besó en el pelo.
-Está bien, lo haré.
Karla se incorporó sentándose sobre los genitales de él. Se introdujo la punta de la polla y muy lentamente se fue empalando hasta el fondo.
-Tengo que decirte que... – el ritmo de la respiración de Raúl empezó a variar. – que ya me he enrollado con Olga... anteriormente... mmm... hará como... tres, no... cuatro años mas o menos... y que... uuhg...
Karla le había deslizado la corbata de seda en el cuello desnudo mientras él hablaba y que tras hacerle un nudo corredizo la utilizaba como riendas de su circunstancial montura y como ayuda para su controlado movimiento pélvico.
-... y que en realidad me gusta... aunque no se si yo a ella...mmm... porque me trata... me trata mal, joder. Es muy arisca conmigo... ¿Por qué me miras así de raro?
-Aaay... como sois los hombres a veces...
Desenganchándose del miembro de Raúl, se dirigió al lugar donde reposaba el artefacto de doble uso y se lo colocó atándose bien el cinto a la cadera. Con movimientos sinuosos para poder apreciar lo que llevaba metido se arrodilló delante de él.
-Media vuelta bonito, te la voy a clavar... de tal manera, que no vas a poder cerrar los párpados en una semana.
-Tan romántica... –masculló Raúl como para sí. Sin embargo se puso a cuatro patas esperando el embate.

Más tarde Karla hablaba con Olga por teléfono.
-Pues sí, te aseguro que él no tiene ni idea. No me grites, joder… Que sí, que se pasará por tu casa a eso de las diez, diez y media...
-Gracias... Ay! Estoy tan nerviosa...
-Me imagino -Karla suspiró. - Es un tema... mmm... arduo... y que lo llevas arrastrando desde hace mucho tiempo.
-Sí, ya lo sé. Pero sabes que soy orgullosa...
En el otro lado de la línea hubo unos momentos de silencio y luego un repiqueteo de dedos contra madera.
-Olga ¿se lo vas a decir, verdad?
-Sí, claro, claro. Para eso quería que viniese.
-Bueno, y cómo lo vas a hacer?
-Le emborracharé un poquito, le sentaré en el sofá por si le da un yuyu, sacaré a los niños y le diré: “Cariño, ¿no notas algunos parecidos entre tú y mis hijos? Eso es porque eres su verdadero padre! Felicidadeees...!
-Noto cierto histerismo en tu voz...
-En serio? No lo había notado.
-Bah! Seguro que todo saldrá bien, es un buen tío.
-Lo sé, lo sé. Pero yo tengo tendencia a que se me cumplan las leyes de murphy estrictamente.
-Jajaja, mañana me cuentas.
-Ok. Me voy pero ya mismo a hacerles la cena a éstos, que no veas lo pesados que se están poniendo... además están cogiendo un resfriado, seguro, porque... bueno, besitos Karla. Ya te llamaré. ¡Tú! Deja eso inmediatamente! ¿Qué te he dicho...
-Chao. No te estreses demasiado, cielín.
-Muac!
Clic!

10. La Deuda

Karla estaba empapada aunque esta vez, para variar, se debía a una cuestión meteorológica. La lluvia la había pillado de sopetón y sin paraguas paseando por Breu, el pequeño pueblo de montaña de donde era originaria su familia materna. Joder! Tenía que habérselo imaginado ya que no se había cruzado con nadie en media hora como mínimo y ahora, si la hubieran estado observando, se estarían riendo un montón de la panoli de ciudad que no sabía interpretar los signos del cielo. Intentó divisar un bar, un soportal o algo donde guarecerse pero no parecía que fuera a tener suerte.
-¡Mariona Faguany, venga para aquí!
Se giró rápidamente al oír el nombre de su madre.
Un pesado portalón de maderas irregulares se había abierto dejando ver a un anciano armado con un paraguas grande, negro y un pelín desvencijado que salía a su encuentro y le hacía señas para que se acercara a él. Karla dudó un instante pero viendo que el hombre no vacilaría en meter sus zapatillas en el barro, aceptó la invitación dando las gracias aunque pensando si no se estaría equivocando metiéndose en casa de algún viejo senil con intenciones aviesas.
-Toma esta toalla, niña –dijo una vez estuvieron a resguardo. -Puedes dejar tus vestidos mojados delante de la chimenea. Ahora te bajo algo de ropa seca.
Luego había puesto un mantel de cuadritos rojos y blancos en la mesa y le había ofrecido pan, fuet, queso y vino blanco para posteriormente sentarse en silencio delante de ella observándola comer.
-Esto... ejem... –se obligó a decir al cabo de un rato -yo no soy Mariona, soy...
-Lo sé. Aun no chocheo. Debes ser una de las hijas... te pareces mucho.
-Sí. Soy Karla, la segunda.
Era agradable sentir a los elementos tan cerca, el agua furiosa contra los cristales y el fuego crepitando juguetón entre los troncos de la chimenea. Un escalofrío de placer le recorrió la columna y sin más se sintió tan cómoda como en casa.
-Perdón ¿y usted es? Igual mi madre me ha hablado de usted y le puedo decir que lo he conocido.
-Mi nombre es Guillem, Guillem Guirinou, aunque ella y sus amigas me llamaban Gigi -suspiró profundamente. -Fui su profesor de matemáticas.
-Gigi... Gigi l’amoroso y mates... no parece que pegue mucho. ¿Acaso me estoy perdiendo una buena historia? –Karla dio un sorbito al vino.
El viejo sonrió mientras se levantaba para poner un disco de vinilo en un aparato digno de un anticuario.
-Todas las historias que conozco relacionadas con Mariona Faguany son cuanto menos chocantes.
-Pues me gustaría conocer ésta, si no tienes inconveniente. ¿Qué has puesto?
-Quadrophenia de los who.
Se volvió a sentar y se sirvió vino.
-Parece que esta tarde lluviosa invita a las confidencias y a rememorar el pasado -bebió un poco del vaso y sonrió. –No, no tengo problemas en contarte la historia. Por cierto... ¿estas cómoda?
-Sí. Tu ropa me viene ancha pero es mullida y el pica-pica y el vino están buenísimos así que estoy en excelentes condiciones para escucharte.
-Me alegro. Esta historia, en realidad, debería contártela ella, porque yo tengo una visión muy limitada de sus... triquiñuelas. En fin, todo empezó cuando Mariona Faguany cumplió 15 años y decidió que ya era hora de dejar de ser virgen.
“Yo daba clase en el único colegio que hay en esta zona, a cuatro kilómetros de aquí. Con mis 27 años y mi carácter... mmm... sociable, era uno de los profesores favoritos de las alumnas y de alguna de sus madres. Por supuesto, Mariona asistía como cualquier chica de su edad. Recuerdo la calurosa mañana en que se le cayó un papel en clase de lo que yo supuse que eran las típicas chuletas para el examen siguiente ya que estábamos a final de curso.
-Señorita Faguany, deme ese papel.
-Gi... profesor... le aseguro que no tiene nada que ver con... las clases.
-Démelo y no quiero volver a repetírselo.
La vi acercarse contrita y resignada y alargarme un folio doblado. Convencido de haberla pillado in fraganti le eché una ojeada superficial pero lo que vi me sorprendió. Era una tabla sinóptica sobre hombres, a favor, más a favor, en contra, más en contra y pp numerado. La lista era larga.
-¿PP?
-Preferencia Personal.
-Muy bien, a la una y media la quiero ver en la sala de tutoría.
Tienes que saber que un planteamiento así, en aquella época gris en que aun vivía el dictador, era muy extraño. Sobretodo viniendo de una mujer.
Mientras la esperaba solo en la sala, volví a sacar el papel y lo estudié más a fondo. Como conocía perfectamente como me llamaban las chicas no me costó nada descubrir mi nombre listado por orden alfabético detrás de un tal Fer.
Gigi. Experiencia. Morbo. Mucha competencia. Edad legal. 9.
Uuf, mi puntuación era de las más altas, no sabía si sentirme halagado o preocupado.
La puerta se abrió un poquito y Mariona se asomó preguntando si podía pasar.
-Adelante.
Lo que escuché a continuación aun lo recuerdo como algo extraño y surrealista. Mariona se acercó muy seria y comenzó a explicar algo sobre... Olía a alcohol.
-Mariona ¿has bebido?
-Solo un poco de agua del carmen, para coger valor, (he dicho que estaba mareada), porque yo, en realidad y aunque no lo parezca, soy muy tímida, y tal como le estaba diciendo, aprovechando que estamos solos, quería que supiera que he tomado la decisión de perder la virginidad, como habrá podido deducir si ha leído el papel que le entregué en clase. Pero no estoy borracha, sé perfectamente lo que hago y lo que digo ya que he analizado el tema desde diversos ángulos, porque sé, bueno, me he enterado, que es importante que la primera vez resulte satisfactoria para que el resto de tu vida... no, no diga nada, déjeme acabar por favor; el caso es que lo he elegido a usted para tal cosa, ya que me parece que posee la experiencia necesaria, o por lo menos esa es la impresión que da, jeje. Mmm... a ver, que más... Ah, sí. No se crea ni por un momento que estoy enamorada de usted ni que le voy a importunar como mis amigas con requerimientos emotivos extraños. Una vez haya sucedido eso le prometo que jamás voy a dar sospechosas muestras de interés por usted excepto, claro está, las justas en las ocasiones puramente formales y por educación. Bueno, pues ya está todo dicho. Creo. Ejem... que... que le parece? –Mariona hizo un movimiento brusco y tiró unos libros al suelo. -Uuy que torpe soy, lo siento.
“Yo estaba perplejo, con la boca abierta, intentando comprender la verdadera dimensión de lo que ella estaba proponiendo y sus implicaciones. Sonaron unos golpes y apareció por la puerta otra alumna con la sonrisa forzada.
-¿Qué... qué quieres Roser?
-Oh, perdón profesor Guirinou, pero me parece que el señor director está buscando a Mariona.
Ella puso cara de fastidio.
-Bueno, no diga nada aun –dijo Mariona bajito. –Esta tarde pasaré por su casa.
-Gracias, señor profesor –dijo en alto.
A continuación, recogió sus libros y salió como una exhalación. La puerta se cerró a sus espaldas. Solo más tarde caí en cuenta del “me parece” que se le había escapado a Roser. ¡Caray! Estas adolescentes eran tremendas...!”
-Jajaja, ¡Un brindis por mi madre! –Karla alzó divertida el vaso de vino. -¿Se presentó aquí por la tarde?
-Vaya que si se presentó! Tu madre no solía maquillarse ni llevar ropa ajustada, pero esa tarde se había esmerado en presentar un aspecto atractivo, un poco exagerado con la pintura tal vez, pero estaba claro que era debido a la inexperiencia. Lástima que esa tarde también lloviese... cuando abrí la puerta vi a una Mariona calada hasta los huesos porque, claro, ella era capaz de pensar en múltiples ardides de lo más complejos, pero en un simple paraguas...
-Oops, de tal palo... –dijo Karla identificando de pronto la misma situación.
-Sí, veo que lo vuestro es una cuestión de genes... en fin, hice lo mismo, le ofrecí secarse al calor de la chimenea, le ofrecí algo de beber, y le dije...
“-Mira guapa, no te creas que todo es tan fácil; aun tienes un trabajo por hacer: tienes que seducirme. –Y me tiré impávido en el sofá mirándola fríamente a los ojos.”
En realidad, en mi fuero interno, esperaba que este trato la hiciese dar marcha atrás. ¡Qué iluso! Se puso roja, eso sí, pero se levantó sin decir nada, puso música y empezó a desnudarse lentamente mientras bailaba. Se notaba la falta de práctica pero le ponía tanto empeño... que no pude resistirme. Al rato estábamos enzarzados besándonos, tocándonos, ahí, delante del fuego. Y luego, la desvirgué. Como ella quería. De manera dulce y brutal al mismo tiempo.”
-Oh qué guay! –dijo Karla con un suspiro. -¿Alguna vez te arrepentiste de haberlo hecho?
-A la media hora, cuando sonó el timbre de la puerta y era uno de sus hermanos que la estaba buscando por todo el pueblo porque entre pitos y flautas eran las once de la noche.
-O-oooh
-Pero no hubo ningún lío, jeje. Mariona se vistió muy rápidamente y salió por la puerta de atrás, la que da al huerto. Afortunadamente ya no llovía y pudo regresar a su casa sin problemas –el viejo se acabó de un trago su vino. –Y cumplió su palabra: jamás dio muestras de que hubiera habido algo entre ella y yo, ni tampoco nunca volvió a sacar el tema conmigo.
-Qué bien, no?
El anciano parecía triste.
-Sí, magnífico.
Karla se lo quedó mirando.
-¿Sabes qué? Si me dejas me voy a quedar contigo esta noche, aunque tal vez solo sea para contarnos historias delante del fuego. Déjame hacer una llamada para avisar y ya está.
Cogió el móvil y se apartó lo suficiente para poder hablar tranquila.
-¿Madre? soy yo. Sí, tal cual me dijiste. Sí... en realidad fue él el que me encontró, ya te contaré. Se le ve bien y te recuerda. No sé como era antes pero aun tiene... encanto. He decidido quedarme aquí esta noche, así que... si tuvieras un cierto sentimiento de... bueno, ya sabes; en ese caso, creo que vas a poder considerar tu deuda de amor saldada.

9. Un Viaje

Karla apoyó la cabeza en el respaldo y miró por la ventanilla. Los rayos del sol acariciaban el (aparentemente compacto) campo de nubes que se extendía ante sus ojos. Seguramente abajo estaba nublado. Entrecerró los párpados y se dejó llevar por ese estado semi-onírico producido por tener que permanecer sentada escuchando el runrún de los motores del avión. Como siempre que volaba se imaginó saltando de nube en nube y dando volteretas sin ningún tipo de constricción física. Tuvo ganas de tocarse, no tanto por calentura como por constatar su corporeidad después de tanto salto por los aires y se colocó las manos entre las piernas con ademán protector.
-Hftsrdnshita ¿pheusrsvnkia hwbkdhu jab gsbscrjtosy?
Karla tardó un rato en darse cuenta de que le estaban preguntando a ella. Abriendo los ojos de golpe intentó prestar atención al tipo que la interpelaba.
-Perdón ¿me decía algo?
-Sí senioguita, le desía que si podía sentagme a su lado ya que veo que están vasios los asientos... si no le molesta, clago.
-Sí, claro, por supuesto -le sonrió. -No hacía falta preguntar, pero gracias.
Karla había puesto su chaqueta y una bolsa en el asiento de en medio pero el que daba al pasillo estaba vacío y ahí se sentó el hombre que, a continuación, se sintió obligado a explicar las razones del cambio.
-Uuf, ke alivio... mi había tocado al lado un... putuninio... ¿se dise así? muy pessado... –se dio unas cuantas palmaditas en los pantalones a la altura de la espinilla.
Karla le dedicó una diplomática sonrisa y se giró otra vez hacia la ventana con la remota esperanza de que el tipo pasara de ella. Pero no.
-Mi pressento, Stanis Messtous pego llámeme Stan –le extendió la mano cordialmente.
-Karla Moore –ella hizo lo mismo.
-Car l’amour?
-Están mes tous?
Ambos se rieron.
-La entiendo, no se crgea. Mi amiga catalana disse que soy un hombrge muy confogtable...
Karla le observó más detenidamente. No era muy alto, con melenita rubia de pelo poco denso y lacio y con una constitución tirando a gordito firme (sí, en contraposición al gordito fofo). Seguramente así de buenas a primeras se le podía describir como un tipo jovial. Si fuera una fruta sería una manzana reineta.
-Ahá, le apetesse jugag Kagla?
-A qué?
-Se me ocuggen algunas cosas muy divegtidas –dijo apreciándola de arriba abajo con la mirada –pego como no va a kegueg, podemos jugag a bagquitos, pokeg, o cualquiega ke prgoponga; yo aprgendo gápido.
-Bueno, para empezar no están mal los barquitos, luego... ya veremos; aunque hoy no estoy muy sociable. ¿Tienes papel?
-Clago, tengo de todo.
-Yo también.
-Ya lo veo.
-Jejeje, empiezas tú, va.
-Mmm... C7. ¿Y a ke te dedicas Kagla?
-Agua. B2. Trabajo en una empresa organizadora de actos pero básicamente me dedico a disfrutar de la vida. ¿Y tú?
-Oh, que suegte! Tocado. Yo toco el ukelele en fiesstas y en pequenios localesss... y tambien intento disfrgutag lo posible. ¿Kiegues una demostrgasion?
-¿De qué?
-JAJAJA, de lo que kiegas, pego me guefeguía al ukelele. Aunke...
-Venga. Si te dicen algo pasaremos a lo segundo. –Karla le sonrió de oreja a oreja.
Stan sacó rápidamente el pequeño instrumento de entre sus pertenencias, lo afinó un poquito y a continuación empezó a cantar a grito pelado. Por supuesto, en breves instantes había una azafata a su lado intentando de buenas maneras que dejara de molestar al resto de la humanidad.
-Señor, por favor...
-¡Essto ess un atrgopello! ¡Libegtad de exprgessión!
-Ya, ya, Stan. –Karla le puso una mano tapándole la boca. -Gracias azafata, muy amable, ya me encargo yo.
Mirándolo fijamente a escasos centímetros de sus ojos mientras se aguantaba la risa, Karla fue cambiando lentamente la mano por sus labios.
Al poco rato estaban enzarzados en una batalla de lenguas sin apenas tregua que duró casi hasta su destino. Una mano a un pecho, una caricia en la nuca, eran aderezos ocasionales.
-Buf! Miga como mi poness. –señaló el bulto de su entrepierna. -Egues tan fogosa como yo. ¿kiegues follag akí?
-No, que queda poco. ¿Hotel?
-Si kiegues... –dijo encogiéndose de hombros -pego tengo cassa aki en Paguís.
-Ok. Pues a tu casa.
-Pego antes déjame prgobag una cossita ke comprgé antes de salig.
Stan agarró su mochila de mano y rebuscó en el interior. Extrajo una cajita cubo en la que había un huevo plateado y un pequeño mando.
-Lo vas a estrgenag, Kagla.
-Dime... ¿qué tipo de persona se compra un aparato semejante para viajar?
-Ega una intuissión –sonrió. –Y ke el otrgo ke tenía en cassa se gompió.
Besándola nuevamente introdujo su mano por la cremallera abierta del pantalón de Karla y maniobrando lo más discretamente posible, le apartó las bragas y le colocó el huevo en la entrada del coño.
-Siento en los dedos ke no nessessitas lubrgicante. Voy a metégtelo ya.
Lo hizo presionando por la base, suave pero firme, hasta que notó los labios de la vagina rozando otra vez sus dedos reteniendo el huevo en el interior. Después apretó el botón del mando. Un bizzz y ella arqueó su espalda clavándole las uñas en los hombros; otro bizzz, los ojos se le enturbiaron y la respiración se le entrecortó.
“Señores pasajeros, rogamos se sienten en sus.... bla bla.... bla bla......”
-Bueno, no más bizzzes hasta cassa pego no te lo voy a kitag...
-Mmm... tu quieres que me muera de deseo, malvado...
-Y ahoga, si me pegmites un momento... mi orggullo prgofessional está en entrgedicho.
-Qué cabrón...! –susurró Karla desde el otro mundo.
Stanis volvió a sacar el ukelele, volvió a afinarlo, y cuando ya empezaba a acercarse de nuevo la azafata con la angustia pintada en la cara, comenzó a tocar una melodía arrolladora, alegre y divertida que a Karla le evocó una sobremesa al aire libre con amigos y cerveza y que él acompaño con su voz rasposa en un idioma ininteligible lleno de consonantes. El resto del pasaje de la clase turista debió sentir algo parecido pues la mayoría se puso a palmear siguiendo el ritmo aplaudiendo fuertemente al final de la canción entre el jolgorio generalizado. Luego, muy satisfecho de sí mismo, volvió a guardar su instrumento y se giró nuevamente hacia Karla esperando continuar su affaire justo en el punto en que lo había dejado.

8. El Cuadro

Karla había conocido a Don Esteban Riells en una galería de arte. En aquel entonces ella tenía 24 años y él 48 y fue una amistad de flechazo; como suele decirse, a primera vista. Los dos tuvieron esa sensación tan particular de “deja vu” al ver al otro, los dos quedaron absolutamente fascinados, y los dos confirmaron su empatía tras una animada conversación repleta de cafés y cigarrillos en la que cotejaron gustos, tendencias y puntos de vista.
Ya que los dos coincidían en su marcada inclinación por el sexo sin culpas ni complejos, al principio se habían hecho amantes y aprovechaban cualquier momento u ocasión para follar y deleitarse de otras múltiples formas. Exploraron juntos los límites respectivos y se reían un montón cada vez que se encontraban inmersos en situaciones estrafalarias, grotescas y/o surrealistas.
Don Esteban se convirtió en un maestro y en un compañero de juegos muy importante para Karla que no había comprendido realmente cuan insulsos habían sido sus otros amantes hasta entonces.
A nivel personal, D. Esteban tenía sus manías y cierta fama de excéntrico. Y en el plano del sexo, tres cuartos de lo mismo; así que al ir afinando sus preferencias, el propio transcurrir del tiempo los fue llevando por caminos cada vez más diferentes, sin perder, eso sí, la mutua confianza que sentían. Cuando lo necesitaban solían llamarse por teléfono, enviarse cartas e incluso panfletos y publicidad que les hubieran hecho gracia, o dejarse mensajitos en el contestador correspondiente.
Habían pasado dos años más o menos desde su última comunicación cuando el ordenador de Karla, que era nuevo, advirtió a su propietaria que tenía correo de un tal Esteban Riells.
-Vaya! –dijo leyendo el mensaje en la pantalla - Jajaja ¿A quien querrá sorprender? A ver, el martes a las ocho... me parece que no tengo ningún plan que romper... bueno. Espero que funcione la calefacción. –Lo releyó por si se le pasaba algo. – Duchadita... duchadita... ¿será idiota? esto no hacía falta que me lo dijera....
A las ocho en punto de la tarde del día indicado Karla llamaba al timbre de la casa de D. Esteban. Mientras esperaba, dio un vistazo a su alrededor. La casa estaba situada a las afueras, en la ladera del monte y tenía una vista espectacular de la ciudad.
-Hola Karlilla.
Ella se giró de golpe y se lanzó riendo a los brazos abiertos que la acogieron encantados.
-Impetuosa como siempre. – El rostro surcado de arrugas con unos ojillos vivaces que desmentían su edad sonreía de oreja a oreja. – Casi me tiras...
Se llenaron de besos y abrazos apasionados mientras pasaban al interior.
-Bueno, ilumíname. ¿Cual es el tema del cuadro? – preguntó Karla cuando ya se hubieron despegado uno del otro.
-Es...África. Un safari de principios del siglo 20, el cazador y su presa... ven, que te enseño la pared.
La condujo de la mano hacia el amplio salón donde había decorado una de las paredes con abundante vegetación tanto verdadera como falsa, pintado un fondo verde y añadido, ejem, algunos peluches.
- Jaja, que detalle más terrorífico. Quita al pato lucas, hombre, que no pega nada. Bueno ¿donde voy yo?
- Aquí. –dijo mostrándole unas cadenas que colgaban de una rama más alta y gruesa.
- Ya?
- Sí. Llegarán en un cuarto de hora, más o menos.
Karla se desnudó a toda prisa y juntando las manos se las ofreció con una mirada picarona para que la incluyese en el mural. Él, sujetándola de las muñecas, la alzó hasta encadenarla a la rama y luego se apartó para ver el efecto.
-Magnifica, estás para comerte. Mmm... ¿quieres que te ponga una máscara o te da igual?
-Si a ti no te importa, y lo digo por el rol, prefiero no llevar nada que me impida ver bien.
-Perfecto entonces. –sonrió. -Ahora quédate quietecita ahí mientras me preparo yo.
-¡Oh, pero qué gracioso! –masculló Karla desde su obligada posición.
No estuvo sola mucho rato. El timbre de la puerta fue el detonante de una actividad que ella fue siguiendo atentamente por los sonidos hasta el momento en que se abrió la acristalada puerta del salón y vio a D. Esteban dando paso a una pareja de hombres de mediana edad y a un joven con un cuidado look de modernillo rebelde. El anfitrión se había vestido con pantaloncito corto, calcetines hasta la rodilla, salacof y además una escopeta de juguete colgaba de su hombro. Karla respiró profundamente mordiéndose el labio para no soltar la carcajada. Los recien llegados intentaban dar la impresión de que estaban acostumbrados a ver exploradores de ese tipo todos los días al tiempo que aceptaban la invitación de sentarse alrededor de la mesita central para tomar algo, aunque su postura excesivamente envarada decía que no acababan de conseguirlo; y eso que aun no la habían visto a ella.
D. Esteban Riells se sentó de espaldas al mural con la escopeta cruzada encima de las piernas después de guarnecer la mesa con toda clase de bebidas.
-Sírvanse lo que deseen, caballeros.
-Je je, tiene usted una casa muy origi...
Vaya! Ahora sí. El chorro acabó en el mantel.
Karla bajó la cabeza pudorosamente mientras seguía observando de soslayo.
-Así que tenían algo interesante que proponerme ¿no es cierto? – D. Esteban inquirió, indiferente a las repentinas dificultades térmicas y de comunicación que experimentaban sus invitados, al hombre que parecía llevar la voz cantante del trío.
-Bueno... ejem, nosotros habíamos pensado... o sea, nuestra asociación... – se notaba que al pobre le costaba concentrarse. – ya que usted... es un escritor de prestigio y de nuestro mismo barrio, si querría, de alguna manera, apadrinar a... éste de aquí, Alex, un joven poeta muy del gusto moderno... – se giró hacia su pupilo como para indicarle que se presentara debidamente.
-Ajá, entiendo que...
-Por supuesto le gratificaríamos de la manera que usted guste, siempre que no exceda de nuestro presupuesto, claro.
El joven prometedor y el otro hombre miraban perplejos a Karla haciendo caso omiso a todo lo que no fueran esos casi imperceptibles devaneos que ella, generosa, dedicaba a los presentes. Un suave mordisqueo del labio inferior, un humedecerse con la puntita de la lengua, una ligera inclinación del pubis en dirección a ellos...
-¿Su presupuesto incluye a su protegido participando en espectáculos sexuales para mi placer?
- ¿Eh?! ¿Cómo?! – el hombre se atragantó.- JAJAJAJAJAJA... será broma...
- JAJAJAJAJAJA... No.
-Pero… pero… ¡Usted es un loco, un degenerado, señor mío!¡Vámonos de aquí inme…
-No, no, tranquilo tío. – por fin el joven recuperaba el habla. – Si solo se trata de que me folle a su putita aquí y ahora no tengo ningún problema en hacerlo.
-Yo tampoco. –añadió el otro acompañante.
-Eh chico, un respeto para la señorita. –D. Esteban se había incorporado blandiendo la escopeta y miraba con ojos brillantes a sus invitados. – Ella, para que lo sepan, pertenece a una de las mejores familias de la ciudad.
-¿Cómo?
-Sí, lo que sucede es que tiene ínfulas de novelista… - El Don sonrió como lo haría un lobo si pudiera. –Por supuesto no puedo revelarles su nombre pero les aseguro que esta experiencia será decisiva para su próxima obra...
-Oooh, ahora lo entiendo... – el joven miraba a Don Esteban con los ojos muy abiertos. – Usted es un genio incomprendido, amigo mío. Y... y maneja conceptos muy innovadores para exprimir la esencia de la vida y del alma humana, ¿no crees tío Luis?
-Si tu lo dices... – el primer hombre se había vuelto a sentar y se frotaba la frente.
-No hay duda. Además, qué importa un pequeño sacrificio si luego lo que se gana es...
El otro acompañante se dirigió muy respetuosamente a Don Esteban.
-¿Puedo? – dijo señalando a Karla.
-¿Tiene usted alguna aspiración a...
-Ninguna.
-Excelente, es toda suya, pero trátela bien. –le guiñó un ojo. A continuación, se encaró nuevamente con el poeta. -¿Entonces...?
El hombre se acercó lentamente a la pared donde Karla, que no había perdido detalle de la conversación, lo esperaba con expresión libidinosa estirando su cuerpo sensualmente hacia él.
Mientras tanto el poeta se definía.
-Me pongo en sus manos, amigo mío. ¿Qué debería hacer?
-Mmm... había pensado en uno de esos cuadros religiosos, por ejemplo un san Sebastián en el suplicio. Habría unos pequeños cambios, por supuesto, pero...
-Me parece una idea sublime. ¿Para cuando sería?
-Bueno, primero tendría que contactar con la clase de gente que le podría echar una mano. Aunque... ¿le importaría bajarse ahora los pantalones? Es para comprobar si... aaah, qué linda cosita...!
En el paisaje africano, Karla y el otro tipo se encontraban ya en pleno delirio sensorial intercambiándose frases tan poéticas como “métemela hasta el fondo, puto bastardo” o “te voy a dejar el culo como un bebedero de patos, zorra” mientras hacían peligrar toda la estructura del mural con sus arrebatados empujones.
El tío Luis bebía.

7. Amor Propio

Era lunes por la mañana y Karla estaba teniendo problemas para concentrarse. Suspirando, cerró otra vez los ojos y volvió a empezar. Mmm…. sí… ese hombre, tan terriblemente atractivo, con el cuerpo tostado por el sol, mmm… acercándose lentamente a través de las dunas… foulard y feromonas al viento…
Los ruidos estrepitosos provenientes de la obra del edificio de al lado la volvieron a sacar del ensueño. Joder! sí que era difícil quererse a una misma últimamente. Y no solo porque los enervantes sonidos del mundo exterior estuvieran en su contra…
Se incorporó y observó toda la parafernalia que tenía montada alrededor. Dildos, bolas chinas, consolador, lubricante, un stick de incienso encendido, la taza aun medio llena de té a la menta, la insinuante musiquilla que no servía para nada dado lo…
Ring! Riiing! Riiiiiiing!
Lo que faltaba, el teléfono. ¿Quién podía llamar tan temprano?
-Hola?
-Yolanda?
-No, te equivocas.
-Ah, perdón.
La discusión y posterior desavenencia con el tontolabas de Marcelo la estaba afectando más de lo habitual, no entendía la razón de porqué su cerebro se empeñaba en dar vueltas y vueltas al asunto y ya estaba empezando a encontrar fastidioso el tema. Vale que ella no tendría que haberse reído de él cuando tropezó con aquella silla, manchándose de paso la camisa de salsa de mostaza, pero había sido tan cómica la imagen, que no pudo evitarlo. Pfff… y es que tampoco era para tanto… Lo que pasaba es que él era un picajoso, hombre, un tío sin un ápice de humor. Siempre tan estirado, pendiente hasta la obsesión de que nada se saliera de su sitio… en fin, con tanto falso amor propio, que probablemente se sentiría muy pequeñito sin, por ejemplo, ese requeteplanchado traje oscuro que le servía de armadura… mmm, pues venga, ¡fuera traje! Y de paso también ¡fuera gafas! Karla se lo imaginó en ropa interior. Je je, apostaba que llevaba la típica y vetusta camiseta imperio, lo mismo que esos calzoncillos blancos, los de “toda la vida”. Se lo imaginó, así de esta guisa, y en diferentes posturas a cual mas ridícula, alguna con la corbata puesta en el cuello a modo de cuerda, alguna incluso arrodillado ante ella suplicando su perdón. Mmmm…. jajaja, seguro que el original de carne y hueso no actuaría así pero ni borracho; seguro que se quedaba quieto, con su pinta de oficinista conservador, cada vez más lívido y con los ojos desprendiendo rencor o quizás, quién sabe… lo que le iba era ataviarse con una hermética expresión mientras se quitaba la susodicha corbata y, rebelándose, la usaba para maniatarla, ponerla sobre sus rodillas y darle una tanda de azotes en el culo.
Karla fue consciente de golpe que se estaba tocando y que la imagen de Marcelo en acción la ponía caliente. ¡Vaya! Quien hubiera creído que para ponerse cachonda, mentalmente prefiriera al bobo real que al guaperas imaginario!
Aprovechó para acomodarse más mientras ponía en marcha el consolador y comenzaba a estimularse la zona del clítoris suavemente con él mientras que con la otra mano se acariciaba de forma pausada los labios, el cuello, los pezones… se metió un dedo en el coño y se lo llevó a la cara, frotándose delicadamente los orificios nasales, para depositar su olor allí y reconocer su calentura con el olfato. La respiración se le aceleró. Visualizó a Marcelo sentado a su lado inspeccionando con aire científico sus genitales, tocándolos con toda familiaridad, metiendo un dedo, dos, tres… sacándolos… mmm… Karla se introdujo en el ano uno de los dildos y le dio más velocidad al consolador. Una multitud de imágenes se agolpó en su cabeza sin orden ni concierto, visiones cada vez más insustanciales ante la creciente oleada de placer. La llegada del orgasmo le provocó el único gemido emitido en las últimas horas y sonó casi como el lamento quedo de un moribundo. Luego le dio la risa tonta mientras comenzaban los cinco minutos que habitualmente se permitía de relax y lasitud muscular absoluta antes de levantarse, acabar de desayunar y arreglarse para ir al trabajo. Los disfrutó imaginando nuevas y diversas maneras de hablar con Marcelo sin que resultase raro ni él sospechase que era objeto de alguna broma secreta. Porque era capaz, con lo paranoico que era. O no. Tal vez, lo mejor era hacer todo lo contrario. Hablarle como si hubiera sido él el que realmente hubiera participado, haciéndole guiños, veladas referencias, sonrisitas, así, como para volverle un poquito loco, jeje. Que lástima que el Marcelo original fuera tan sosainas porque sería genial echarse unas risas juntos. En fin, dentro de nada podría comprobar si surgía algún cambio ya que lo iba a ver en el curro.
Ring! Riiing! Riiiiiiing!
Venga, otra vez.
-Hola?
-Yolanda?
-No guapa, te vuelves a equivocar.
-Ah, perdón.
Una ambulancia circuló por la calle perforando los tímpanos y el sistema nervioso de todo el vecindario y parte del extranjero. Desde luego, la farragosa vida diaria en la ciudad y todo aquello de “quiérase usted un poco más viviendo en armonía y paz con el mundo”, no acababan de cuajar.

6. Confidencias

Karla y Judit tomaban el aperitivo en la terraza de un café mientras hablaban de sus respectivas experiencias. Desde hacía un ratito se estaban centrando en aquellas con un tinte escabroso.

-Sado-maso, sí. Jo, pues tengo varias anécdotas para cada lado de la moneda. Si quieres te cuento una de la primera parte, con respecto a mí, claro, jaja, porque cada vez que se habla de una, es imposible no hablar de la otra. ¿Te apetece?
-Por supuesto. – Judit levantó el brazo. –Camarero! Otra cerveza!
-Yo era muy, muuuuy joven. Y mi estado vital era el de una yonki, ya sabes como es eso, en el círculo interminable de droga-dinero-droga, pero por otro lado era una panoli… esto… te lo contaré todo seguido, vale? Así no pierdo el hilo. - Karla dio un sorbo de su bebida. - ejem… ¿te acuerdas de Kiki?

Kiki (¡menudo elemento!) entra en casa: -Acabo de conseguir curro para las dos, venga, arréglate y no de hippie como vas siempre. Vamos a ver a un ABOGADO. (¿???). Imagínate: La City, zona bien. Despacho semilujoso. Mas allá 2 habitaciones con pasillo en medio. Ella y yo sentadas delante del abogado, edad media, talla media, pelo blanco. Kiki: -esta es la chica de la que le hablé, no le decepcionará. Abogado: -No esta mal. Acércate.-(me palpa) -¿Ya sabrás hacerlo bien, bonita? –(mentalmente me cago en Kiki que no me había explicado nada, solo me había dicho: “tu síguele el rollo y luego me imitas”. La muy guarra! pero digo): -Claro, si usted me puede explicar exactamente que es lo que quiere que haga, ningún problema. –Ah, tengo unas secretarias muy descaradas y necesito que se les administre disciplina. Aquí tienen estas fustas por si les dan problemas. (y veo que saca del cajón dos latiguillos y un cuchillo. Glups. Coge el cuchillo y vuelve a mí). – Por supuesto, todo esto tiene que quedar en el mas absoluto secreto, lo entienden, no? (va deslizando la punta por todo mi cuello hasta las tetas) –Evidentemente, no se preocupe. - le contesto. (me recontracago en Kiki). –Pues hala, ya pueden desnudarse y empezar.
Habitación 1. Chica atada y despatarrada en el suelo. Observo a Kiki. Ella se acerca a la chica, la abofetea, la insulta, le toquetea el coño, le pellizca las tetas. Se frota contra ella mientras va alternando golpes y caricias. Veo que la chica disfruta y eso me anima a participar. Al principio no puedo más que darle ligeros golpes mientras intento cortar la risa que me surge. Ella me ayuda; me agarra del pelo y me lo estira con fuerza para que yo reaccione dándole con más brío. Lo consigue a medias, solo a partir de un empujón con el pie que me hace caer, reacciono plenamente a su conveniencia, imitando totalmente a Kiki y añadiendo invenciones propias. Así conocí lo que yo he pasado a llamar el masoca tipo A. Los que dicen: aaah sísísí, dame más! Mientras tanto, lo que hacía el abogado era pasearse calmadamente al tiempo que observaba todo. Recorría la habitación 1, el pasillo, la habitación 2 (desde la que salían sonidos parecidos) y volvía, el pasillo, habitación 1… hasta que consideró que nosotras ya habíamos logrado el propósito para lo que nos había contratado. Entonces, nos hizo vestir, nos pagó y mientras nos dirigíamos a la puerta de salida, oímos como se tiraba a la chica que nos habíamos estado trabajando.
Una vez fuera le pregunté a Kiki por qué cojones no me había advertido de la movida. –No habrías venido, Karlita. Pero mira lo que hemos ganado. La verdad es que para las dos horas que estuvimos allí dentro nos habían pagado una barbaridad, mas o menos lo correspondiente a un cuarto de un sueldo normal. Los dos meses que me duró el “trabajo”, dos horas dos veces a la semana, hasta que me despidieron por lo que te contaré a continuación, fueron estupendos a nivel económico. También fueron estupendos para acabar de tocar fondo con la maldita droga. (Era tan fácil de conseguir que aceleró la llegada del punto de inflexión: otro pico y adiós o dejarlo radicalmente).
Un día nos separaron. Kiki se quedó con la chica habitual y a mi me pasaron a la habitación 2. Aquí viene la parte de la película más surrealista, chica. Y todo porque llevo un grouchomarx en mi corazón. En fin, en la habitación 2 también había una chica atada en las mismas condiciones que la otra pero mientras que con la primera al mirarla pensabas: uuy menudo peligro tiene ésta! Con la segunda hubieras dicho: oh que ternurita de nena! Total, me desnudé y comencé la sesión habitual con ella cuando de repente, va y empieza a llorar. Uf! no era un llanto turbulento ni escandaloso, no había gritos. Me provocó tal confusión que no pude continuar y mil ideas circularon en segundos por mi cabeza predominando enseguida la que apostaba por la de que a ella la habían contratado para “recibir” sin ser masoca, de la misma manera que a mí para “dar” sin ser sádica. La intenté interrogar para que me confirmara si era así, aprovechando cuando los paseos del tipo lo alejaban de nuestra habitación y no obtuve ninguna respuesta clara, solo unas profundas miradas con los ojos lacrimosos que me dejaban aun peor. Así que por mi cuenta decidí que no le iba a dar el gusto al viejo, comenzando una comedia que mantuve durante las dos horas y que consistía básicamente en dos actos repetitivos según se acercara o alejara. El primero era a base de insultos, golpes en el suelo a escasos milímetros de su cara y sobre todo tocamientos; en el segundo batía palmas mientras internamente me reía de mi misma y de tan ridícula situación, rogando para que no apareciera de improviso descubriendo el pastel. Cuando por fin terminó la sesión que más trabajo me había dado de todas y se acercó definitivamente el tipo, veo que la pavita se levanta y le susurra un rato al oído. Lo siguiente fue el abogado diciéndome: -No hace falta que vuelvas más. Estás despedida. -AAAAH jajaja, bonita manera de descubrir lo que para mí es el tipo masoca B, que como te habrás podido imaginar son los que dicen: no, no, y lloran, pero quieren caña.

Bueno, pues esta fue mi iniciación en el misterioso mundo del sado. ¿Que te ha parecido?
Judit sonriendo se tomó el resto de la jarra de golpe.
-Interesante.

5. El Ligue

Karla reía agarrada del brazo de Daniel mientras se dirigían de madrugada al apartamento de éste situado muy cerca de la playa. Se acababan de conocer en el concierto del Palau. Él se había aproximado diciéndole: “Tú deberías haber pagado más” y cuando ella le preguntó intrigada el por qué, le había contestado: “Porque lo has disfrutado el doble”. Karla lo observó más detenidamente mientras él buscaba las llaves ante el portal. No era lo que se dice guapo pero tenia un atractivo incuestionable y encima parecía ingenioso y divertido. Ahora solo esperaba que follando cumpliese los requisitos mínimos.
Hay que decir que los requisitos mínimos de Karla no eran los mismos requisitos mínimos de la mayoría de gente. Ella no requería pollas enormes, ni un físico incansable, ni siquiera un conocimiento profundo del tema. A cambio, pedía lo siguiente:
1. Objetivo claro. O sea, que si se había quedado para un intercambio sexual, no interferir el buen hacer y el calentón con otras cosas como por ejemplo, filosofar, que aunque probablemente muy interesante seguro que había momentos más oportunos para eso.
2. No tomarse muy en serio. Esto quería decir que si por alguna razón, el tipo sufría un gatillazo, no hiciera un drama tremendo, pudiendo reírse de sí mismo y demostrando que los dedos sirven para mas cosas que, por ejemplo, para señalar.
Y 3. Interés en que el placer sea para todos los participantes. Fácil. Si uno se corría primero, que no diera automáticamente por terminado el tema sexual dejando a su partenaire a dos velas y mordiéndose las uñas.
Daniel y Karla entraron en el apartamento del piso segundo puerta B. Nada más traspasar la entrada les recibió un olor delicioso a tortilla de patatas.
-Uuups, creo que es mi ex. –Daniel la apremió a salir nuevamente al rellano de la escalera.
-¿Cariño? –inquirió una voz desde el interior.
-Mierda, ¿qué querrá? - Rebuscó otra vez en sus bolsillos para sacar una llave diferente y se la puso a Karla en la mano. –Entra en este piso –dijo señalando la puerta A. –Es de un vecino de confianza que me ha dejado las llaves y que no va a venir, así que no te preocupes, pasa y ponte cómoda, que ahora mismo voy. -dicho lo cual se volvió a meter en su casa cerrando la puerta con gran estrépito. - ¿Marta? ¿Eres tú?
Joder, qué suerte, pfff.
Abrió la puerta y se metió en el apartamento del vecino. Lo primero que hizo fue descalzarse mientras observaba el lugar. Estaba decorado de manera muy simple. Paredes blancas, parquet, pocos muebles, plantas altas y frondosas… un aspecto muy agradable y acogedor. Fue a la cocina y se sirvió un refresco de los que había en la nevera. Luego, buscó entre la pila de cds alguno que le apeteciera oír y se despatarró en el sofá a disfrutar de la bebida y de la música.
La despertó un repentino sofoco mezclado con los jadeos entrecortados de su propia respiración. Adormilada y sin entender aun lo que estaba pasando, se semi incorporó apoyándose en los codos hasta descubrir que seguía tendida en el sofá; que alguien le había subido el vestido, bajado o apartado las bragas y le estaba haciendo una comida de coño de campeonato.
-Buen despertar tengas sabrosa mujer. -le deseó un acento extranjero en un rostro desconocido. Mirándola fijamente esperaba con expresión atenta y picarona la reacción de Karla.
-Hola. -Vio al fondo las puertas totalmente abiertas de la terracita. -¿Eres un ladrón?
-No. Me llamo Alan y soy el inquilino de este apartamento; pero he tenido que pasar por la casa de Daniel y saltar por el balcón ya que otra persona tenía mis llaves y tampoco respondía al timbre.
-Ah, yo soy Karla. –dijo sonriendo. Se alzaron ambos para besarse en la mejilla como mandan los cánones. -Siento la invasión, pero…
-Daniel ya me ha explicado, tranquila. –retornó a su posición. -Yo, en cambio, no siento nada la invasión que estaba practicándote. ¿Te importa si continuo?
-Por favor, sigue. Te lo iba a pedir ahora mismo.
Karla volvió a dejarse caer desmayadamente sobre el sofá mientras Alan paseaba su lengua por el clítoris, por la vulva, por los labios, con parsimonia, saboreando cada rinconcito concienzudamente. Se ayudaba con los dedos cuando encontraba algún pliegue rebelde o cuando quería indagar más en profundidad. Por supuesto, todos estos manejos estaban llevando a Karla directamente a la catatonia y casi no se enteró cuando Alan hizo un comentario.
-Aaahmmm… oomm… perdón… decías algo?
-Decía que hoy Daniel lo tiene crudo. –aclaró mientras le metía dos dedos hasta el fondo.
-… aaah… si? –de repente se dio cuenta, gracias a la porquería de paredes de las construcciones modernas, a qué se refería Alan, ya que del piso contiguo sobresalían unas voces en plena discusión. – ooommm… ya veo.
-Yo creo que debería separarse de una vez por todas. – siguió éste, removiendo los dedos en el interior como si estuviera haciendo olitas.
Una andanada de insultos surgió de la pared.
-Uummm… bueno, no se. Parecen aun muy unidos…
-¿Tú crees?
Los reproches de los de al lado iban en aumento.
-Aaah… sí. Las palabras no… aaaah.. oh, oh… stop, please… si no, me voy a correr en seguida… las palabras no definen tanto como los hechos… y él está allí con ella en vez de en tu lugar… tal como estaba previsto. –Karla le dedicó una sonrisa encantadora a Alan.
Éste se la devolvió.
-No solo no me importa que lo hagas, sino que es justo eso lo que pretendo. –dijo tranquilamente, hurgando un poco más. –Luego ya me desquitaré. Pero tienes razón; a veces las palabras confunden lo que realmente está pasando o disimulan otras intenciones… -Alan paró de hablar para lamerle el clítoris otra vez mientras sus dedos presionaban intermitentemente contra las paredes vaginales.
-Ooooooommmm… me estás volviendo loca… -Karla arqueó su espalda y su pie derecho fue a posarse en el notable bulto del pantalón de Alan. - ¿A que… te refieres?
En el piso vecino algo frágil se estrelló contra el suelo.
-Imagina que en realidad sean una pareja que se lleva perfectamente y estén representando un papel a la espera de una señal mía… ssluuurp. –la lengua se deslizó hacia el ano.
-Aaaaah… maldito. ¿Para una mini orgía de cuatro? -Karla se debatió contra las fuertes sensaciones y contra Alan. –Entonces no me hagas correr aun, joder… y llámalos ya. ¿No ves que estoy a punto de caramelo?
Al lado, otro objeto fue a hacer compañía al primero.
-Jajaja… Ok, les avisaré antes de que terminen con toda la vajilla. –Alan removió los dedos con nuevos bríos. -Pero primero, hermosa, vas a correrte como es debido… así estarás a nuestro mismo nivel. ¿O que te piensas que hemos estado haciendo Marta y yo mientras veníais?
Karla riendo y ya sin poner pegas, cerró los ojos y se dejó llevar por el placer.
-Maquiavélicos…

4. Carnaval

¡Vaya! Sí que hacía una noche magnífica para bailar y divertirse. Karla no tenía por costumbre disfrazarse pero se había hecho amiga de un grupo de gente muy festivalera que casi la había obligado a seguir sus “normas” y esta vez habían decidido cambiar de sexo, así que todos los hombres se vestirían esa noche de mujeres y ellas de machos. Qué típico jeje, pero bueno, con un poco de predisposición al buen rollo podía ser divertido. De entrada, estaba claro que no se iba a poner la clásica chaqueta-camisa-corbata; el problema era que con las tetas y cadera que tenía resultaba muy difícil ocultar su género. Después de pensarlo se había decidido por imitar la figura de un presentador de circo un tanto obeso, de cejas pobladas y con bigotito a lo Dalí, esperando que la brillante levita y los demás complementos cumplieran su función. Y ahora se hallaba en el lugar de encuentro, al lado de la fuente de la entrada del parque, intentando reconocer a sus amigos entre el bullicio y el colorido de tanta gente disfrazada.
Una gitana se le acercó. No una de verdad, claro. El pañuelo verde chillón con moneditas cosidas que llevaba en la cabeza y el chal fucsia en los hombros, indicaba el modelo que había seguido la persona en cuestión.
-Aaaay paaaaayoooo…. Que te leo la buenaventuuura…
Karla escrutó el rostro de la gitana en busca de rasgos conocidos mientras ésta le agarraba la mano enguantada.
-Veo… veo… mmm... que vas a acabar mojando el churro, guapito.
A Karla se le escapó la risa.
-Ya. Y lo ves en el guante negro… aah, ya sé, eres Fernando, no?
-No, paaaayo. ¿Quién es ese?
-Aps, pues entonces debes de ser Jaime.
-Tampoco. Ni idea de quienes hablas, caritadeangel, pero deja de llamarme con nombres masculinos… que yo seré gitana pero muuuy mujer. –dijo colocándose bien la falsa teta izquierda.
Karla se puso en el papel.
-¿Un bailecito, ricura? – dijo con su voz más cazallera.
-Pos claro, paaayo, ya era hora. Pero vamos pallá questán tos.
Se adentraron en el parque, hacia un lugar que estaba lleno de personajes de circo. Karla empezó a sospechar que existía un equívoco en alguna parte y no solo por la suya, pero la gitana, después de un saludo general, ya la empujaba en dirección a la música que surgía del interior del parque.
Bailaron apretados un buen rato, besuqueándose con cada vez mayor frecuencia los cuellos respectivos y explorando un poquito mas allá de la apariencia externa para descubrir, por ejemplo, que la gitana estaba empalmadísima mientras sacaba su dedo índice del agujerito que había encontrado en los bajos del presentador de circo para llevárselo a la nariz. Karla dudaba si sacar de su posible error a su acompañante pero decidió que al fin y al cabo, el carnaval era eso: caos, sexo y diversión; e igual si ponía las cartas boca arriba todo se enfriaba, desapareciendo el morbo y el encanto de esa noche.
-Venga usted paquí, paaayo... –la gitana tiraba de sus manos caminando de espaldas hacia la zona más densa de árboles, mientras sus ojos oscuros y su sonrisa prometían mil y un placeres. –Venga a disfrutar con su gitanita linda...
Karla se dejó arrastrar con gusto, por supuesto, pero intentando dar la impresión de vencer ciertas resistencias, para seguir el juego. La guió hasta una zona donde predominaba la luz de la luna a la del tendido eléctrico, y la música se percibía muy amortiguada. Entre suspiros de deseo se levantó la voluminosa falda de colores mostrando su miembro erecto a los espíritus nocturnos y a Karla.
-¡Vaya clítoris! Mmm... déjame probarlo, gitana.
-Jajaja, eres más guarra de lo que pensaba, Isa.
Karla, con la polla en la boca, no se molestó en contestarle; le lamió lo justo y se incorporó invitándole a que hiciera su trabajo. Él no se hizo de rogar. Con dedos un pelín torpes por la excitación y por la poca luz, le desabrochó primero la levita, le apartó los tirantes, desabrochó también lo suficiente de la camisa como para poder sobarle a gusto los pechos, luego, los enormes pantalones que albergaban el almohadón destinado a esconder las curvas femeninas, por último le bajó los calzones que contenían el material extra para simular los atributos varoniles, todo entre bufidos de impaciencia mientras Karla colaboraba masajeando sus testículos con la mano derecha.
-¡Joder con el puto disfraz! –manifestó harto cuando ya, por fin, pudo descubrir el cuerpo de la mujer. Inmediatamente la recostó sobre el almohadón y empezó a follarla rítmicamente. Karla, entendiendo que la situación no daba para muchas sutilezas, se acopló lo mejor que pudo al mete-saca para exprimir todo el gusto que fuera posible. De repente se dio cuenta que él la estaba haciendo fotos con su móvil mientras la seguía penetrando.
-¿Te gusta recalentarte luego o qué?
Tras apartar la minicámara y poner los empujes amorosos al ralentí, descubrió su juego sin ningún tipo de miramiento.
-Es que quiero mostrarle a tu novio de lo que eres capaz.
Karla, sorprendida, ni siquiera intentó adivinar el motivo de semejante acto en el rostro en sombras, aunque podía imaginar varios argumentos. ¡Menudo cabronazo!
-Ah, vaya ¿y no crees que debe saberlo mejor que tú? –dijo levantándose y volviendo a poner cada prenda en su sitio.
-Jeje, que ingeniosa. Tengo que reconocer que te lo estás tomando muy diferente de cómo imaginaba, Isa. Creí que te pondrías a llorar, a suplicarme… en fin, de hecho tampoco pensé que fueras tan fácil de convencer ¡Qué imprevisibles que sois las mujeres!
-Pues que lástima, yo creí que ibas de buen rollo, mira tú. ¡Qué imprevisibles que sois los hombres! –le dio la espalda y comenzó a alejarse en dirección a la fiesta. –Y... chico, espero que esa sonrisa de satisfacción no se te atragante en exceso.
Karla volvió a sumergirse en el jolgorio y el regocijo general hasta que se topó con Jaime, muy reconocible dentro de su disfraz de monja.
-¡Pero tiaaaa! ¿Dónde te habías metido? ¡Te hemos estado esperando en la fuente de la plaza más de media hora!
-Ah ¿era en la de la plaza?
-Ahora estábamos diciendo de ir a tomar un chocolate a Ca la Nuri. ¿Te vienes?
-¡Pues claro! –Karla sonrió. -Al final, va a tener razón la gitana y voy a mojar el churro.

viernes, 5 de junio de 2009

3. El Ascensor

Las puertas del ascensor se abrieron de par en par ante Karla. Se encontraba en la planta baja del edificio comercial WWK y debía subir al piso onceavo donde un, esperaba que, futuro cliente tenía su oficina. Dudó ante las puertas invitadoras aunque la claustrofobia que sufría desde la infancia le señalaba la dirección de las escaleras, es que... once pisos, joder! ¿seguro que no podía aguantar ese ratito de nada? Lo mas probable era que llegara a su destino en un pis pas, cierto que por dentro era todo metálico (¡putos ascensores modernos!) sin ninguna visión al exterior; pero se veía amplio, con una capacidad para 10 personas, no? Y tenía espejo... Karla tomó aire y con un paso nervioso se situó justo en el medio del interior del habitáculo, apretó el botón y esperó. En ese brevísimo interludio entraron dos mujeres, tres hombres y un adolescente andrógino que se fueron situando a su alrededor después de pulsar los botones correspondientes. Karla empezó a arrepentirse de su decisión pero mientras vacilaba se cerraron las puertas y con una ligera sacudida el ascensor se puso en movimiento.
En el segundo piso se bajó uno de los hombres pero se subió otro, y en el piso octavo.... se paró. Mejor dicho, entre el piso sexto y el séptimo se pudo percibir un molesto chirrido que se apagó en cuanto el ascensor se detuvo casi a punto de llegar al piso octavo.
-No me lo puedo creer –dijo una de las mujeres, la más joven, con un gesto de disgusto –Justo cuando tengo más prisa.
Karla empezó a sudar mientras sentía como se le desbocaban los latidos del corazón, como de repente no podía respirar por falta de aire, como le zumbaban los oídos, como las piernas se le convertían en flanes... mientras las mujeres hablaban entre ellas, los hombres apretaban botones comentando posibilidades y el andrógino murmuraba algo entre dientes.
El grito liberador que logró concentrar en su garganta terminó con todas las conversaciones de golpe y consiguió que le prestaran la atención necesaria para poder manifestarse con todo el valor que pudo reunir.
-A ver, lo explicaré solo una vez. Soy claustrofóbica. –Tragó saliva. -Y antes de que empiece a pegar a todo el mundo de una forma histérica, o me desmaye de miedo, les informo que solo un estímulo superior al terror que siento puede conseguir diluirlo. –Karla dio un golpe reafirmante con la palma de la mano en la pared metálica. -Así que voy a pasar inmediatamente a desnudarme y bueno... -miró directamente a los ojos de los presentes -todo aquel o aquella que quiera participar en esta sesión de sexo, está invitado.
Dicho esto, Karla se desprendió de la ropa a una velocidad pasmosa y observando que uno de los hombres, pasada la sorpresa inicial, se desabrochaba la bragueta y sacaba su miembro acercándose a ella, se dejó caer de rodillas y abrió la boca para ayudar en lo posible.
-Pero... pero... –la mujer joven no daba crédito a lo que estaba sucediendo. –No puede ser.
-Pues hija, está muy claro. –la mayor miraba sin alterarse pero sin moverse la escena que se desarrollaba a sus pies. -La pobre sufre de...
-¡Mamá! –la joven estaba escandalizada.
Karla pasó a ponerse a cuatro patas para que el hombre la penetrase por detrás. Otro de los hombres se sumó agachándose y besándola en la cara mientras le acariciaba los pechos. El adolescente andrógino se balanceaba de un pie al otro balbuceando:”Qué fuerte! Qué fuerte!” sin saber que hacer. Al final decidió que por tocar una teta no le iba a pasar nada.
-No entiendo como has salido tan puritana, Bea. Tu padre y yo, me parece que no hemos sido tan... ay, perdone ¿le he pisado la mano?
Karla jadeando miró con ojos turbios a la mujer sin entender nada de lo que le decía y le lamió el trozo de pierna que tenía mas cerca.
-¡Mamá! ¡Apártate de esa puerca! Te va a manchar con sus babas...
-Cálmate. Mira, voy a recoger sus ropas que sino van a quedar hechas una pena... Usted, señor, sí, el que no participa ¿le importa pasarme los pantalones que tiene a sus pies?
Los hombres activos, mientras tanto, cambiaron de postura. Sentando a Karla encima de uno, el otro se dedicó a encularla iniciando así el peculiar baile de la doble penetración. Los gemidos de los tres, hasta ahora muy comedidos, subieron de tono.
-Qué fuerte, qué fuerte... – el andrógino había pasado a masturbarse metiendo su mano en sus anchos pantalones y sin clarificar aun ante los presentes el género al que pertenecía.
-¡Lo que faltaba! –comentó la joven con disgusto. –¡Ahora hay que aguantar la música de fondo! ¡Y qué calor que hace! Usted, señor, el que no participa, ¿le importaría volver a pulsar el timbre de ayuda?
-¡Por dios, Bea, deja de quejarte por todo! – La mujer no quitaba ojo de lo que sucedía y en un momento dado, se inclinó para despegar un papelito que uno de los hombres tenía adherido en la espalda.
-“¿Sí?” – la voz surgiendo repentinamente del interfono sobresaltó a todos excepto a Karla. –“Perdón, me estaba tomando un cafetito, ¿pasa algo?”
La joven y los tres hombres se lanzaron en dirección al panel de los botones barbotando diferentes explicaciones mientras se recomponían los aspectos.
-“No se alteren, por favor. ¡Si solo he estado fuera 15 minutos! Ya es casualidad...”.
La mujer mayor se agachó hasta que su boca rozó la oreja de Karla.
-Incorpórate querida. Ahora vienen a sacarnos de aquí. –acarició suavemente la sudorosa mejilla.
Karla la miró agradecida y sonriendo le dio un beso largo, cálido y húmedo en la boca antes de levantarse y vestirse con las prendas que la mujer le iba pasando. La joven le pasó un peine y todos se observaron a ver si descubrían algo que delatara una actividad fuera de lo habitual en un ascensor. Solo el andrógino seguía masturbándose a su aire hasta que recibió una colleja de uno de los hombres poco antes de que se abrieran las puertas.

2. La Propuesta

Era una mañana soleada y después de desayunar (tarde) Karla salió con la intención de comprar algunas cosas que necesitaba. Digo intención porque nada más salir de la portería, cuatro pasos escasos y se cruzó con un hombre en el que su parte consciente ni se fijó pero sus hormonas, por lo visto, sí. (Aaay ese olfato suyo…). Dio dos pasos más y se dobló por el súbito desgarro que se extendió por sus entrañas. Y se giró. Y allí, a una distancia de cinco metros, estaba él mirándola también de forma rara. Una breve vacilación y se acercó. Vio que él hacia exactamente lo mismo. Se saludaron cortésmente, como si se conocieran de toda la vida, besos en mejillas y mano en mano.
–Hola, soy Héctor.
–Hola, yo Karla.
-¿Quedamos para después de comer? ¿un café en la plaza?
-Claro, a las 5 va bien?
-Sí, perfecto. Hasta luego.
-Chau.
Se dio la vuelta y siguió su camino y ella hizo exactamente lo mismo, mientras su parte pensante estaba interrogando de mala manera a su parte animal para poder entender lo que había pasado.
A las 5 en punto estaba en el bar de la plaza de la Virreina como un clavo. Allí estaba él esperándola. Se observaron sin decir nada mientras les servían los cafés. Era alto, con cuerpo deportivo, muy atractivo (esto parece una novela barata de corin tellado pero es que era así. Karla estaba impresionada).
-Soy uruguayo y trabajo de modelo. Igual me has visto en la tv, en el anuncio del chocolate…
-(Cierto, joder, era verdad) ejem... yo catalana de padre británico y soy relaciones públicas. Y si me has visto puede ser porque estoy en una empresa que organiza conferencias… pero no lo creo, jeje.
-Bueno, te seré claro. Por cuestiones personales que ahora no vienen al caso, busco una mujer para esclavizarla sexualmente. No me interesa nada más allá.
-…. Glups… seguro que encuentras mujeres más ideales para esto entre tus compañeras de profesión.
-Físicamente es posible, pero un requisito imprescindible es que tenga cerebro porque mis necesidades son variadas.
-Y que te hace pensar que yo lo tengo?
-Tu conducta, la manera que tienes de reaccionar a lo que te estoy diciendo.
-Me estás dando jabón. Bueno, pues no sé si voy a poder… trabajo, tengo compromisos…
-Dame tus noches. Y con esto me refiero a todo el tiempo que no estés obligada por trabajo u otras actividades a actuar ante el mundo.
(¡Dios santo, como habla!)
-…define mejor como sería eso.
- Tú me informas de tus horarios y ese tiempo “diurno”, caiga en la hora que caiga, yo lo respeto, pero en cuanto termine, eres mía y tienes que estar a mi disposición. Tú seguirás con tu vida normal hasta que te llame; en cuanto lo haga dejas todo y te presentas en mi casa. También es posible que no te llame durante noches. Ah, y si te apetece follar, puedes. Siempre que me lo cuentes y con una condición: tu culo es exclusivamente para mí. Sin embargo, no puedes masturbarte; ese derecho pasa a ser mío.
-Aah, y esto… mmm, cuando me llames, que tengo que esperar? ¿Cómo debo comportarme?
-En cuanto terminemos el café y si has aceptado la propuesta, me acompañarás a mi casa y te mostraré cuales serán tus obligaciones. No te preocupes, no son muchas. Y creo que no soy un mal amo.
-No me han pegado nunca y no creo que a estas alturas me vaya a gustar.
-Yo no pego, no lo veo mal pero no es mi estilo. Algún azotito cariñoso en las nalgas puede ser, pero nunca te haré daño.
-Y que harás si te soy desobediente?
-Tengo otros métodos mucho más sutiles. De todas formas, no tengas miedo, te daré una Palabra; si en cualquier momento pronuncias esta palabra entenderé que nuestro acuerdo ha quedado anulado, y te podrás marchar. Pero si te vas de esta manera, no habrá vuelta atrás, no podrás volver.
-Tampoco me gusta que me aten…
-Lo siento (sonrisa), eso no es negociable.
-Y de cuanto tiempo estamos hablando?
-Había pensado en un mes como mínimo para que captes bien lo que pretendo conseguir. Ampliable a otro más, si me lo pides. (¿??) Si lo deseas, podemos hacer una especie de contrato que lo especifique.
-Y que se supone que gano yo con todo esto?
-Una experiencia irrepetible - y sonrió angelicalmente.
-Acepto.

jueves, 4 de junio de 2009

1. La Pareja

Karla estaba caliente. Y no era raro, ya que ese era su estado natural.
Paseaba por una calle céntrica con andares cansinos, deteniéndose a mirar los escaparates y espectáculos callejeros que le salían al paso. No tenía prisa. Era una hermosa tarde y no había ningún motivo para fastidiarla con un estres innecesario.
Claro que su futuro inmediato no tenía por qué estar de acuerdo con esto y por lo tanto, al doblar la siguiente esquina, los acontecimientos se le echaron encima. Literalmente.
- ¡Puta! ¡Guarra!
Revolviéndose automáticamente para que el cuerpo que había chocado con ella no la hiciera caer, Karla afirmó sus pies y se preparó para enfrentarse a lo que fuera que el destino le tenía reservado.
Que consistía principalmente en:
A. Mujer de unos treinta y tantos, guapetona y arreglada (aunque no con toda la ropa en su sitio) pero con cierto rictus de terror en la cara y
B. Hombre de unos cuarenta y muchos, atractivo y moreno, que se acercaba espetando insultos con expresión rabiosa detrás de ella.
- ¡Zorra, párate ya, que va a ser peor!
- Oiga... no hace falta ponerse asi...
Karla con la mujer en brazos, no pudo contener las palabras...
El hombre se detuvo y la miró de arriba a abajo.
- ¿Y usted quien es, si puede saberse?
- ¡Y eso que importa! ¡No puede tratar a... a su... a esta mujer a gritos, hombre!
La mujer intervino.
- ¡Oiga, no le hable asi a mi marido, eh?! Mi marido me trata como le dé la gana!
- Claro, claro... ya veo... - Karla empezó a recular. (¡Me cago en la puta! ¿cuantas veces me tengo que decir que no hay que meterse en medio de una pareja?) - pues nada, eh? yo sigo mi camino...
- No, no. No le va a ser tan fácil, señorita. Usted se ha inmiscuido y no va a marcharse hasta que esta situación esté resuelta.
- Pero...
A una seña del hombre, su compañera agarró a Karla de los brazos con mas fuerza de la que aparentaba tener y entre los dos, la metieron en un portal vecino de entrada estrecha y oscura.
Allí pasaron rápidamente a la acción.
- Bájale las bragas.
La mujer, que se había situado a su espalda y cuyas tetas notaba presionando contra sus omoplatos, siguió inmediatamente las indicaciones de su hombre. Su mano derecha se introdujo bajo la falda de Karla y no paró hasta haber conseguido su objetivo, mientras que él, que no había estado ocioso, le había levantado la camiseta y el sujetador y se encontraba magreando sus pechos con especial atención a sus pezones. Se notaba práctica en como lo llevaba a cabo pues sus movimientos eran eficaces, duros y suaves al mismo tiempo y Karla no tardó en ponerse como una moto.
- Ahora métele los dedos. - el aliento a menta del tipo le rozó la mejilla al musitar las siguientes instrucciones. - Eso es... mmmm...
Karla jadeó desde su posición de relleno del bocadillo formado por esos dos energúmenos y no pudo evitar un seco gritito cuando ella le introdujo de golpe el dedo corazón en el ojete y con la otra mano empezó a tantearle el clítoris y el coño.
- Está húmeda la muy guarra.
- Sí, y nada asustada por lo que veo. - el hombre sonrió ligeramente en la penumbra reinante, mirando a Karla fijamente a los ojos, para volver inmediatamente a sus manoseos y pellizcos en sus generosas tetas al tiempo que comenzaba a restregar el, cada vez más, visible bulto de sus pantalones contra la zona genital.
- Métemela... - dijo el dominador al cabo de unos diez minutos de sabios manejos digitales y sobeteos varios a la prisionera en los que ni un solo supuesto vecino de la finca hizo acto de presencia por la escalera desperdiciando asi la ocasión de ver a una Karla semidesnuda, (la camiseta en el cuello, la falda en la cintura y las bragas por tierra), desfallecida y casi al borde de las lágrimas por sus intentos desesperados por acabar con la tremenda excitación que sentía.
- Por supuesto amor... - dijo la señora.
- Sí, sí. - estuvo de acuerdo ella entre suspiros entrecortados.
Al punto, expertamente y sin sacarle el dichoso dedo del culo, la señora tuvo en su mano la verga de su marido y la dirigió sin vacilaciones a la entrada de la recontrahumedecida vulva que, ya a estas alturas del tema, latía con vida propia.
- Espera querida...
La mano se detuvo. (Noooo... vengavengavenga... metemete...) ((bueno, ya hemos dicho que tenía vida propia)).
- Sé que te mueres de ganas de comértela y hoy estoy inclinado a concederte lo que me pidas... tu sexto sentido al elegir lo adecuado para mí, sigue siendo muy bueno. Por lo tanto...
- OOOh... gracias, cariño. - Y le dedicó una deslumbrante sonrisa de absoluta adoración por encima del hombro de Karla. - Sabes que siempre y en cualquier lugar puedes contar conmigo para lo que desees... - dijo mientras estiraba el cuello para poder llegar con su boca a la boca de su dios terrenal.
- (Pfff...lo que me faltaba...) - se dijo Karla poniendo los ojos en blanco e intentando respirar dentro del forzado abrazo. - ¡Eh, par de panes! ¡Aquí! Un poco de atención a vuestro jamoncito rico.
- ¡Que me la chupes ya, joder! ¡Déjate de gilipolleces!
- Claro, claro... perdona... - balbuceó la cretina enamorada, al tiempo que se arrodillaba de golpe y sacaba su dedo del lugar calentito donde lo tenía, para dedicarse en cuerpo y alma a las imperativas exigencias de su rudo cónyugue.
Karla fue empujada, y rápidamente olvidada, hacia un lado.
- ¡Pero bueno..! - indignada ya iba a...
- Desaparece nenita o te vas a acordar por mucho tiempo.
El tono frio y desagradable de la voz hizo que Karla recuperase ipso facto el control sobre sus sentidos y sin decir ya ni media palabra, se colocó como pudo la ropa en el sitio adecuado, salió del lúgubre portal y volvió al mundo, que la recibió como si nada hubiera sucedido.