jueves, 31 de diciembre de 2009

20. Epístola a un ex

La carta decía así:

“Queridísimo Mardi Gras, te echo de menos.
Los días transcurren un poco más grises y aburridos desde tu partida pues se nota rápidamente el vacío de tu presencia por la falta de esos comentarios tuyos llenos de chispa y gracejo tan acordes con tu apodo.
Cierto que gustabas también de añadir elevadas dosis de belicosidad, sobre todo cuando tus peroratas estaban destinadas a los personajones (joder, hay tantos!) con más fachenda que contenido, pero cómo podría quejarme de una de tus características más emblemáticas si sabes de sobra que las disfrutaba como nadie.
Eugene, me parece fatal que decidieras irte así por las bravas, sin avisar, sin darme opción a una despedida como es debido. ¡Imbécil, idiota, cretino, eso no se hace! No se hace con los amigos y mucho menos con aquellos con los que has compartido íntimamente el abanico de ideales, emociones y placeres como el que tu y yo hemos desplegado tantas veces.
¿Y ahora qué? ¿qué hago con este nudo que tengo en la garganta, por ejemplo?
No quiero entrar en averiguaciones y en detalles escabrosos de tus razones para hacer lo que hiciste; tu siempre has sido muy autosuficiente y porfiado a la hora de tomar tus propias decisiones, pero que sepas que creo que la has cagado. Y de largo.
Encima, a tu hermana le faltó tiempo para echarme en cara no sé que cosas porque, en realidad, a partir de un momento determinado, todo lo que salía de su boca se iba convirtiendo en algo incomprensible e inconexo. La abogada y yo nunca acabamos de hacer buenas migas.
Ah, por cierto, aun tengo varios paquetes de cosas tuyas circulando por casa, esperando en vano esa decisión tuya de desvincularlas de mi vida de una vez por todas. ¿Las tiro o te las envío vía ouija-expres? No es que me molesten especialmente, (ya sabes que tengo tendencia a vivir en el caos), es solo por una cuestión de salud mental.
El otro día me sorprendí sonriendo al recordar aquella vez que recién conocidos te empeñaste en que nos mantuviéramos encerrados en esa especie de nave de madera que construiste en el jardín de tu casa y que durante una semana entera pareciera que orbitábamos alrededor de un planeta inexplorado con ocasionales descensos a su superficie. Joder, que incomodidad! Las maderitas y demás materiales utilizados a veces se clavaban por todas partes... pero, y esto hay que remarcarlo, qué bien y cuanto follamos esos días! Uf, los vecinos debían estar escandalizados todo el tiempo ya que ninguno de los dos se ha caracterizado nunca por la discreción en cuanto a la emisión de sonidos se refiere. Me encantaba sobre todo la forma en que me masajeabas, estrujabas, apretabas los pechos... mmm... con que dedicación. Tenía incluso la sensación que existía un cable que unía los pezones con el bajovientre porque cada caricia tuya en mis tetas, repercutía como los terremotos, notando algo parecido a un corrimiento de tierras ahí abajo. Aaay, cuantos buenos momentos...!
Esto... ¿te acuerdas de Susan? Supongo que sí. La última vez que la vi fue delante de tus despojos, mirando descompuesta ese repeinado tan años cuarenta que te habían hecho en la morgue. Tiiiiio, que raro que te quedaba! Pues me ha llamado esta mañana. Lo ha hecho para informarme que ha vuelto de su lugar preferido de meditación porque necesita revisar las cosas tuyas que están aquí con la intención de llevarse no se qué que dice que es suyo, que se lo habías prometido porque estabais íntimamente unidos en los últimos meses. (¿¿??) Miente, verdad? Creo que me lo hubieras dicho. Cuando rompimos una semana antes de tu... mmm... llamémosle estupidez, me contaste que estabas iniciando un nuevo ciclo vital y todas esas cosas, pero que no había nadie más, NADIE, y me lo juraste sin yo pedírtelo ni nada. Además, mierda, teníamos mutuo permiso para acostarnos con otros si lo deseábamos. ¿Para qué ibas a liarte en serio con Susan? En fin... le he dicho que se pase cuando quiera; tengo curiosidad por ver que es lo que se lleva.”

Karla rebuscó en la maleta la continuación de la carta. Aparte de algo de ropa de entonces, encontró postales, cajitas de metal, piedras recogidas en diferentes lugares, dos jaboncitos de hotel, una pulsera de cuero, un montón de fotos que también creía perdidas, lápices de colores, un manojo de llaves, un silbato, unos dados, una sombra de ojos... joder, de todo menos el puto folio que faltaba. La maleta, llena hasta los topes de cosas suyas, se la había enviado recientemente su padre desde Inglaterra ya que iba a poner en venta la casa de Portsmouth y necesitaba sacar todos los trastos antes de enseñarla a posibles compradores.
De todas formas, aun sin leer el resto de la carta, se acordaba perfectamente de cómo había vivido aquel tiempo y las circunstancias que rodearon la muerte de Eugene “mardi gras” Parker, uno de sus primeros novios y el más extravagante de cuantos tíos había conocido hasta entonces. Le había sentado fatal, casi como una traición aunque en ese momento ya no fueran pareja, su inexplicable muerte. De acuerdo que, por lo aprendido en los años siguientes, hubiera podido definirlo como alguien bipolar. Incluso tras la visita de Susan, que en realidad vino más a “mostrar” que a “recoger” pues se presentó ante ella con un bebé en brazos con rasgos que, con algo de imaginación, podrían atribuirse a él... El caso es que Karla siempre había sentido que no eran razones suficientes para tan drástica decisión. Tal vez fue un maldito y desgraciado accidente; a Mardi le gustaba jugar al borde del abismo. Pero tal vez no, quien sabía...
Karla recogió impulsivamente otra vez todo dentro de la maleta y la colocó en lo alto del armario grande, en espera de un mejor ánimo para clasificar lo que iba destinado a la basura y lo que no. Luego se tumbó en la cama boca abajo al notar como le caían unas cuantas lágrimas que se apresuró a secar con la sábana.