domingo, 29 de noviembre de 2009

19. Entrevista

Karla presionó el timbre correspondiente del interfono y esperó una respuesta mientras sonreía a un niño que pasaba por su lado haciendo burbujas de jabón.
-Sí?
-Mikele Oké?
-Pasa. ¿Té o café? Antes dime que te apetece que te prepare... porque tienes que subir al sexto piso y no hay ascensor.
-Muy amable. Pues un café con hielo.
La conversación y el ruidito añadido del portero automático se cortó y Karla se vio delante de la típica escalera mal iluminada, estrecha y empinada de cualquier viejo edificio del barrio chino. Con un suspiro de resignación comenzó el ascenso. Perdió la cuenta de los peldaños mas o menos por el tercer piso, cuando se tropezó con uno en el que las baldosas estaban flojas y su respiración aprovechó para desacompasarse.
Mikele Oké, pintor experimental con cierta fama en los sectores artísticos y modernillos de la ciudad, le abrió la única puerta de la última planta. Estaba totalmente desnudo, a excepción de un sombrero y unas zapatillas. Se quedó un rato parado, viéndola resoplar de mala manera, con una ceja más levantada que la otra y unos cuantos rizos castaños sobresaliendo de su prisión.
-Uuuy nena... que sofoco. Necesitas ponerte en forma, reina. Ven, acompáñame al dormitorio; es el sitio ideal para una entrevista y además estoy acompañado.
Dicho lo cual, giró sobre sí mismo y Karla se limitó a seguir el acompasado movimiento de sus nalgas morenas por un pasillo decorado del techo al suelo por lienzos de todos los tamaños made in Miok, la firma habitual del artista, hasta llegar a una estancia transformada con colores muy vivos en salón-dormitorio y en cuya pared principal, centrado y elevado por una tarima, se hallaba el lecho matrimonial. Un joven rubio de piel muy blanca, tumbado encima de las sábanas de seda roja y con aspecto de estar muy aburrido, la miró sin mostrar ningún interés.
Mikele le señaló un juego de sofá y mesita al estilo moruno donde reposaba el refresco que había pedido mientras él se deslizaba nuevamente al lado de su compañero, el cual repentinamente pareció cobrar vida.
-Así que... Karla, no? Y has venido por un proyecto de Marcelo... –indagó el pintor esquivando a medias los besos y demás muestras de amor.
-Bueno... ejem, te cuento -Karla enderezó su postura sentándose más en el borde del sofá. -En realidad, la performance es de un grupo danés que desea un espacio amplio en el centro, con representación pictórica de alguien local... y a Marcelo, que es uno de mis compañeros de trabajo, se le ocurrió, ya que por lo visto te conoce, que podías ser tú.
-Sí... –dijo Mikele con voz entrecortada y los ojillos semicerrados. Karla no supo si se refería a que sí, que conocía a Marcelo o a que le gustaba mucho como el otro le estaba chupando la polla.
Se tomó el café tranquilamente mientras esperaba algún tipo de señal que la mostrara el momento oportuno para continuar hablando, aunque pronto se distrajo mirando la maravillosa terraza en que se había convertido la azotea por obra y gracia de Oké.
-¿Te gusta? -oyó que decía éste. Dudó también si la frase iba dirigida a ella pero lo vio inclinado, observando la pared de cristal por la que se accedía al exterior.
-Preciosa, de verdad. Me recuerda un poco a...
-Klimt. Sí, por los azulejos dorados. ¿Como es que no ha venido Marcelo?
-Pues no sé, seguro que tenía un montón de curro.
-Hubiéramos podido hacer un trío magnífico, como la última vez.
-Aps lo siento, pero le diré lo que se ha perdido en cuanto lo vea. Por cierto, saludos de su parte.
-¿Te incomoda esta situación, Karla?
-¿Cual? ¿Ésta en la que los dos os estáis dando gustito mientras yo intento explicar de qué va la cosa? -sonrió jovial. -No, en absoluto. Me gusta el sexo aunque no participe. Además, no tengo hambre, vengo bien servida.
-Y si te invitara?
-Puaj, una mujer! -intervino la pareja del pintor dejando de lamer y torciendo el gesto.
-No seas maleducado, niño –le riñó Mikele.
-No te preocupes –le intentó tranquilizar Karla. –En serio, no me apetece. Si... ejem, si acabáramos con el tema de los cuadros, podríais seguir con lo vuestro sin interrupciones.
Por lo visto a Mikele le gustaba tener espectadores pues no contestó; en vez de eso, agarró al joven por las piernas y le dio la vuelta colocándolo a cuatro patas. Se humedeció los labios y comenzó a recorrer a besos y pequeños lengüetazos su columna vertebral. Muy lentamente, pues se sabía observado. Así, hasta llegar a las respingonas nalgas a las que enrojeció con un par de cachetitos antes de separarlas e impregnar con su saliva el rosado ojete del chico.
Karla se había vuelto a sentar educadamente en el sofá para contemplar sin reservas el espectáculo y cumplir con el papel de observadora que le habían destinado. Al principio con el ánimo neutro y benevolente de aquel que hace un favor, pero las fosas nasales ya se le habían empezado a dilatar y respiraba cada vez más profundamente, seducida por los hipnóticos movimientos amorosos de los dos hombres. Así que, cuando el pintor introdujo de forma súbita y brutal su miembro por el ano de su acompañante, se quedó momentáneamente sin aire como si hubiera sido ella la receptora del impacto. Cruzó las piernas pausadamente, intentando controlar las sensaciones que empezaban a emerger del bajovientre y continuó mirando como si la escena que tenía ante sus ojos no la afectara lo más mínimo.
La cara del joven estaba congestionada y resplandecía por el sudor pero aceptaba las embestidas del pintor con verdadera ansia meneando su trasero como un verdadero poseso. A Karla le hubiera gustado estar en su lugar. Oké pareció percibir su estado pues ladeando la cabeza, la miró con esa expresión tan particular que tienen los que sufren y gozan sin reservas y le dedicó una media sonrisa cargada de lujuria. Karla se derritió de gusto y, apoyándose en la mesa, se aguantó la cabeza con una mano lanzando un suspiro. A la mierda. La naturaleza le había dotado de un temperamento ardiente. ¿Quién era ella para cuestionar semejante don? Su otra mano fue directamente a trabajarse la entrepierna. No importaba la ropa que llevaba encima. Ella podía correrse en condiciones muchísimo más paupérrimas.
El pintor y el chico rubio continuaron ofreciendo su repertorio de poses y movimientos, penetraciones o simples caricias, todo en plan muy fogoso y lúbrico, aunque también muy artístico, todo para deleite de su público que no les quitaba el ojo de encima.
Karla llegó al climax justo cuando Oké, semisentado en la espalda del joven, que estaba en posición bolita y mostrando su culo en todo su esplendor hacia ella, le introdujo un plug en el ano como si fuera un tapón, convirtiendo a su amante en una preciada redoma ya que un minuto antes había depositado los chorros de su esperma en el interior. Para el rubito fue también la imagen y la sensación definitiva pues se corrió entre jadeos altisonantes hasta que se desmoronó encima de las sabanas rojas.
A Karla le dieron ganas de aplaudir.
Mikele Oké abandonó el lecho con gestos distendidos y acercándose a ella le dio un beso en cada mejilla mientras sonreía satisfecho.
-Has sido un público excelente, querida. Y ya veo que, aunque has venido comida, te han entrado ganas de merendar. Otro día que vengas, buscaré una pareja de juego con más amplitud de gustos. En cuanto a mis obras... –agarró la mano de Karla y la llevó hasta el pasillo -puedes llevarte las que tu quieras, menos aquel retrato de la esquina. Yo me vuelvo a la cama. Hasta otra... y dale un beso de mi parte a Marcelo.
Alzó la voz para comunicarse con el joven.
-Octavio! Despídete de nuestra invitada, cielo.
Un desmayado “chao” se dejó oír desde la otra estancia mientras Oké desaparecía tras la puerta y Karla marcaba el teléfono del curro en su móvil para comprobar si había alguien disponible que la ayudara con los cuadros. Mientras esperaba la conexión le echó una ojeada al retrato de la esquina. Un viejo mulato puesto en cuclillas la miraba ceñudo.

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