jueves, 1 de abril de 2010

23. El Jardín.

La vieja y alta puerta pintada de blanco se abrió con un chirrido casi imperceptible.
-Pasa Karla, adelante.
Ella traspasó el umbral y en cuestión de segundos se sintió invadida por una multitud de olores que pugnaban por embriagarla para su propio deleite.
-No es posible –Karla encandilada, con la boca abierta y los ojos como platos, miraba a su alrededor. -¿Cómo te lo has hecho para mantener esta maravilla de jardín y encima en un barrio bastante céntrico de la ciudad?
Tía Emma se rió feliz.
-Pues mira, luchando contra los malditos especuladores cada día. ¿Quieres un refresco?
-Sí tía, gracias. Uf! Aquí hace calor, entiendo perfectamente que vayas desnuda.
-Oh, es que el jardín posee su propio microclima y tanto los vestidos como cualquier otro accesorio acaban por molestar; si quieres puedes desnudarte tu también, querida.
-Mamá te envía recuerdos y dice que pasará a verte al final de la semana que viene si te va bien -le contestó Karla, desprendiéndose de su ropa muy rápidamente.
-Perfecto. Ah, puedes dejar tus cosas dentro de la casa, así no se mojarán si regamos.
-¿Y tío Blai?
-Ejem... está en el cerezo.
-¿Habéis discutido?
-Na, tonterías.
Karla cabeceó divertida. Conocía, por los comentarios maliciosos de su madre, la importancia del cerezo en las relaciones de sus tíos. Esta era la primera vez que tenía ella de ver personalmente el escondrijo, ya que no pisaba al lugar desde que era una cría revoltosa y se había cargado uno de los parterres de gladiolos.
-Bueno, y qué es de tu vida?
-Pues en general bien, tía. Tengo amigos, me divierto, trabajo...
-¿Algún noviete?
-Muchos, tía Emma –dijo Karla con una sonrisa.
-Así me gusta, cielo. Hay que aprovechar la juventud para vivir y aprender todo lo posible. ¿Ya viajas y lees lo suficiente?
-Últimamente leo mas que viajo, pero sí, hago lo posible. De hecho, hará un mes, más o menos, que volví de darme un voltio por el sur. ¿Y vosotros que tal? Oh, vaya... jaja... –Karla concentró su mirada en un punto mas allá de la verja que rodeaba la propiedad. – Tía... ¿es normal que un vecino de aquel edificio que tienes a tu espalda se esté haciendo un pajote sin dejar de mirarnos?
-¡Que lenguaje, niña! –Tía Emma suspiró sin girarse. –Se dice: vuelta. Y sí, ya es algo habitual en ese energúmeno. Es el del tercero, verdad? –la mujer hizo un gesto de disgusto. -Desgraciadamente no podemos evitar que se construyan edificios más altos a nuestro alrededor y que los habiten personas groseras y cerradas de mollera. Dentro de quince días, más o menos, plantaremos unos cipreses ya creciditos que hemos encargado que le van dificultar bastante más la visión, pero hasta entonces...
-¿Vive solo?
-¡Qué va! Tiene la clásica estructura familiar: mujer ama de casa y cuatro o cinco críos. No sé lo que estarás pensando Karla, pero yo no soy de esas que van con el cuento a la esposa. Me da vergüenza y además estoy convencida que no serviría de nada.
-¿Y que tal grabarlo en video y colgarlo en internet? ¿Tenéis cámara?
-Sí, pero ¿no crees que se meterá para dentro si ve que lo grabamos?
-Me parece que si está distraído no se va a coscar una mierda. Le pagaríamos con su misma moneda.
-¡Esa boca, nena! Coscar... coscar...
-Puedo ofrecer un espectáculo muy estimulante y calentito, sobre todo si añado alguna de las berenjenas o pepinos que crecen ahí.
-¡Ay, que locura! Está bien, probemos. Lo que me fastidia un tanto es que le daremos motivos para que se reafirme en la idea de que los naturistas somos todos unos pervertidos... En fin, voy a decirle a tu tío que se encargue de la cámara. Yo... yo no quiero participar directamente en el show (jijiji... a mi edad!) pero puedo dejarme ver regando tranquilamente por allí para que no sospeche. Oh, también puedo preguntarle a Duarte si se prestaría... para que no estés sola, más que nada.
-¿Quién es Duarte?
-Nuestro cocinero portugués. Ni tu tío ni yo sabemos cocinar.
-De acuerdo, pero solo si él quiere.
-Evidentemente.
Tía Emma desapareció en el interior de la casa para, al cabo de unos cinco minutos, volver con un recado. Mientras, Karla se había inclinado para aspirar el aroma de una magnolia cuidando, eso sí, de mostrar perfectamente su culo al vecino pajillero.
-Dice que vale pero que él no se desnuda, que no es naturista como nosotros, ni que tampoco le pagamos para hacer de semental o de modelo de exhibición... y que vayas a la cocina para que te eche un ojo antes –se puso una mano delante de la boca para ocultar una sonrisa. -Al fondo del pasillo a la izquierda.
Karla, curiosa, fue hacia allí.
-Hola.
-Hola.
Ambos se midieron con la vista.
Duarte impresionaba. Era grande, con una panza a juego y unas manazas tremendas (de esas que te pueden empastar contra la pared de un solo toque). Tendría unos cincuenta años y aunque las sienes, cejas y bigote le griseaban, sus ojos eran profundamente negros y brillantes. Menos mal que un rinconcito de su boca parecía sonreír.
-Me han dicho que necesitas ciertos vegetales y tal vez alguien que te los coloque.
No desvió ni un solo instante la mirada.
-Sí, te han informado bien.
-Ven aquí rapaza, necesito saber qué tamaño es el adecuado para no producirte daño ni... aburrimiento.
Karla se dejó manosear con verdadera satisfacción ya que el cocinero, a pesar de su apariencia, era contenido en sus gestos. Uf! El problema (si se lo podía llamar así ) era que la estaba manipulando demasiado bien y se estaba poniendo cardíaca perdida.
-Deja ahora mismo de hacerme una mousse o no respondo de mí misma, grandullón.
-¿Y qué farías, pastelín?
-Me encantaría tirarme encima de ti, arrancarte la ropa y follarte pero me parece que no podría sin colaboración. ¿Seguro que no quieres que la liemos en el jardín? Me apeteces muchísimo...
Él suspiró con falsa resignación.
Al cabo de un rato, Duarte, vestido, salió al jardín y se acomodó ante la mesita de la pérgola con una taza de café. Karla, desnuda como antes, apareció corriendo por su derecha golpeándole el codo con la cadera, con tan mala fortuna que la taza cayó al suelo rompiéndose con el impacto. Duarte pareció enfadarse mucho y agarrando a Karla por el brazo la colocó en su regazo boca abajo y comenzó a darle unos sonoros azotes en las nalgas que provocaron agudos grititos por parte de ella y jadeos por parte del vecino mirón que volvió a darle al manubrio con renovado interés. La chica se removía como un pájarillo intentando escapar, pero no podía deshacerse de los poderosos brazos que la sujetaban... mmm... eso le ponía... sobre todo, cuando se dio cuenta que en la azotaina, el enorme cocinero intercalaba cada vez más roces y toqueteos que poco tenían que ver con el castigo. Y cuando empezó a introducirle un calabacín por el culo, diosss! estaba tan caliente, tan a punto, que no pudo evitar correrse casi al mismo tiempo de percatarse que el puto viejo lo estaba grabando desde una esquina. ¡Mierda! Sin pensar, se metió para adentro cerrando la puerta del balcón. Luego, por impulso, también apagó la luz.
En el jardín, Karla se había sentado sobre (el miembro de) Duarte y se hallaba concentrada terminando lo que tan alegremente había originado, esta vez sin interrupciones ni gestos para la galería.
-¿No se suponía, tío Blai, que no tenía que verte? -Karla preguntó más tarde, cuando los cuatro estaban sentados ante los restos de la cena, en la pérgola.
-Jeje, sí. Eso hubiera sido lo apropiado si lo hubiera grabado realmente.
-¿Cómo? ¿No lo hiciste? -los demás se miraron sorprendidos.
-No. Este modelo de cámara necesita un pequeño disco y no me quedaba ninguno virgen. Entonces pensé que lo más efectivo sería dejarme ver y que lo asustara su propia imaginación.
-Jajaja, qué bueno tío Blai.
-Además, quienes somos nosotros para... ejem, bueno, ya me entendéis.
Karla levantó el vaso sintiéndose feliz.
-Brindo por esa idea, por este jardín tan hermoso y mágico, y por nosotros, para que podamos seguir disfrutándolo mucho tiempo.
Los otros tres la acompañaron alzando sus vasos respectivos.
-Así sea, preciosa.

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